Hay mucha, mucha gente, de butacas preferentes, de mentones prominentes, de figurín estrecho, de obtusas mentes. Corcho de diseño con intactos dientes, de sonrisa eterna y reluciente. Diseñados para la simpatía, para dar palmadas en los hombros de los hombres y en los culos de las tias. Para no discutir en demasía, para no evidenciar la personalidad o para no tenerla símplemente. Adiestrados en el uso de los cubiertos y de las frases justas a los deudos de los muertos. Entrenados en la habilidad de no salpicarse las corbatas con la salsa del marisco y discernir lo que sí es conveniente. En cómo atender a los señores debídamente e ignorar sin que se note a los corrientes, dando la talla en elegancia, en agasajo, en eludir muy sutílmente los discursos de calado o los debates de su ignorancia. Hay gente de corcho, de apariencia inmaculada, que no junta pelusa en el ombligo, que no conoce las caries, de manos blandas, flojas, invertebradas, satisfechos de estar consigo, forraditos de billetes, felices de preocupaciones, estresados de alegría, obligados a soltar adrenalina despeñando embarcaciones. Gente de corcho, gente pagada, flotante, ahuecada y falsa como un decorado. Gente de alma construida en corcho, rellena de corcho, de sexo acorchado y ojos opacos de corcho, con corteza cerebral de paquidermo, insensibles como un corcho anestesiado.