-- XVI --
La noche en que fracasó con su amada, Lorenzo sintió bochornoso ridículo. Al quedarse sólo, fue tal la vergüenza por el descalabro sufrido, que le provino el mayor de los desesperos. Hasta esa noche, nada conocía Lorenzo de experiencias amorosas. Pero tampoco era tan lerdo y atrasado en el conocimiento de las relaciones de pareja, para ignorar que al hombre se le tilda de fracasado si no da satisfacción a las apetencias de la mujer. Lo que ignoraba, es el comportamiento femenino antes de claudicar, que pasa por diversos estadios. Aunque se encuentre aguijoneada por apetencias sexuales, a la mujer se le plantean una serie de tabúes y cortapisas que le resultan imprescindible superarlas en el subconsciente para condescender a la entrega. Son aquellas reacciones psicológicas que tan magistralmente supo captar el poeta:
'Lucha y luchando quiere que la venzan.
Corre y corriendo quiere que la alcancen.'
No deja de ser la principal el temor al embarazo. Por eso, cuando definitivamente acepta, sentirse defraudada le causa un doble sentimiento de angustia: considerarse fracasada por su incapacidad para despertar la sexualidad de su pareja, y el no obtener cumplida correspondencia del varón al acto de haber ella claudicado a la lucha interna de sus sentimientos.
Lorenzo desconocía que el hombre ducho en el arte amatorio se afana en rendir pleitesía a la amada. Y para ello nada mejor que exhibir el falo enhiesto. De ese modo hace que ella disfrute de la ilusión de que la erección masculina obedece tan sólo a la pasión que le suscita su atractivo sexual. Así obtiene la mujer que las glándulas vulvo vaginales viertan con más holgura las secreciones lubricantes que facilitan el coito. ¡Cuantos noviazgos se han roto, al notar la novia la pasividad del novio! También ignoraba que a la amada, cuando se entrega, hay que complacerla con caricias y arrumacos y, sobre todo, con la tesura peneana hasta que ella obtenga el orgasmo. Por poca experiencia que Lorenzo hubiera tenido, sabría que el placer es mayor si ambos coinciden en el goce y que, ¡jamás!, él debe adelantarse al goce de ella. Cuando esto ocurre, la erección cesa y el roce que engendra el placer se pierde. En este malhadado caso, la exasperación de la mujer la induce a zaherir al hombre con el sambenito de fracasado, como ocurrió aquella nefasta noche.
Fracasado, es el más suave de los epítetos conque es motejado quien no dispensa a la mujer las satisfacciones que reclama. Helena, sin embargo, no calificó de fracasado a Lorenzo, sino de patético, cuyo significado semántico nada vituperable entraña. Pero el odio y desprecio con que fue pronunciado el vocablo, era lo suficientemente elocuente para no dudar de su ignominiosa intención.
A la mañana siguiente de aquel nefasto día, Lorenzo, con el semblante macilento y ojeroso como si hubiese sufrido grave enfermedad, compareció en las oficinas de Construc, S.A. Cada uno de los empleados con que se tropezaba, después de intercambiarse los saludos rituales, le preguntaba:
--¿Está usted enfermo, don Lorenzo?
Él, elusivo, se limitaba a contestar:
--No. Es la fatiga del viaje y que no he dormido bien.
Dedicó la mañana a revisar los asuntos pendientes y mantener varias entrevistas de trabajo. Y hasta giró visita de inspección a las obras de la calle de Almogávares. Por todos los medios, para olvidar el acontecer de la pasada noche procuraba concentrase en la labor. Sin embargo, no podía, por más que lo intentaba, borrar de su mente la expresión llena de odio que manifestó el rostro de Helena. Quiso telefonearla. Pero un terror invencible coartaba sus deseos. Temía la reacción que le pudiera causar el escuchar su voz. Al tiempo que sentía miedo cerval de que le dijera que no quería saber nada más de él.
Al acabar la jornada de trabajo, Lorenzo no pudo resistir la tentación de encontrarse con su amada y se dirigió a los puntos en que sospechaba pudiera estar. Por más que anduvo y desanduvo los lugares por donde ella solía pasar, el fracaso fue rotundo. Cansado, pues llevaba casi cuatro horas rondando sin descanso de un lugar a otro, al final decidió apostarse frente a la casa donde ella vivía. Pudo ver a su hermana y a sus padres como se retiraban al hogar. Pero ella no aparecía por ninguna parte. Casi a la media noche, con la sensación de fracaso y el desespero más lacerante que jamás imaginó, se recluyó a su domicilio. Acuciado por la exasperación, sólo se le ocurrió telefonear a Helena. Sonó un rato el intermitente zumbido de llamada y al fin le contestó la voz adormitada de Montse, quién de no muy buenos modos increpó:
--¿Quién llama a estas horas? ¿Diga?
--¿Está Helena? ?Preguntó Lorenzo, titubeante.
--¡No!. ?Contestó Montse, con voz agria. ?¿Quién lo pregunta?
Sin responder a la pregunta, Lorenzo indagó:
--¿Es que está fuera de Barcelona? ¿Puede decirme a que hora puedo telefonearla mañana?
--¡No lo sé! Mañana también estará ausente. ?Y Montse malhumorada, sin dar más explicaciones y tampoco despedirse, colgó el auricular.
Sin desprenderse de las sudorosas prendas que vestía, tal como estaba Lorenzo se acostó sobre la cama. Moral y físicamente deshecho, el corazón le brincaba con igual fuerza como por impulso de la inercia rebota la pelota sobre el frontón. La presión que atenazaba todo el entramado anatómico de su cuerpo era tan dolorosa, que estaba la borde del desmayo. En la subconsciencia, buscando amparo en su voz, exclamó con desespero:
--¡Dios! ¡Cómo sufro!
Nunca pudo pensar que las penas de amor fueran tan punzantes y demoledoras. A la desazón del fracaso se unía el desconocimiento de donde estaba Helena. Para colmo de desdichas, la insidiosa imaginación se adueñó de sus pensamientos, e hizo que contemplara con patético realismo, a Helena, esplendorosa en su desnudez, entregarse ardorosa y sin mesura en los brazos de apolíneo y dotado mancebo.
Huelga decir, que Morfeo, aquella fatídica noche, no se mostró muy magnánimo con las desdichas de Lorenzo. Sólo cuando ya el día clareaba, tendió su benefactor manto sobre sus ojos, y dejó que durmiera apenas tres horas. Cuando despertó, faltaban escasos minutos para las diez. A toda prisa, se remojó en la ducha, cambió de ropa, y, como una exhalación, se lanzó a la calle para coger un taxis, que, con la premura que él reclamaba, le llevó a las oficinas de la Construc.S.A.
No bien transpuso la puerta de la oficina, Cosme le salió al paso, diciendo:
--Menos mal, señor Corlando, que llega. Le he llamado a su casa varias veces, y no ha contestado nadie. Pensé que se había ido de viaje. Me interesaba hablarle, porque desde primera hora han llamado el señor De Goizabal, primero, y lego la señora Brocal, que tienen mucho interés en hablar con usted.
-- Bien, Cosme. Como ves, no me he ido. Anda, llama al móvil de Pedro.
--Ahora mismo. ¡Ah! También el señor Montañá quiere verle.
Lorenzo se dirigió directamente al despacho del señor Montañá. No bien transpuso la puerta del despacho, el gerente, que estaba revisando unos planos, levantó la mirada hacia el visitante y sorprendido por su aspecto le pregunto con interés y afecto:
--Lorenzo, ¿qué te ocurre? ¡Si pareces un muerto! ¿Estás enfermo?
El rostro del interrogado adquirió aspecto más abuhado de lo habitual. Percibió su piel cubrirse de rubor por la vergüenza de pensar que sus cuitas trascendían fuera del ámbito de su persona. Con voz opaca, casi inaudible, se defendió:
--No, señor Montañá, gracias a Dios estoy muy bien de salud. El demacrado aspecto, muy bien ha podido causarlo el insomnio de esta noche. Apenas he dormido. Es cosa rara lo que me ocurre. Ayer sufrí un cansancio inusitado, que en parte me dura. Como no encuentro razón para ello, lo achaco al cambio de clima. Dígame, señor Montañá, ¿para que desea verme?
--Ayer por la tarde hablé con Pedro. Dijo que en la cimentación habían surgido algunos impedimentos por corrientes de agua. Que sería conveniente modificar el emplazamiento de la fábrica. Es lo que ahora estaba mirando en los planos. Le dije que se pusiera de acuerdo contigo.
En aquel momento sonó el teléfono. Contestó el señor Montañá, diciendo:
--Ahora mismo se pone.?y entregó el auricular a Lorenzo.
--Di, Pedro. ¿Qué ocurre?
--Supongo te lo ha explicado el señor Montañá.?Se oyó la voz de Pedro a través del hilo telefónico.-- Al abrir una cata, dimos con una vía de agua. No creas que fuera poca, sino un manantial que al poco rato había inundado todo el derredor. Alicia quedó consternada y pidió que te llamáramos enseguida para resolverlo. ¿Cuándo vuelves?
--Vuelvo esta tarde. En cuanto acabe, encargo los billetes para el tren de las seis treinta. Dile a Olegario que sobre las once vaya a recibirme a la estación. Si hay contraorden ya telefonearé. En cuanto al trabajo, no te preocupes, que todo se arreglará. Díselo así a Alicia y salúdala de mi parte. Bueno, si no tienes nada más que contar, hasta esta tarde.
--Así lo haré. Que tengas buen viaje. Adiós.
--Se ahogan en un baso de agua. ?Informó Lorenzo al señor Montañá, mientras le devolvía el auricular. ?No existe más problema que el de abrir una zanja para conocer por donde discurre la veta de agua, y encauzarla entubándola. Esta tarde, señor Montaña, si no manda otra cosa volveré a Zaragoza.
--Muy bien. Pero, antes de irte, quiero hablarte de un proyecto que nos encargan en Carboneras, cerca de Almería, para construir unos grandes invernaderos. ¿Cuándo te viene bien?
--Si le parece, señor Montañá, ahora mismo.
--Me parece estupendo. Vamos al tablero de trabajo donde tengo los antecedentes.
Ambos se levantaron y acercaron a una amplia mesa de dos metros de largo y más de un metro de ancho situada frente al balcón. No obstante su amplitud, la mesa no destacaba en el espacioso despacho del señor Montañá. Se aposentaron en sendos taburetes, y empezaron a contemplar el material fotográfico que les habían suministrado y un bosquejo de memoria detallando las características esenciales que reclamaba el cliente. Toda la mañana y parte de la tarde invirtieron en planear la nueva obra, analizando de modo especial lo relativo al personal técnico y manual que debía destacarse para su ejecución. Por la premura de tiempo, el señor Montañá le invitó a comer al restaurante Reno, cercano al despacho. De esa forma pudieron continuar el trabajo inmediatamente después de haber comido. A las cinco de la tarde se despidieron.
Lorenzo pasó por su casa para recoger el escaso bagaje de que se proveía para viajar. En cuanto llegó y cruzó la entrada del piso, se precipito al teléfono marcando el número de Helena. Nadie contestó. La angustia que casi había desaparecido a causa de la atención que le exigió el trabajo, volvió asaltarle con fuerza irreprimible. Actuaba como un autómata. Nervioso, metió en una bolsa de viaje varias mudas y los enseres de limpieza. Comprobó estuvieran cerradas las llaves de gas y de agua y desconectó la electricidad. Tras cerrar con llave la puerta de entrada al piso, descendió en ascensor hasta la salida, informando al conserje al pasar que estaría unos días fuera. En el taxis que le había traído y que esperaba frente a la puerta, se dirigió hacia la estación de Sants. Llegó tan justo, que por los amplios andenes tuvo que emprender veloz carrera. Ya situado en su plaza, cerró los ojos para abstraerse del entorno y poder regodearse en su sufrimiento durante las casi cuatro horas y media que le acercarían a Zaragoza. (Continuará)
Jan04Jeff Those islands are maazing close up. The water goes from like 60 feet deep under the ocean straight up vertically to the rocky peaks. Even better when there's yellowtail swimming through them. It's a nice shot, still, Amy.