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Crimenes diarios

Moría la tarde en Carmelo. Sentado en un banco, en la única
Plaza del pueblo, Camilo hundía su mirada en la fachada típicamente española del viejo Hotel Elizondo.
-Pucha, parece mentira, está igualiito, murmuró sin darse cuenta. Unas palomas lo distrajeron un momento al picotear unas migas al lado de su zapato.
Devolvió su atención hacia el hotel, como si un rayo lo hubiera atravesado, cuando oyó una voz lejanamente familiar. Tras los firuletes de hierro, un hombre anciano, regordete y petisón vociferaba en catalán, blandiendo una escoba de paja a diestra y siniestra. Librando una lucha desigual contra el viento por apropiarse de las secuelas de un otoño que se negaba a partir.
Don Manuel el conserje, levantó involuntariamente además de la polvareda, una marea de recuerdos que sordamente desfilaron en un instante frente a Camilo.
Llevaba sólo unas horas en Uruguay.
Sin embargo sentía que nunca se había ido.
Como si al cruzar el Río de la Plata la neblina se hubiera tragado a Ivonne con sus frasecitas edulcoradas tan llenas de nada, su rostro largo y armonioso como un Tiziano sino fuera por esos ojos de vaca francesa que simulaban hasta cerrados estar estúpidamente alegres, sus colecciones de vajilla de porcelana de segunda mano, su maniática pulcritud, esa compulsión por inmiscuirse en la vida de todo el mundo con la que rellenaba el aire en la media hora que duraba el café de la mañana, ( aunque a decir verdad esa era una afición que en el fondo él agradecía que tuviera). El horror al silencio cuando estaban solos era una de las pocas cosas que compartían. Fuera de Marcus, claro. Su Primogénito, graduado con honores en la universidad de Madrid (Con grandes honores repetía incansablemente Ivonne en cuanta oportunidad tenia) periodista devenido en corresponsal de guerra, había dejado la casa muy tempranamente para seguir su vocación. Tan tempranamente que Camilo no podía dejar de sospechar que para Marcus despertar cada día con el pulular de una sirena entre miles de desconocidos, entre estruendos de bombas y con la muerte haciendo sentir sus pisadas, una realidad desnuda y aplastante era preferible antes que sentarse a almorzar en la mesa familiar un domingo. No lo juzgaba, lo comprendía perfectamente.
El aire dentro de la casa estaba envenenado y Marcus no tenía antídoto para eso.
El gusto por lo real, por lo verdadero, había sido reemplazado, antes que él naciera, por una convivencia absolutamente civilizada, cada gesto- cada palabra -cada mueble -cada ínfimo detalle era como aparentemente debía ser. Hasta su propia concepción respondía al mismo principio.
Tan simple como eso.
Marcus en Zaire, Marcus en Guatemala, Marcus en Pakistán, cajas y cajas repletas de postales con bellas fotografías de lugares turísticos, como si estuviera de vacaciones en realidad. Dos líneas en francés para su madre y dos en castellano para mí, ecuánime, breve y metódico. Un promedio de tres postales mensuales.( Pobre hijo mío. (Pobres nosotros)).
De pronto la sintió. Antes de verla él la sintió. María. María.
Era ella. Enfundada en jeans y sweater clarito. Se cortó el cabello, que bien le sienta.
María agachada, juntando con sus manos los montones de hojas secas, metiéndolas en bolsas de nylon negra.
Maria tranquilizando a su padre, con su voz pausada, aun más dulce en catalán.
María saludando a unos vecinos que pasaban. María acomodándose el cabello que una y otra vez se le caía sobre la frente, mientras anudaba las bolsas y las colocaba junto al cordón de la vereda.
María (maría, mi amor!) entrando al hotel junto a su padre.
María que ya no estaba.
María viva. Viva tras las puertas.
Camilo exhaló la respiración contenida y llenó sus pulmones hasta que sintió que su diafragma iba a estallar. Se sacudió del saco un par de hojas, resabios de la espera.
Se obligó a levantarse y se echó a andar. A dos cuadras del hotel, apuró el paso, tanteando en el bolsillo derecho el pasaje de ida y vuelta. Llegaré justo para la cena.
Otra vez neblina. La neblina por dentro.
Hola querido! Te fue bien en la junta con los socios Uruguayos? Vi la nota que le dejaste a Martita por los trajes. Ya te los retiró de la tintorería. Gracias. Si, salió como lo esperaba, evaluaremos el plan trimestral de ganancias para noviembre. Supongo que tendré que asistir yo. Ricardo evade esas reuniones, dice que Uruguay lo deprime.
Y si, claro tiene razón, Montevideo carece de savoir faire, ya lo digo yo, Cuando Amelia me cuenta que Carlos su nieto, el hijo de Julia pasa todos los años sus vacaciones en las costas uruguayas, yo te juro que no lo puedo entender, si puede irse a donde quiera, esa comodidad de cruzar el charco nada mas. No, querido, ponlo allá el saco, por favor. Le dije a Martita que prepare algo livianito para la cena, vienen los Martinez y me enteré que ella está recibiendo mucha medicación, así que con una sopita mediterránea estará bien, ahora que me Ahh! Querido, sobre tu escritorio, al lado de la carpetita azul, te dejé la postal de Marcos, hoy temprano la trajo el correo. Está en Beirut.
Los Martinez intentaban detallar las últimas antigüedades compradas como gangas en un mercado de pulgas parisino con las constantes interrupciones de Ivonne.
Noviembre. Si quizás le hable en noviembre. Se dijo Camilo, mientras hundía la cuchara en la sopa.
No se animó, otra vez no se animó- pensó, mirando a su esposo sin que él lo notara.
Noviembre, tal vez- se consoló esperanzada Ivonne, continuando la conversación.
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