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El nido de la serpiente

Desde un saliente esculpido en la blanca faz de los Alpes, un par de prismáticos observaban meticulosos la actividad matutina de un pequeño puesto avanzado de la Wehrmacht. Realmente, aquel lugar no tenía en sí ninguna particularidad, era otra de las muchas estaciones que los nazis habían sembrado por tierras remotas, pero ese día, era especial por una cosa, y esa cosa era un convoy de camiones que estaba detenido en medio de la estación.
Pierre Dunot, el hombre que estaba tras los binoculares, observó detenidamente los camiones. Cinco en total, habían partido días atrás de la Italia fascista para llevar suministros a los Ejércitos del Oeste.
Dunot volvió a repasar el número y situación de los enemigos. Había varios en torno al convoy, otros en puestos de francotirador y centinelas simples, un par junto a una avioneta que había cerca de la carretera, otro guardando la torre que proporcionaba electricidad a la estación, y todo eso sin contar los que había en la cabaña principal y en las dos casetas de más allá. Según Inteligencia, 28 en total, tres oficiales, diez soldados del puesto, y quince del convoy.

- Cuanto antes empecemos antes acabaremos-dijo el espía para sí, y guardando los prsimáticos en su cinturón, abandonó la escarpada ladera de la montaña.

Abajo, detrás del puesto, un bosque de pinos helados se extendía en dirección contraria hasta donde alcanzaba la vista. Oculto entre los árboles, Dunot caminó cauteloso hasta que a lo lejos, en una pequeña explanada, vio al primer centinela. Antes de que pudiera advertir nada raro, se tumbó sobre la nieve y se arrastró hasta una roca que había en el límite del bosque.
Protegido por ésta, echó un vistazo al soldado. Estaba de pie, inmóvil, mirando fijamente la parte del bosque donde estaba. Volviendo a ocultarse, Dunot cogió una piedra y la lanzó contra uno de los árboles que había a su izquierda. Inmediatamente, éste dejó caer algo de la nieve que acumulaba en su estructura.
Dunot miró al soldado. Estaba yendo hacia el árbol, había picado el anzuelo.
El soldado caminó sobre la blanca nieve sin quitar los ojos del árbol y sus alrededores. Cuando estaba ya próximo a la linde del bosque, Dunot salió de su escondite y le atravesó la garganta con un cuchillo.
Cuando estuvo muerto, se acercó a él y recogiendo el arma fue a por el siguiente.

El segundo centinela estaba al otro lado de la explanada, vigilando la parte donde el bosque entrechocaba con la montaña. Eliminarlo fue muy fácil para Dunot. Tan sólo tuvo que llegar hasta la parte trasera de la cabaña principal, rodeando al soldado, y una vez detrás de él, rebanarle el pescuezo.
Había logrado entrar en el puesto, pero lo más difícil llegaba ahora. Pegado a la trasera de la cabaña, el espía sacó de su cinto una gruesa cuerda que terminaba en un gancho de afilada punta. Lanzó éste sobre el techo de la construcción y cuando se hubo cerciorado de que estaba bien sujeto trepó por la cuerda. Una vez arriba, la recogió y se apostó al otro lado de la cabaña, desde donde se veía, muy cerca, el maldito convoy.
Dunot miró debajo de él. Junto a la puerta de la cabaña, un soldado permanecía alerta. Sacó de nuevo el cuchillo y lo lanzó contra su cabeza. Esperó a que cayera y luego bajó para llevar el cadáver a la parte de atrás.
Ahora tocaba despachar a los de la avioneta, su planeada vía de escape. Se acercó lentamente al aparato y cuando estuvo al lado, atacó. A uno de los soldados le abrió la garganta y al otro, apenas había sacado el cuchillo del ensangrentado gaznate, le atravesó el cuello de un tiro certero. Dunot cogió el arma y se encaminó hacia la carretera, en cuya otra ribera, de espaldas a él, le aguardaba la siguiente víctima, un francotirador.
Con la misma sangre fría que las otras veces, el espía rebanó el cuello del nazi. Luego tomó su rifle y volvió a la avioneta.
De repente tuvo una idea, las granadas que llevaba, un rifle de francotirador.....

El soldado que custodiaba la torreta de electricidad parecía, como los demás, una estatua de mal gusto más que un vigía dispuesto a darlo todo para proteger su posición. Detrás de la estructura metálica, Dunot tiró suavemente una de las tres granadas que llevaba dentro de la base. A continuación, y con cuidado de no alertar a nadie, tiró otra en el hueco que había entre el convoy y la cabaña, cerca de la puerta, y por último colocó la tercera en el espacio que separaba las dos pequeñas casetas contiguas.
Entonces se alejó de allí, en dirección al bosque.
Minutos después estaba de nuevo en la ladera de la montaña, a pocos metros del lugar donde observara la estación por primera vez. Sin esperar ni un segundo más, se echó en la nieve y apuntó a la primera granada, la de la torre.
El estruendo de un disparo resonó en el valle y, acto seguido, la torreta se sumió en una tremenda explosión. El soldado saltó por los aires hecho pedazos mientras la torre caía lentamente a la nieve. Segundos después, la estación se convirtió en un hormiguero. Dunot disparó a la segunda granada, que se llevó por delante a todos los que habían salido de la cabaña y a varios más, y cuando el terror y la confusión se habían apoderado por completo de los nazis, disparó a la tercera. Las dos casetas estallaron en mil pedazos con sus ocupantes dentro.
Los que sobrevivieron a las explosiones fueron siendo abatidos uno a uno, y al final, tras unos minutos de tremendo caos, todo quedó en silencio, desierto. Dunot miró a la izquierda, donde comenzaba el valle. Allí había otro francotirador, que, a pesar de todo lo que había ocurrido, no había abandonado su labor. El espía fijó la mira en la cabeza del soldado y apretó el gatillo. Éste cayó a la nieve chorreando sangre profusamente.
Dunot se puso de pie y bajó al puesto. Entró en la cabaña y observó el interior. Muebles rústicos decoraban la estancia y a la derecha, como le confirmara días atrás Inteligencia, había un escritorio con una radio. Dunot se acercó a ella y comenzó a manipular los botones. Enseguida se pondría en contacto con sus superiores de París, quienes a su vez contactarían con la Resistencia Italiana para que el cargamento de aquel convoy, en lugar de servir a los nazis, sirviera a quien realmente debía hacerlo, a Italia, y a la Libertad.
Datos del Cuento
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