Mi niñez se sucedió en la armonía natural del lugar en que di mis primeros pasos. Mi padre era administrador del fundo de Don Javier Campos Ariztía-Menéndez ubicado en la localidad de Lampa, distante pocos kilómetros del centro de la ciudad. Hasta los quince años, viví rodeado del cariño y cuidados otorgados por los trabajadores del fundo y entre los niños yo era uno más del montón.
En el año 69, sin embargo, mi vida sufrió un vuelco espectacular, quité la escuelita del lugar y mi padre acompañado de la severa tía Marcela, un día de marzo del año siguiente me matriculó en un colegio privado en las cercanías de la Quinta Normal. El severo uniforme, creó una distancia entre mis amigos y la corbata pasó a ser un juguete obligatorio de mi vestir...
La tía Marcela, se sentía satisfecha y me susurraba al oído que era tiempo de preparar mi carrera universitaria y tomar conciencia de la clase social a la que pertenecía, olvidando de paso, repitió, toda esa niñez y esas posibles amistades que pude haber contraído, en esa humilde comarca, entre los hijos de los peones.
Me dolió separarme de Juanucho, mi tocayo. Había aprendido a quererlo como a un hermano. No desetimé la oportunidad y un día domingo, me arranqué a su casita de fonolas y le conté mi nueva realidad. Me miró de sus grandes ojos negros y me consoló diciendo: —la vida ¿quién sabe? nos vuelva a juntar en alguno de sus recodos—
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A comienzos de mi vida universitaria, la agitación política era enorme. Así, me ví dividido entre los derechistas y los izquierdistas, el cielo y el infierno de acuerdo a los comentarios cada vez más acablantes de mi tía Marcela. Mi padre reía y solía aprovechar el desorden para acumular riquezas producto del mercado negro y por otro lado echaba puteadas, pues el gobierno lo había obligado a pagar las imposiciones sociales de sus trabajadores y que arrastraba desde hacía más de veinte años. Yo, entretanto, tenía que adoptar una posición, una línea de pensamiento. Me aterrorizaban las ideas, tan combatidas en casa del patrón y repetidas hasta el cansancio por mi buena tia Marcela. Adémas, las tertulias familiares con el cura Gerardo, encendían las hogueras del infierno cada vez que se trataba del tema. Sin embargo, y a pesar de los desórdenes callejeros, personalmente no me parecía el regimen tan terrible como lo pintaban. Quise entonces, tomar una desición propia, imaginé como muchos jóvenes que se encontraron en la misma disyuntiva. Entonces, en el ámbito universitario mis quehaceres balancearon en favor de las nuevas políticas socializantes del nuevo regimen, por primera vez en la historia de los pueblos, elegido democráticamente. En casa, llevaría el amén de tías y demases..
Pero.... el destino suele ser muy cruel; en una de esas huelgas, fui detenido por la fuerza policial... Recibí unos buenos palos y patadas en el trasero en una de las comisarías. Me permitieron llamar por teléfono a casa. Mientras esperaba a mi tía Marcela, cruzó ante mis ojos, el cabo.. Juanucho, mi tocayo de infancia. Quise llamarlo, pero dsapareció fugazmente entre el lote de detenidos. Llegó mi tía, pidio hablar con un conocido, un tal Emilio... yo no sabía, en ese tiempo, distinguir los grados ni parecía importarme. Mientras esperaba, en voz alta, me dió un sermón que me dejó tiritando y aprovechó para sentenciarme de contárselo todo a mi padre. Apareció el uniformado Emilio y luego de cuadrarse violentamente, conversar delicadamente con mi tía y luego de despedirla de un agarrón disimulado, me miró maliciosamente y nos ordenó, pueden retirarse.
No quiero repetir los sermones que recibí en el auto... ¡Y que los comunistas y la escasez de alimentos y los tanques rusos y la guerra civil.... Chuchas agarré un miedo atroz..., la paliza recibida no ayudó para nada para no creerle a mi tía.
Ese mismo año, cerca de la primavera... cayó el regimen. Un golpe de Estado dió por terminada la aventura Socialista. Comenzó una lucha atroz y a muerte contra las cabezas dirigentes, los grupos organizados de izquierda y una purga inmediata al interior de las mismas fuerzas armadas del país. La verguenza internacional fue enorme. Pocos días después y unos tantos cadáveres, comenzó la regresión social. Un día me encontré en la puerta de casa, detrás de mi tía, mirando como esta constribuía con una cantidad de joyas, y que habían pertenecido a generaciones de abuelas, y que entregaba a dos militares en nombre de la reconstrucción nacional.
En esos días, mientras paseaba por el fundo, encontré muy triste a Don Juancho, me acerqué a él y me dijo casi llorando
—martaron a Juanucho chico, y no sé como decirle a la Josefa—
—Tenía razón la tía Marcela— agregué— estos comunistas resultaron unos salvajes—
—No, no hijito— me dijo de su cara triste, lo mataron al interior de la comisaría, por sostener el regimen del doctor.
Todos los bandos militares me tenían nervioso, no tenía otra alternativa de reasegurarme en los brazos de mi tía Marcela. Así, luego de 17 años de dictadura, seguí acompañando a mi tía a las manifestaciones en favor del dictador, pero teniendo cuidado de que sea ella que muestran en la tele. Un día, cuando ya el traidor había sido detenido en Londres, ya no quise acompañarla de pura verguenza y pretexté que tenía que trabajar..., me miró furiosa y con ojos de Marcela, me hizo desaparecer...