Cuando echas a la mentira de tu casa.
Mónica miró al delator espejo horrorizada. Día tras día ganaba peso sin cesar. Comenzó mil dietas que demostraron ser inútiles. Sentía como sus tobillos se inflamaban a causa de su obesidad.
Los amigos la intentaban engañar con piadosas mentiras. Pero ella captaba las furtivas miradas de los transmutes y las escondidas risas. Procuró salir lo mínimo e indispensable.
En un arrebato de impotencia exilió todos los espejos de la casa. ¡No fue un remedio! Su inmensa y amorfa silueta se reflejaba, cual cruel mofa, en las vitrinas, ventanas y cualquier superficie brillante. Aprendió a caminar mirando al suelo para evitar el espanto de su metamorfosis. Tampoco sirvió de nada, pues el cansancio de arrastrar semejante cuerpo era un perpetuo recuerdo de su estado.
La extenuación apenas le permitió caminar unos metros hasta el sofá. Debería festejar la perdida de peso. Aunque apenas se notarían los escasos gramos que asfixió su hambre.
Tocaron a la puerta. No pensaba abrir; serían sus amigos cargados de compasión. Tras unos fuertes golpes la puerta cedió. Sus compañeros de risas y fiestas ahora le gritaban con caras preocupadas. Pero el cansancio no la dejaba pensar. Sucedió algo inexplicable: Uno de ellos la aferró alzándola sin dificultad. ¿Estaría alucinando? En brazos la llevó hasta el coche para apearse en el hospital.
Fueron años de dura lucha. Aún era pronto para bajar la guardia. Aquel día, apartaron a la muerte de su puerta para poderla derribar. Ahora la felicitaban por como estaba superando la temida anorexia.
.Se refugia en los espejos.