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ESO DE LOS CUENTOS

ESO DE LOS CUENTOS

Todas las historias tienen un personaje, victima o victimario, en primer lugar, del escritor que hace de su magín un conejo del laboratorio de lo supuestamente sucedido. El tal personaje, por supuesto, tiene que ser a chaleco víctima o victimario, no de sus propias acciones, sino de las acciones impuestas a raja-tinta de el ya mencionado literato que le da, como la madre al hijo de sus entrañas el alimento vital de sus emociones, por medio de un cordón umbilical fabricado con churritos de papel y grafito..

¡Ah, cuanta manipulación!, dirán algunos. Sí. Me parece escuchar que dicen en un murmullo indignado: “Los escritores son unos locos ¡todos, todos!” Y pueden agregar, tal vez: “¡Mira que querer imponer al pobrecito personaje, tan sin malicia el muy pispiretito, cosas de hacer y de pensar, que tal vez nunca él mismo se hubiera imaginado ni mucho menos tenido el atrevimiento de realizar”

Pues sí, y ni modo. No hay de otra, porque de no ser así simplemente ni el escritor sería escritor, ni el personaje o personajes serían personaje o personajes. … Aunque todo tiene sus asegunes y hay cosas con las que de plano no estoy de acuerdo aunque la imaginación y la fantasìa hayan tenido que ver en esto. “¡que es puro cuento!” Pues sì, pero no.

En primer lugar, que a un anciano gigante se le ponga como poseedor de un apetito de tragaldabas ciertamente es algo que me gustaría ver, porque regularmente los ancianos gigantes no se la pasan correteando niños, de naturaleza más vital y piernas superiores en movilidad. Demás de que a los pobres y ancianos gigantes se les a prohibido de forma expresa y por prescripción médica el descuidar su dieta y sus niveles de azúcar, triglicéridos y colesterol; es bien sabido por todos nosotros que son los niños los voraces depredadores de cuanto caramelo y paletón chocolatiento llega a caer en sus manos, de forma que tal dieta sería no menos que mortal para un anciano sistema cardiovascular, por muy gigante y gruñón que quiera pintarse.

A las ancianas brujas, con verruga en la nariz y todo, hace tiempo que no las veo volar en una escoba. La última se andaba matando; la pobre tiene váguidos, así que lo único que siente que le vuela es la cabeza. -padece un trastorno en su sistema periférico y se marea-.

Pero si yo fuera escritor y, tratando de escribir o de contar un cuento, les dijera a ustedes “sabed, oh niños –o niñas, o gente, o mazorcas que me escuchan – que había una vez un gran gigante cubierto por un jorongo del cuello a las rodillas porque le pegaba la riuma y una bruja que en su perol cocía frijolitos y sopa de pollo con chayote con harta hierbabuena que es muy digestiva”, estoy seguro de que inmediatamente me preguntarían, con los ojos grandes y la emoción a cuestas ¿y cuantos niños se comió el gigante? ¿La bruja los convirtió en galletas o en pericos? No –agregará alguno- en puerquitos o en guajolotes y los hicieron en mole . Y lindezas de ese estilo pero ¡como en mole –les diría yo- si el mole es pesadísimo de digerir! No digamos ya un niño que por muy flaquito que esté pesa sus buenos kilos. No. Ellos comían frijolitos y sopita de pollo con bastantita hierbabuena por aquello de los gases. El gigante recibía su pensión y la bruja usaba calcetas de lana y chalina encima del suéter.

¿Que qué? ¿qué las botas de sieteleguas? ¿acaso quieren matar al pobre anciano de un dolor cruel en los juanetes? Chanclitas, hija. Chanclitas muy buenas y calientitas. Claro; cuando sale se pones sus mocasines de ternera, aguaditos y un número más grandecitos. ¿Cuál castillo en las nubes? ¿creen acaso que tendrían pulmones para llegar a la casa trepándose en un fríjol gigante? ¡qué va! Tienen un departamentito muy mono y medio olisqueado a viejo – planta baja, por supuesto- allá por el parque España, o tal vez cercana a una placita en una ciudad pacífica de provincia ¿qué tal san Luis Potosí? Está bien. Lo de la gallina de los huevos de oro te lo acepto porque las pensiones están de miseria.

Así pues, si les relatara un cuento de tal magnitud, no me extrañaría en absoluto que se soltara la rechifla. ¡Vaya! Hasta me parece oírlos. Las personas somos un pelín morbosos y no podemos conformarnos con darle un anicito –bajativo altamente recomendable y delicioso- o por lo menos un antiácido, al lobo devorador de leñadores y ancianas ¡para nada! Ni siquiera unos golpecitos en la espalda por si se le atora el hacha en el gañote. El pobre lobo ha de ser desfundado día con día o noche tras noche para que nuestros angelitos se animen a pegar el ojo. ¡Pero nene! ¡los lobos son especies en peligro de extinción! ¡Naranjas! ¡a abrirle la barriga!

¿Qué es lo que pude comer un lobo que ha sido despojado de su hábitat natural? ¡pues animales de granja, naturalmente! Así que el tal lobo no tendrá de otra más que procurarse el sustento persiguiendo borregos o cerdos siempre ante el peligro inminente de ser despachado de un escopetazo por un cazador al que, lejos de enchiquerarlo en el bote como a todo cazador furtivo, se le da el papel de “héroe salvador”, mientras el personal de la secretaría del medio ambiente trabaja muy orondo detrás de una oficina en la ciudad. ¡Una mentada de madre contra la supervivencia de las especies!

Y eso de los tres cochinitos: ¡claro atentado contra la manifestación espiritual y artística de los individuos! El cuento trata de tres personajes: dos que gustan de la música y el baile y otro que se la pasa toda la vida entregado a la producción de bienes y servicios. El capitalismo contra el arte. “hagan sus casitas”, les repite joditivo. Es como decirle a un pintor, bailarín, músico o actor: “¡anda! ¡déjate de mariconadas y metete a trabajar en el infonavit!” Pero yo les apuesto que si los cochinitos se hubieran dedicado en cuerpo y alma a su vocación artìstica, en vez de ponerse a hacer casas mal hechas, ahora tendrían una hasta con alberca y no vivirían todos amontonados en la casa de ladrillo del hermano mayor.

Ni qué decir de otros cuentos que si se analizan harían enrojecer al más descolorido, si es que realmente supiera lo que está saliendo de su boca. De niño yo leía –o me leían- ese de pulgarcito. Cuento terrible y abyecto, plagado de padres con muy poca madre. A ver ¿cómo está eso de que los papás de pulgarcito van a perderlo al bosque a él y a sus hermanos? ¡Son fregaderas! Y el famoso ogro –otra vez a las andadas- mata a sus hijas porque las confunde con los chamacos. ¡br! Quien lo escribió era un pedofóbico seguramente.

Yo haría una aclaración que comenzaría así: “los padres desobligados, él borracho mantenido y ella, madre sumisa, masoquista, codependiente, sembraron las bases de un hogar disfuncional. A causa de los vicios y las golpizas. El último embarazo se vio complicado por trastornos genéticos y dieron a luz un enano liliputiense. Como el papá tenía otras viejas y le avergonzaba ser padre de un pinto chaparro, decidió irlos a tirar por ahí, porque además y para colmo de males lo de la banda de los panchitos ya había pasado de moda y ya no rendía. “

“Antes hubo dos intentos por extraviarlos, pero los niños siempre volvían porque juraron que les iban a partir su madre a los padres canijos que en vez de darles de tragar les surtían cajas de chicles para venderlas en el metro.” -Creo que estoy confundiendo la historia con la de hansel y gretel, pero por ahí va la cosa.- “Cuando los chamacos llegaron a la casa de ogro, quisieron abusar de sus hijas y el pobre hombre trató de defender su honor, pero no se le ocurrió prender la luz para darles mastuerzo a los vándalos. Castigo de dios, dirían algunos. Eso le pasó porque regenteaba una casa de citas en la que taloneaban las muchachas y.” Creo que mejor ahí le paro, porque me estoy viendo más abyecto yo que el cuento original.

Me gustaría contarles un cuento pero, así como yo he criticado y puesto en ridículo una historia que ya es parte de los anales (de año) de la historia fantástica, temo que a la vez se me critique con arrogancia y canalléz – creo que sí existe tal palabra, o si no, me la acabo de inventar- así como yo hice a mi vez sin pretender ser tan canalla o canallesco, para darle el uso al verbo “canallear” en primera persona del singular a la voz de “yo canalleo” como palabra alternativa, sinónima de “crítica ácida”.

Perdón que me desbalague un pelín de mi aire crítico-fantástico, pero no sé si ustedes han reparado en que el término “ácido” es continuamente confundido con el concepto “amargo”, siendo en realidad muy diferentes uno de otro, y va de aclaración: para expresar una crítica en forma ácida se necesita el conocimiento profundo, tal como el ácido desbasta y corroe hasta el fondo las cosas, las ideas y los espíritus; pero una crítica amarga puede ser dicha –y regularmente es expresada- por un tarugo memelas poseedor de solo una cosa: la creencia en la nada y el desastre, como quien piensa que en el ruedo de la vida, se ponga donde se ponga, él forzosamente será cogido -en el mejor de los casos- o de plano corneado por el toro.

Así pues, no se necesita ser sabio ni mucho menos para ser un inepto de profesión, y todavía decir que los dioses o el destino lo han elegido para ello.

Uno de los cuentos clásicos, el de “la bella durmiente”, es un canto a la menstruación. Un día descubrí quién es la bella durmiente: es mi prima Lupe. El día que la vi lavando una manta de cielo tinta en sangre, y le pregunté por la razón de tal sangrerío, me dijo que le ella le había salvado la vida a un tipo que se calló de maceta enfrente de la farmacia en la que ella trabajaba. Punto número uno: ¿por qué mi prima, trabajando en una farmacia en la que hay material de curación de sobra, hubo de ir a la tienda de telas a comprar manta de cielo para hacer una curación? Y punto número dos: ¿para qué llevarse a casa un lienzo ensangrentado, pudiendo dejarlo en el basurero de la farmacia?

En ese preciso instante, la casa se convirtió en castillo y todos se acomodaron a dormir hasta que llegó el príncipe Rigoberto para anunciarle a la sociedad que mi prima ya tenía permiso oficial para menstruar, coger y parir.

Si les cuento la historia de un tal “Juan Pocasangre” que tenía miedo de lastimarse y que se acomodó en su cama para no moverse más, y sansaeacabó. Ustedes me dirán disgustados y getones: “¡cómo carajos que sanseacabó!” Bueno; puedo agregar que por el miedo a lastimarse no se movió de su cama. Y le salieron llagas en la espalda. Se le infectaron. Cuando quiso levantarse sintió más dolor aún del que trataba de evitar y se murió sin nalgas y con un agujero por el que se le veían los pulmones desflorados. . ¡ah, claro! “y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

Quienes escuchen esa historia, tendrán que hacer un esfuerzo casi sobrehumano para desarrugar la nariz y sacar la lengua de muy del fondo de la garganta para brindarme una trompetilla. Curiosamente, los amantes de los cuentos clásicos repudian la pintura surealista y el teatro del absurdo. ¡coño! ¿pues qué carambas creen que son esos cuentos? ¿pretoleo?

12 de septiembre del 2004
Datos del Cuento
  • Categoría: Cómicos
  • Media: 5.85
  • Votos: 200
  • Envios: 0
  • Lecturas: 7607
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