El demonio interior

En la ciudad de Gaiarmoth una gran carroza transportaba a un acusado de asesinato, condenado a muerte en la hoguera. La profecía era clara, el gran libro del tiempo nunca miente. Los demonios de la Venganza y los ángeles de la Redención valen más muertos. El condenado era llevado a la prisión, clavado en una estaca de madera por las muñecas, los clavos oxidados. El dolor se volvía insoportable cuando sintió fuego dentro de él, su cuerpo creció, al igual que sus colmillos, músculos creciendo aquí y allá acompañados de un extenso grito de agonía y una impasible necesidad de matar. Segundos después la sangre de los conductores goteaba de sus manos mientras desaparecía oculto por las sombras. El pánico era general cuando la noticia del prisionero desaparecido llegó al pueblo, que creía que tras sus murallas de piedra y marfil estaban seguros. Después de correr hasta las orillas de las murallas se desplomó inconciente, ya que la transformación había acabado con sus fuerzas. Mientras estaba inconciente tuvo un sueño intranquilo, lleno de fuego y gritos. Al despertar estaba empapado en sudor frío. Se dispuso a ocultarse en ese callejón mientras lograba recuperar sus fuerzas y aclarar su mente. Cada noche el mismo sueño lo acechaba, cada vez que se elevaba sobre esas almas en pena y fuego, despertaba, sin poder ver el lugar en el que estaba. Una noche particularmente intranquila el sueño se volvió más nítido, podía ver un edificio, conocido pero odiado, el Tribunal de la Luz, el lugar donde los juicios y ejecuciones tenían lugar a diario, sus ojos podían ver a través del suelo, lo que nunca se ve, pero él llevaba semanas viendo, las catacumbas llenas de sangre, fuego y almas torturadas, la verdadera cara del justo tribunal. Las almas despertarían pronto, la libertad llegaría a ellas. Al despertar sentía la irresistible necesidad de ir al Tribunal de la Luz, pero unos centuriones se encontraban ya alrededor de él. La rabia oscura que despertaban los centuriones en él lo hicieron lanzarse a ellos sin titubear. La sangre de cinco centuriones teñía de rojo el suelo mientras el acusado se dirigía al Tribunal, sabía que debía apresurarse.
Las letras rúnicas del Libro de la Profecía mencionaban el trágico origen de los descomunales y vengativos seres; injusticia, la condena a muerte de un alma inocente, el poder era parte de la dulce venganza. Al llegar al Tribunal de la Luz su transformación siguió; ojos llenos de sangre, pequeños cuernos en la frente y fuerza inigualable. Los guardias murieron al instante, un infarto por la impresión o por las manos del condenado. Entró al edificio, tomó a los seis jueces supremos y los llevó a rastras a todos, empalándolos un por uno en altas estacas de hueso puestas por él con ese propósito. La sangre de los seis escurría por las estacas acompañados de sus últimas exhalaciones, en el momento que murieron el último paso fue dado, la última línea escrita y su destino sellado con sangre. Un demonio, nunca más un hombre, dientes afilados, ojos de fuego llenos de muerte, control sobre las almas, una fuerza extendida seguida de la agonía eterna, soltó su venganza con la fuerza del yugo infernal.
Un rugido opacó los gritos de terror y muerte que se escuchaban por la incendiada ciudad, un rugido que denotaba satisfacción, su torturada humanidad perdida, su venganza completa y su condenación inminente.
La justicia no es buena ni mala, solo es ciega.