El bosque
En este bosque todo reluce y brilla como la luz de la estrella más luminosa que mora en los viejos y dormidos árboles que viven desde tiempos remotos, y también en sus arbustos, que son sus hijos, y esperan algún día ocupar una alta posición en los deseos del gran bosque; y también brilla esa maleza enmarañada que abunda como si fueran cabellos de reluciente esmeralda y que se extienden como una larga caricia que envuelve la vista y también el mundo en el que se respira, debido a su gracia, debido a su verde magia. Y la vista corre a esconderse, tímida y vergonzosa, ante la luz roja y oro que asoma todas las tardes cuando el día va bostezando y el bosque canta una nana de trinos y gorjeos, que hacen eco en el preludio de los sueños, y que le acompañan camino de su cama. Al día siguiente, aún dormido y perezoso, cuelga radiante en su cara el lucero del alba. Y buenos propósitos rondando en el viento, con ese fino olor a mañana.
Este es un bosque prodigioso, pues está encantado desde muy antiguo, cuando la magia y la naturaleza eran una sola cosa. Basta con mirar las fuentes de limpias aguas que brotan de gruesos troncos en los árboles de hiedra y basta con mirar a las ramas para ver cómo envuelve nuestros cuerpos un suspiro distinto cada vez, venido de mil cavidades ocultas, de mil tallos coloridos, del búho sabio y misterioso que nos observa escondido, de unas hojas amarillas y otras estrelladas, de cientos de chasquidos que se quejan como si hablaran y de la presencia de su verde alma.
Allí te esperaré, deseando que me encuentres si me ves camuflado en rama larga, en una gota iridiscente, quizá en una brizna de paja o en la dorada espiga de cristal que se mueve y crece en el viento, lentamente, hasta parir el grano de la vida que volverá fértiles los sembrados multicolor de los sueños más profundos que tenemos cuando dormimos y también con los que más tarde despertemos. Recuerda que ya no soy humano, al menos en apariencia, pues cambié mi cuerpo por una brisa cenicienta que continuamente me empuja a vagar y a tomar nuevas apariencias.
Si me ves en zarza aparta de mí tu mano, no así si soy ruiseñor, que entonaré una canción que deberás escuchar sentándote en el rayo de sol que cuelga en los intersticios bostezantes de este bonito lugar. Quizá esté allí, rodeándome de la singular belleza de las chispeantes flores, que siempre pintarán ese precioso cuadro en el recuerdo de la memoria. Subiré con las raíces de los árboles como la sabia vital y bajaré con una gota de lluvia de cualquier tarde gris que nos empapará a los dos antes de que se vuelva torrente y nos disperse al azar. Soñaremos también con lo que nunca nos atrevimos a soñar, o… ¡mejor aún!: viviremos lo que siempre soñamos vivir y no pudimos hacer.
Como en todo día también llegará la noche, y con ella vendrá la calma y el bosque dormirá y yo tal vez me esconda para también descansar. Sale después la luna hechicera y todo el bosque vuelve a murmurar esa canción de arrullo, ese susurro, ese inquietante chasquear… Y, asimismo, en la noche despierto y vuelvo a caminar…por las hojas plateadas, por las hierbas de rocío preñadas, por si en un trocito de cielo descubres mis refulgentes huellas y me quieres encontrar.
Recuerda que estaré esperándote; pero si no me encontraras, pregunta a un viejo árbol, inquiere, tal vez, a las duras piedras del camino que a todo el mundo han visto pasar o, sino, cierra los ojos y así sabrás que estoy ahí, en hilo de esa canción que siempre entonará el viento y hay que saber escuchar.
Precioso, lo he visto. No añado más porque con esa frase me parece que ya lo he dicho todo