“Regresaré cuando la luna se ilumine
y el sol se oxide”
La paz reinaba en la altura de este edificio maltrecho en el que me encuentro, tengo tiempo de pensar y a la vez oír.
La altura no significa algo en estos momentos, magnífica sale la luz que alumbra el alrededor del sitio donde me encuentro.
Vuelan las palomas a mejor lugar, buscando la comodidad en el viento, viento que sopla ligero y sin más prisa que llenar el vacío momentáneo.
Mas, de pronto, ¡la paz es acabada por el estrépito sonido de las nubes dirigiéndose a un lugar misterioso!, y chocan en su viaje, causando rayos y truenos que yacen sobre la ciudad, el día se oscurece, el día se inunda de aquella neblina llena de suspenso.
Mi vestimenta se comienza a impregnar con las gotas que brotan del cielo, y que cada vez se vuelven más pesadas, el frío me cala los huesos, pero yo, yo no me quiero retirar de aquel terreno, cual fiera no se aleja de su hogar, por miedo a perder su residencia.
Con el paso del tiempo la tormenta disminuye, el cielo se descubre cuando el viento a otra dirección y los primeros rayos de sol surgen tras las montañas lejanas en donde habitan las personas más sabias de esta ciudad.
Tras pasar por lo menos una semana, el tiempo cobra su prorrata; disminuyo mi fuerza y mi mentalidad se neutraliza a lo que la gente habla unos cuantos metros abajo. Parece llegar mi perdición, ya no mido el tiempo y ya no siento el frío, ya no veo más allá de mis manos y ya no siento la mínima sensación de misericordia por los hombres.
Los veo, a los hombres, como seres que son inútiles, como objetos aparecidos y creados por mi imaginación, como cosas que giran a mi entorno sin mayor motivación que su codicia. Miro cada centímetro que mi postura me permite, mi cabeza se pega cada vez más a mi cuerpo sobre el piso, mi rostro se puede asimilar como sólo una masa sin propósito.
La vida, la vida corre a los lados sin darme la mano y sin voltear a ver a alguien, nadie le importa.
Los movimientos ya se convierten en consecuencias imperceptibles a mis ojos y demás sentidos, mi espíritu abandona el cuerpo que una vez creyó controlar y que ahora sabe que, en realidad, era una cárcel; sobre una cárcel de donde no podía encontrar la salida.
Se da cuenta ahora, y no antes, de que eso era la única salvación y a la vez salida de sus problemas, que eso era su misión en el mundo, que ese es su principio y su fin, que todo acabó.
El cuerpo que me entusiasmó un tiempo va decayendo, perece en la solitaria plaza en la que me poso. Cae poco a poco sin mostrar impedimento a hacerlo, se destruye, se derrumba y deja de existir, tal cual nació, sin importarle a alguien,
Al momento que comencé a leer tu cuento me dió la impreción de un escrito apatico, per al ir linea a linea me di cuenta que tal vez eso fuese lo que tu pretendias. Es un tanto irónica esta narracion y pareces tenercierto rencor a la humanidad, ¿no lo crees?, de todas formas escribes muy bien y espero volverte a encontrar.