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Edd--

La televisión anunciaba un día de grises matices que provocarían tristeza en las zonas más sensibles del alma. Edd se preguntaba si en su caso sería necesario sacar el paraguas o incluso el chuvasquero pero el parte meteorológico sólo advertía a los ciudadanos que deberían ser previsores y no salir de casa sin unos alegres y divertidos sonetos.

Enojado, Edd decide bajar por las escaleras, pues estaba demasiado irritado para componer unos versos matutinos para hacer funcionar el ascensor. El gobierno estaba orgulloso de estos avances, que permitían aprovechar la inspiración de primera hora de sus ciudadanos e incrementar la producción total de poesía. Desde la guerra, la ciudad se había vuelto un auténtico infierno para los tipos que, como Edd, nunca se sintieron atraídos por el arte. Los ciudadanos más responsables cambiaban frecuentemente la decoración urbana, así como las direcciones de las calles y cualquier punto de referencia que pudiera hacer temer que la ciudad fuese un ente estático. Para Edd, esto hacia imposible la orientación. La mayoría de los edificios eran espacios temáticos abiertos. Pocas cosas tenían un lugar fijo. Los ciudadanos escogían el lugar que más les gustaba para hacer lo que en ese momento deseasen y se quedaban por el tiempo que querían. Edd recordaba de su infancia el concepto capitalista de la propiedad privada ; aquella casita en las afueras donde su padre le enseñó matemáticas. Ahora ese lugar era uno de los pocos espacios fijos que quedaban. Las bombas lo destruyeron y se construyó, a su alrededor, un lugar para la inspiración de la tragedia en el que se recordaban las barbaries del capitalismo. Pero eso no podía volver a suceder nunca más. El ser humano había evolucionado. La educación sentimental de todos los habitantes les permitía conocer, empatizar e incluso llegar a sentir como propios los sentimientos de los demás seres humanos. Esa hipersensibilidad colectiva constituía una fuerza de cohesión de gigantescas dimensiones que regulaba la sociedad a la perfección. Lejos quedaba esa antigua justicia plagada de mentiras egoístas.

Pero Edd padecía un extraño trastorno. Trataba de sentir el embrujo de la poesía, pero sólo podía ordenar palabras, sin que estas trascendieran de ninguna forma en el plano metafísico. Al mirar en los ojos de otra persona, no podía adivinar sus sentimientos ; tan sólo podía percibir rasgos de desaprobación a causa de su mediocridad creativa. Algunos incluso intentaron ayudarle, guiandole con broches magistrales que acudían en ayuda de sus torpes comunicaciones, prestándole sus fuentes de inspiración personales, estimulando sus sentidos médicamente...

Pero ninguno pudo curar a Edd. Cabría plantearse si en algún momento progresó adecuadamente en el camino de la luz pero en estos momentos ya había dejado de intentarlo y empezaba a desarrollar un peligroso decline hacia la búsqueda de la funcionalidad.
Datos del Cuento
  • Categoría: Sin Clasificar
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