Le conocí y era solo un chiquillo. Era demasiado joven, pero a su lado cualquier mujer se sentiría especial. Hablaba como un hombre maduro, y a junto a él me sentía como la niña que un día había sido, a pesar de que le llevaba tres años de más. Si quería podía saltar, o quizás tumbarnos en la hierba a ver la salida de los barcos en la bahía, junto a él volvía a esos años. Me sentía bien, pero no imaginaba, que aquel muchachito podía sentir algo más fuerte por mi. Una tarde me llamó, y fui a verle, como siempre escuhamos música y me regaló flores como otras veces. Pero esta vez, algo distinto pasó, tocó mis manos, las llevó a su cara y a su boca, y me declamó un poema como nunca nadie lo había hecho. Y entre un poema de Benedetti y una canción de maná, deseé lo mismo que él intentaba a hacer, quise besarle, pero no tenía fuerzas para ello, sentí quizás pudor por aquello, que asomaba a mi mente. Me levanté, para irme, pero deseaba quedarme, me acompañó a la puerta y la cerró. Con una justificación tonta volví, y me dijo bueno nos vemos mañana y cuando se acercó a mi, besó mis labios. No supe que hacer y salí de allí, corriendo, quizás comportandome más infantil de lo que él fuera. Ahora simplemente somos amigos, y eso quedó atrás, pero siempre con la duda de que puede volver a suceder, pero la amistad es más bonita y otros deseos no deben empañarla.