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Había una vez un cielo muy azul lleno de nubes de algodón y estrellas de plata donde vivían muchos ángeles. Los ángeles eran niños y niñas muy buenos que cuidaban de la gente desde el cielo. Algunos tenían la piel blanca, el pelo rubio con ricitos dorados y unos ojos azulados muy bonitos y otros eran negritos, con el pelo marrón muy brillante y unos ojos verdes preciosos.
Todos ellos querían cuidar a los niños y para ello lo que hacían era observarlos levantando un trocito de cielo para ver la tierra y ver cómo se portaban los más pequeños. A aquellos que estaban haciendo alguna cosa que no era buena para ellos o para los demás como contestar mal a sus papás, hacer travesuras a otros niños… intentaban mandarles señales para que hicieran las cosas mejor y pidieran perdón.
Uno de esos Ángeles se llamaba Daniel y era nuevo en el cielo. Estaba entusiasmado por poder ayudar a los niños como él pero a medida que pasaban los días verlos solo desde arriba le ponía triste porque a él le gustaría poder ayudar desde la tierra. Pensando y pensando mientras nadaba entre nubes de algodón se le ocurrió que quizá pudiera poder pedir un deseo a una estrella y poder pasar un día en la ciudad y ayudar a los niños.
Un día de sol, en el que las estrellas brillaban más que nunca, el Ángel Daniel se acercó a una de ellas que era la más pequeñita y le explicó su deseo. La estrellita, emocionada de poder ayudar al Ángel Daniel, comenzó a temblar para poder cumplir el deseo y sacar todo su brillo para poder enviarle a la tierra y así fue como la fuerza brillante consiguió que Daniel empezará a flotar muy rápido y se abriera un trocito de cielo para que pudiera bajar a la tierra.
Daniel no se lo podía creer, pero cuanto más se acercaba, más sentía que el aire era diferente y el color de las cosas que le rodeaban. Para no caerse al suelo se posó en la copa de un árbol. Cuál fue su sorpresa cuando se dio cuenta de que se había posado en el árbol de un parque lleno de niños.
-¡Qué bien! -pensó Daniel-. ¡Así aprovecharé mejor mi día en la tierra!
Contemplaba cómo jugaban los peques de cerca e incluso aprendía alguno de sus juegos y se reía en la sombra con ellos. Decidió actuar como ángel bueno cuando un niño empujo a otro. Este se cayó al suelo y los demás se rieron. Cerró sus ojos y susurró a la mente del niño que había dado el empujón que eso que había hecho no estaba bien, que pensará cómo se sentiría si se lo hicieran a él otro día.
El niño recapacitó y ayudo a que el otro se levantara y le pidió perdón. Daniel se sintió satisfecho. Luego se acercó a unas niñas que estaban en un banco cerca de su mamá, cuando esta le dio el bocadillo una de ellas dijo que no quería merendar eso y lo tiro al suelo.
Daniel se concentró de nuevo y susurró a la niña que tenía que pensar que muchos niños no tenían para comer, que su mamá se lo había hecho con cariño y ahora se sentía mal. La niña se puso a llorar, recogió el bocadillo y se acercó a su madre pidiéndole perdón y prometiéndole que no lo volvería a hacer más.
Así fue pasando la tarde. Daniel estaba muy contento porque sintió como todos los niños volvían a sus casas mucho más contentos y todos amigos. El tiempo se agotó y el Ángel Daniel tuvo que volver al cielo. Allí contó su aventura y todos los ángeles le aplaudieron.
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