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El Ángel Escondido

Diariamente la veía caminar, medio ladeada por su izquierda pues era lisiada desde que vino al mundo. Cuando por las calles la veían, se le veía tan poca cosa que pasaba desapercibida por la gente que se le cruzaba, pero mis ojos, sensibles a la belleza y a la bondad, creyeron ver un cuento en esta muchacha llamada Zoila.

Muchas veces conversamos y nuestro trato siempre fue el mismo. Un parlante y un receptor. Siempre repetía las mismas palabras. Pienso que cualquiera se hubiera cansado de ella pero yo no era cualquiera, yo era como ella en el mundo. Un lisiado mental que no podía expresar sus ideas desde que nació escuchando una voz exitista en mi cabeza una y otra vez, paseando por las calles rutinarias, buscando siempre sentirme bien… Y bien, para no continuar documentando de mí, les contaré acerca de Zoila.

Era pequeña de estatura. Sus grandes ojos negros no eran simétricos pues uno miraba con retina directo y la otra giraba y giraba en torno a su ojo. Sus negros cabellos eran largos, peinados con una coleta, lacios y muy sucios pues parecía que tuviera un casquete unido a una cola. Siempre vestía de polo blanco, un pantalón oscuro y ajado, tieso por el continuo uso que le daba y una par de zapatillas. Sus brazos era uno más grande que la otra, en una de ellas no tenía mano, sólo una puntita como un jebe colgando de su cuerpo.

Eso era su cuerpo, pero ella no era eso tan solo pues parecía saber que era algo más. Aunque jamás me lo dijo, parecía saber lo necesario para su existencia. Nuestras conversaciones, como ya les conté, eran de un solo lado, la de ella. Haciéndome siempre la misma pregunta:

- ¡Don Josito! ¿Usted cree que dios está en todas partes?

Y yo, como siempre, sin empezar a responderle la escuchaba responderse:

- ¡Sí, don Josito! Está en todas partes… Así dice el cura de la parroquia. Cada vez que voy lo encuentro con su cruz amarrada con una cadena de piedritas, hablando bajito una lengua rara que no entiendo… ¡Seguro estaba hablándole a dios, don Josito! – me miraba con su único ojo, sintiéndome como si estuviera adentro de una pecera, y continuaba: - ¡No, don! ¿Cómo va a tener dios una lengua diferente? ¿No es cierto don Josito que todos somos hijos de Dios?… ¿Sí, no don Josito…?

Siempre le trataba de decirle algo que aliviara su inquietud pero cuando yo empezaba a pronunciarme, ella volteaba su cabeza y, como dirigiéndose a un fantasma, decía: “¡Vete, vete!” Para luego empezar a escupir al aire, supuestamente a su visión… Yo, por supuesto, cuando recién la conocí me asustaba pero con los años y sus visitas a la tienda que tenía una o dos veces por semana llegué a escucharla y comprenderla. Claro que a veces cuando entraba el público la tenía que echar, pero, parece que ella comprendía cuando estorbaba y se iba casi sin que uno se de cuenta.

- Don Josito – continuaba su perorata – Ese malo que no deja de fastidiar… ¿sabe lo que me ha dicho?... ¡Una mentira! ¿Dígame don Josito? ¿Es cierto que dios igual al cura ese de la parroquia?...

De pronto, entraba un cliente y ella, sin voltear la cabeza, me decía:

- Ya don Josito, bueno, bueno… ya me voy, ya me voy… Don Josito… ¿No es cierto que dios está en todas partes?...

Se daba media vuelta y, agitando su brazo útil empujaba a aquel fantasma que la perseguía constantemente; según ella me lo confesase un día.

- ¡Vete, vete! Es ese pesado don Josito… Me persigue todo el día, y me dice que Dios es mentiroso… Don Josito: ¿Usted es mentiroso? … Ya sé, ya sé, ya me voy. Don Josito: ¿No tendrá una galletita para que me regale?... Sólo una don, sólo una y no dos… Una, nada más…

Cuando le daba la galleta que vendía en mi tienda me decía: “Gracias don, gracias, gracias… Don, gracias”. Repitiendo el “gracias” hasta que se alejaba de mí tienda. Así me ocurrió durante años y años.

Decidí mudar mi negocio a otro vecindario que sea apacible y sin gente miserable pasando por la puerta de mi tienda. Extrañamente los nuevos clientes que tuve eran tan fríos, tan serios que me sentí mal de haberme alejado de mi antiguo barrio. Un día, vi entrar a la tienda a Zoila. La verdad es que no me importó preguntarle el cómo había dado con la dirección pues me hizo sentir muy feliz de volver a verla. De pronto, observé que tenía el rostro moreteado, el viejo pantalón roto de un lado, le chorreaba sangre por sus piernas, descalza, cogiéndose la cintura... En verdad, sentí tanta lástima y dolor por ella al notar que había sido ultrajada.

- Don Josito… Este… ¿No es cierto que Dios está en todos lados?... ¡Sí, don Josito! ¡Sí está!… Ayer por la noche cuatro viejos me llevaron a un cuarto y con un palo me pegaron en la cabeza, pero yo sabía que Dios estaba en todos lados y que estaba en esos viejos malos también… De verdad don Josito. Me echaron en el suelo y uno tras otro se subieron encima de mí. En verdad que fue bastante rato que se subían encima y pesaban harto don Josito… y no sé por qué ponían esa cara de burro cuando estaba en mí encima… pero, yo sé que Dios está en todos lados…

Ya estaba a punto de llorar por la ingenuidad de esta desgraciada muchacha de casi treinta años, pero parecía de cinco, cuando me dijo algo que nunca olvidaré:

- Don Josito… ¿Por qué está triste? Acaso no sabe que Dios está en todos lados… Este don Josito: ¿No tendrá una galletita para que me regale?...



Lima, 16/10/04
Datos del Cuento
  • Autor: joe
  • Código: 11345
  • Fecha: 19-10-2004
  • Categoría: Sin Clasificar
  • Media: 4.86
  • Votos: 37
  • Envios: 0
  • Lecturas: 3175
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