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El Canto del Gallo

EL CANTO DEL GALLO
Por: Luis Gelain Salido.

Siempre era igual y esa madrugada fría no fue la excepción, semejante a la del día anterior y a la madrugada de anteayer o la de hace una semana, a la del aniversario de su casamiento; era endemoniadamente helada y ventosa. Al primer canto del gallo el ranchero pegó un descomunal brinco del catre y puso en la leña a hervir café, después unos huevos revueltos con jamón y también la hoya de frijoles para la hora de la comida eso para cuando regresara del campo a eso de a medio día. Aún no amanecía por esos lejanos lares del monte y había noche y estrellas tapizando el firmamento.

Hacía un frío descomunal, no obstante, era verano y prometía ser un día caluroso, seco, largo y agotador; un día como cualquier otro. Un sombrero de palma colgaba de una de las ramas de un árbol viejo, el perro se hallaba echado en el suelo con la lengua de fuera bajo el árbol aquel haciendo las dotes de guardián. Nadie se acercaba por aquel rancho muy pocas veces viajeros o indios traspasaban esas tierras pero sin la menor importancia de lo que allí se llevaba a cabo, era una vida solitaria la del ranchero y su vecino mas próximo se encontraría a unos 10 kilómetros de distancia, el poblado mas cercano a unos 20 kilómetros.

Un tridente se apoyaba al tronco del mezquite donde el perro y el sombrero reposaban. El gallo cantó por segunda vez, ahora con mucha más fuerza que la primera y el ranchero terminó por despertarse completamente mientras bebía su taza de café, quien asombrado miraba el precioso amanecer esperando que el sol terminara de salir, le encantaba ver salir el sol y verlo ocultarse tras los cerros se decía que era un espectáculo maravilloso y pocos podían llegar a saborearlo tanto como él a pesar de que era un hombre ignorante y analfabeta. Los rancheros que viven años en el monte generalmente se curten en los cambios de clima por lo que este hombre se encontraba casi desnudo cuando estaba postrado frente a la tumba de su esposa fallecida y se persigno para dar gracias por el nuevo día que comenzaba en ese preciso instante y por el alma de su querida mujer. Todas las mañanas le llevaba tres tortillas con frijoles y una taza de café para que desayunara la difunta mujer pero estaba demás decir que ella se levantaría de su lecho mortuorio para comer ya que estaba muerta y los coyotes arrasaban con la comida por la noche.

Todavía corría fresca brisa por los curvilíneos senderos invisibles del aire, el zarape no llegaba a cubrirle las piernas y el ranchero temblaba de frío, sus dientes sonaban cual marimbas de carnaval veracruzano, el pobre viejo se moría de frío. El sol por fin resplandecía en todo su esplendor, emanaba calor y luz, ¡ya era de día! Y el gallo canto por una tercera y última ocasión, en los pueblos se suele decir que cuando un gallo canta puede ser para anunciar una desgracia o cantan de alegría, le cantan al día y a los hombres para que estén contentos. Una tercera ocasión se oyó el gallo por todo el rancho, siempre puntual, siempre tan propio, siempre orgulloso de ser el héroe de las gallinas, era un gallo con suerte. El ranchero – campesino se sentía con fuerzas suficientes después de desayunarse sus huevos y con ánimos de sobra para emprender su trabajo de siembra en el monte. Este hombre se hallaba feliz por que amaba su manera de vivir y ni siquiera se inmuto al bañarse con agua congelada ni se preocupo por calentarla un poco, se dio un sabroso baño y mientras tanto musitaba una vieja canción compuesta por él mismo años atrás. Era un semental salvaje, vigoroso y lleno de vida.


Por una cuarta ocasión el poderoso gallo cantó, el sol ya se encontraba en su esplendor como el rey que es, el rey del espacio y la tierra, chillaban y se desvanecían los últimos restos de la oscuridad, ya no existía; las sombras emanaban del distintas partes como evaporándose cual si fuera agua, del árbol, del jacal, del pozo, del corralito. Todo reflejaba una sombra. La tierra se endurecía gradualmente y se calentaba segundo a segundo; por instinto los animales buscaban su desayuno y bajo los matorrales o donde hubiera sombra se enrollaban para dormir un poco más y encontrar un poco de paz. La vaca pastaba gallinaza en su corral, los cerdos comían sus granos de maíz, las ardillas buscaban nueces o semillas para comerlas y las gallinas picaban su purina, lo hacían rápido por que el garañón del gallo que prometía visitarlas un rato mas. Esa era la rutina diaria del ranchito, pacífico y tranquilo. Por tanto, el gallo ya no canto una quinta ocasión.

Un llano, un árbol, una rama, un tronco. Una mano y un tridente, un perro y su amo. Una cabeza y un sombrero; un largo sendero rocoso y hierbas, un hombro y un trabajo por realizar, un sueño y una esperanza. Con el sol de frente, el viejo campesino caminaba dando pasitos cortos, la vista baja mirando las grietas de la tierra, son como si la tierra cambiara de piel así igual que las serpientes lo hacen cada cierta época del año. Era vano pensar que podría sembrar algo en ese pedazo de tierra, ya había estado allí quería sembrar jitomates pero la tierra estaba muerta. No muy lejos divisó el paisaje que se le apareciera en sueños, una tierra viva, una tierra fértil. El ranchero dispuso el tridente en la tierra y comenzó a labrarla. Hacía surcos con su herramienta, surcos de tres y en un par de horas abarcó una buena cantidad de terreno listo para sembrarlo; ese territorio era suyo, le fue proporcionado hace años y desde entonces se dedicó a labrarla todos los días.

Para medio día el agotamiento se presentó en forma de suspiro, sudor y respiración agitada; para un solo hombre abarcar tantos metros de terreno era casi una proeza y sumándole la edad del viejo era verdaderamente asombroso, el trabajo lo debilitó como era de suponerse. Realmente se merecía un descanso, busco una sombra y allí, un sembradío, una piedra, un árbol se tumbó el ranchero a beber un poco de agua y mirar su obra ahora si sembraría tomates y cebollas que en unos meses tendría los frutos de su cosecha para venderlos en el pueblo. Al cabo de un momento se reincorporó para continuar sus labores de agricultura pero algo extraño le estaba sucediendo y comenzó por sentirse un poco mal, le dolía la cabeza de tal grado que pensó que esta le estallaría, le dolían los músculos de las piernas y otros achaques que iban y venían; el campesino era un toro salvaje y no podía dejar el día sin cubrir por lo menos una tercera parte del campo, no se detuvo por las dolencias y continuó a pesar de las mismas al cabo que ya faltaba poco para regresar a su casa.

Del morralito que llevaba colgando de su hombro derecho tomó un puño de semillas que esparció cuidadosamente en la tierra a su lado derecho, y del morralito del hombro izquierdo hizo lo mismo con las semillas de cebolla esparciéndolas al lado izquierdo donde correspondían, así pues tendría tomates y cebollas plantados en su terreno. Ese fórmula le sirvió mucho en una ocasión hace años que intentó sembrar calabazas y melones por ahorrar tiempo y esfuerzo ideó la manera de ir esparciendo las semillas al mismo tiempo en lados distintos se le ocurrió esa técnica de traer dos costales con diferentes semillas a los hombros y mientras caminaba echada de un lado semillitas de calabaza y del otro melón. Terminó molido pero también ganó el doble de plata aquella temporada.

El día estaba caliente ya, infernalmente ardiente; sucedió como comúnmente sucede que uno no se da cuenta de los cambios climáticos del día hasta que los trae encima. De repente puede hacer frío y un segundo después un calor bárbaro, la naturaleza tiene rostros cambiantes. Era verdaderamente un clima tan caliente era que el suelo quemaba ni que decir de las rocas que estaban como para asar un huevo en ellas. Un contraste con el clima fresco y agradable de la mañana; el viejo campesino que a duras penas podía con su alma, echaba una semillita por aquí y otra por allá, otra vez, y otra más, otra, diez mas, dos, treinta y no terminaba parecía chiste pero sus morrales no se vaciaban por más que echara semillitas al suelo. Con un pañuelo estropeado secaba el sudor de su frente y rostro para después colocárselo debajo del sombrero protegiendo la nuca del radiante sol y con el sudor refrescaba un poco su cuello y volvía maquinalmente a su rutina, su mano derecha al bolso, tomaba semilla y al suelo, mano izquierda al bolso, tomaba semilla y al suelo. Y de nuevo el pañuelo para secarse el sudor.

Al principió sentía un fuerte dolor en las piernas y no precisamente por la edad, también los brazos le dolían, en general los músculos se le engarrotaron y no respondían a lo que el viejo les pedía, pero aún así seguía con su labor, la cabeza estaba por hacerle explosión. El calor lo trataba de inmovilizar pero él seguía trabajando sin importar las inclemencias del sol y las físicas. Estaban en su contra pensaba tanto el sol como su cuerpo que no querían que siguiera haciendo esfuerzos pues ya estaba bastante viejo. Miraba al cielo y nada mas le sonreía al sol. Los músculos dejaron de ser molestia pues ya no los sentía, el dolor desapareció o mas bien se mimetizó con la voluntad del campesino aquel quien se secaba el sudor cada vez más seguido. Se estaba asando de tanto calor.

O tal vez suceda como aquella vez pensó, que se desmayó a pleno medio día en su huerta y despertó hasta pasadas las 7 de la mañana al coincidir con el tercer canto del gallo en su rancho; mientras permanecía inconsciente miró a su mujer que le saludaba y le decía que estaba bien, también vio a sus hijos que reían felices por ver a su padre después de 10 años que murieron en un accidente con un tractor, no era tiempo para que se fuera todavía pero le indicaron que el sabría cuando llegaría la hora en que se reunirían de nuevo y para toda la eternidad. Tuvo ese presentimiento desde que se despertó esa mañana, una sola ocasión le sucedió pero no descartaba la posibilidad de que otra vez le ocurriera salvo que ahora aprendió de aquella vez y tomó sus precauciones, su pañuelo. Aunque atento, no tenía miedo ni se crispaba lo tenía todo bajo control y bien dominado creyó. Nunca creyó que fuera a morir no en esa ocasión, no en ese día tan igual como los demás, era fuerte todavía no se dejaba vencer tan fácil pero esa idea le cruzó por la mente un segundo, un fugaz segundo en el que le vinieron a la cabeza un molote de imágenes deprimentes; era su sueño morir en el campo pero no sólo sin que nadie le hiciera siquiera una pequeña oración. No pasaría ese día de eso estaba seguro, un poco de agua calmaría su sed y su impaciencia.

Tenía que seguir trabajando de eso no quedaba duda, aún le faltaba mucho por recorrer y lo hecho no abarcaba siquiera la mitad de su huerta. Pero, como toda vieja bestia con voluntad pero sin fuerzas, el viejo empezó a desfallecer de cansancio; le parecía raro pues nunca se sintió tan mal ni siquiera cuando se desmayo en la huerta. No sentía dolor, no sentía la cabeza, no sentía su cuerpo, era así que poco a poco se sentía más liviano. Literalmente caminaba con borbotones de agua en sus piernas, los pantalones los traía empapados del liquido que le emanaba del cuerpo, su camisa por igual mojada hasta el punto que parecía haberse echado un chapuzón en el mar con las ropas puestas. Su rostro lucía pálido, mojado y delgado, gotas y gotas caían por sus mejillas, su cabello igualmente parecía trapeador recién sumergido en limpiador. El sombrero se le desbarató por lo húmedo de su pelo pues era de paja y añejo. Las manos, arrugadas por el sudor y temblorinas por el hecho tan insólito del que era participe parecían estar formadas de agua; no dudó en gritar pero sabía que nadie iría en su ayuda por que no había una sola alma humana cerca además la lengua se le derritió por lo que no podría articular palabras claras, de su boca solo salían sonidos extraños, todo aquello era difícil de creer para el. El viejo se estaba derritiendo sin dolor.

La voluntad era fuerte en el campesino quería seguir trabajando a pesar de su situación, trataba de tomar sus semillas viniéndose un buen puño de estas por lo mojado de las manos, le resultó imposible continuar entonces quiso tomar una bajo el árbol que daba una buena sombra y después irse a su casa pues era imposible seguir así trabajando y el día de mañana sería un día distinto, tendría que tomar nuevas precauciones, No por morir completamente solo en el monte y que sus perros, los zopilotes, coyotes y animaluchos devoraran sus arrugadas y viejas carnes. Como podía caminaba hacía el árbol en el que uno de sus perros dormía placenteramente, se esforzaba por dar un paso y luego el otro, agua y mas agua surgía de su cuerpo; no había dolor, era miedo.

El viejo ranchero a como pudo llegó al árbol, su perro al no reconocer la desfigurada figura de su amo o el aroma le ladró desconociéndolo, el viejo quería descansar, era lo único que por su frente pasaba además del sudor. Tomó su cantimplora y bebió hasta más no poder, tenía una tremenda sed que no la calmaba ni con agua, misma que salía por su cuerpo tan pronto entraba en su boca. No podía moverse, no podía hablar, no podía cerrar los ojos y quizá hasta no podía respirar. Su masa muscular fue desvaneciéndose segundo a segundo, ese desgraciado hombre ya no era humano tornándose en una sustancia gelatinosa difícil de reconocer y clasificar. Los cabellos crespos caían, eran sanguijuelas de pantano arrastrándose por el cuerpo hasta que quedó calvo. Lo que del oído le quedaba escuchaba como sus órganos se alborotaban en un caldo de menudencias y tripas, sus pulmones se llenaron de agua quedando de con una pesadez asombrosa. Y por fin no luchó más cayendo a la tierra, un brazo se le desprendió y trató de gritar, ya no tenía voz, ya no le quedaba esperanza. Los sonidos de su cuerpo se escuchaban huecos, bofos, líquidos. No se podría decir si lloraba o reía pero miraba al horizonte, si abandonó la esperanza de la vida adoptó la felicidad de la muerte, su corazón burbujeante de sangre y agua latía con fuerza por que la veía, la veía a ella a su amada mujer acercarse a él.

Las lágrimas de volvían agua por igual no pudiendo saborear su amargo sabor de melancolía, por fin se toparía con su mujer e hijos, por fin estarían juntos. Con el brazo que le quedaba trató de alcanzar la silueta siendo sus esfuerzos inútiles por que desapareció sin proferir palabra alguna tal como la vez anterior. Pronto no quedaría mas del hombre aquel mas que una camisa blanca, un par de sandalias, un pantalón, los restos de un sombrero, un cinto de cuero, un tridente, dos costales con semillas, una cantimplora y un escapulario. Deshaciéndose muy lentamente era una tortura horrible por que agonizaba por cada gota que caía en tierra seca; el perro dejó de ladrar y bebía del charco de agua alrededor del viejo campesino irónicamente terminaría por beberse a su amo.

Nadie supo que fue lo que sucedió aquel día y nadie lo recordará, a nadie le importaría la extraña situación del desdichado aquel, era viejo, solitario y muchas veces hasta huraño. Poca gente se acercaba al rancho, derretido completamente y absorbido por la tierra quedaría en una tumba que nunca quiso para sí. Su perro se llevaría sus cosas al rancho en el hocico y absolutamente nadie sabría de lo sucedido al pobre viejo solamente si el perro pudiera hablar pero eso resulta imposible.

Un llano, un árbol, una rama, un tronco, un tridente, unas prendas y un perro dormilón. Unos cabellos grisáceos remojados, un charco de agua y un anillo de oro.

Entonces, llenó de aíre sus pulmones y cantó por primera vez el gallo, no lo escuchó siquiera el viento, cantó por segunda vez el gallo y una chispa de fuego alumbraba el horizonte. Vino un tercer canto del gallo y dentro de una casucha se calcinaba un hombre con artritis entrado en edad, viejo al parecer, sin poderse mover quedando preso de las llamas que acababan con su única propiedad; entonó un cuarto canto el gallo y el sol comenzaba a despertarse a lo lejos. A la un árbol se hallaba echado un par de canes y en la rama colgaban un sombrero de paja añejo, una cantimplora y un pañuelo viejo y del mismo árbol un tridente esperaba las manos de su amo para comenzar a labrar la tierra como todos los días y a pesar de todo una quinta vez el gallo enmudeció y no cantó y los restos de una pequeña casa se reducían a cenizas.


18 de febrero del 2006.
Datos del Cuento
  • Categoría: Terror
  • Media: 5.75
  • Votos: 63
  • Envios: 1
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