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El Canto nocturno de los grillos...

Hoy por la tarde estuve muy triste y solo. Quería estar con alguien que pudiera escucharme pero todas las personas con que me cruzaba parecían estar muy ocupadas. Sus caras estaban estiradas, sus ojos abiertos como los de un pescado, y, en verdad, parecía que tenían mucho que hacer... No sé por qué razón cerré la tienda que tengo en el pueblo y salí a caminar por cualquier parte. Pensaba que me sentía así porque no salía a ningún lado durante las diez horas de trabajo, o que había vuelto como una cucaracha que sólo sale hacia la superficie cuando tiene hambre o vaga como una persona perdida o loca.

Miré mi reloj, eran las dos de la tarde, aún no había almorzado y decidí comer pan con leche, tan solo para engañar el estomago un momento. Siempre escuché que cuando uno está deprimido el hambre, la sed, los deseos y anhelos en general se ahogan en el mar de la pena y depresión. Cogí mi bastón y fui a una bodega a comprarme un pedazo de pan y una botella de leche chocolateada.

Cuando entre en la bodega vi a la dueña que era una señora muy gorda, creo que demasiado gorda. Su cara parecía estar llena de pliegues así como las cortinas de un cine color carne, y su cuerpo era pequeño pero parecía ser que su silueta se desparramaba por los diques de su ropa. Eran en verdad una sociedad de olas de grasa. Ante esta visión, me quedé congelado, sin decidirme si entrar o ir con mis ganas de comer hacia otro lugar. De pronto, escuché como un eco que salía de aquella montañita de carne y sangre, diciéndome: "Pase Poeta, y cuénteme algo"... Cuando todas sus palabras penetraron en mis oídos, sumergiéndose en el mar de mi ignorancia, mis labios comenzaron a alargarse y así como cuando el sol brilla y hace que uno se desplume de ropas, así me ocurrió, comencé a limpiarme de todas las armaduras de mi rostro y sentí que tras aquella amalgama de carne y huesos, había algo lindo que compartir y contar...

No recuerdo qué le narré, creo que fue una historia en que un niño huérfano llega a ocupar una casa abandonada, haciéndose amigo de todas las ratas e insectos que pululaban por aquella morada, y alimentándose de las sobras que encontraba en los basurales y en el mercado del pueblo... Hasta que un día observa que una especie de grillo, increíblemente se queda mirándolo por días y días. Y cuando sale a la calle, el bicho le sigue como si fuera una sombra sobre cada paso que da... El tiempo pasa hasta que una noche, mientras el niño duerme, una manada de grillos puebla toda la casa abandonada, botando a todos los demás insectos y a los perros y gatos, menos al niño, que continúa su sueño como si fuera la bella durmiente y los millones de grillos…

Cuando despierta el chico ve que hay millares de grillos que le miran, quietos, imperturbables, como si estuvieran esperando que hiciera cualquier cosa, o aquellos vigilantes de su sueño. EL niño se levanta y, asustado, sale volando hacia la calle y ve que en todo el pueblo en que vivía estaba poblado, ya no de gente, animales domésticos, no, nada de esos, ahora estaba él y los millares de grillos de todos los tamaños posibles. Lo extraño de estos bichos es que parecían no quererle hacer daño, ni impedir que continuase su estilo natural de vida. Se sintió extraño, hasta que una noche de luna llena todos los millares de grillos comenzaron a grillear sin parar, durante noches y noches... Una noche, mientras paseaba por las calles desoladas del pueblo, el chico, extrañado por todo, observa un momento toda la inmensidad del negro cielo, la luna, las estrellas, y siente que desde de las lejanas estrellas hay millones de grillos que al igual a sus hermanas de la tierra, grillean sin parar como dirigiéndose a sus otras estrellas vecinas... "Será el canto nocturno de los grillos"…, pensó el niño... De pronto, todos se callaron y, sin entender la razón, todos los grillos que moraban su pueblo comenzaron a alejarse rumbo hacia las profundidades del bosque del pueblo... Y mientras se alejaban, un grupo de ellos, se unieron y con sus cuerpos esgrimieron una bella señal: "Adiós, Poeta"…

Durante el resto de aquella noche el niño no duerme. Fue testigo de un bello amanecer y el sonido de cientos de aves que alegremente gritaban su existencia a todos los cielos y los seres de la tierra en donde moraban... De pronto, el niño sale a la calle y cuando desea gritar, le sale un sonido profundo, igual que los grillos que habitan los perdidos bosques del pueblo...

La gorda me dio un pan con leche chocolateada, se rió de mi cuento, no me cobró nada y me fui mas tranquilo hacia mi trabajo. No sé, pero sentí como si mis pasos fueran mas ligeros, casi hasta me sentí volando como Peter Pan. Cuando llegué, cogí mi pluma y papel y me puse a escribir otro cuento más…


Surquillo, febrero del 2005.
Datos del Cuento
  • Autor: joe
  • Código: 13277
  • Fecha: 03-02-2005
  • Categoría: Sin Clasificar
  • Media: 3.79
  • Votos: 24
  • Envios: 0
  • Lecturas: 2845
  • Valoración:
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