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El Cielo y el Infierno

Un unicornio blanco con cuernos de oro fue el encargado de recogerme. Era etéreo y delicado como bola de algodón y con alas suaves como las nubes y perfumadas como las rosas. En el camino, se detuvo a enjuagar sus alas con agua de lluvia de luna y me hizo lavar los pies para no tiznar las sublimes tierras del Paraíso con el sucio lodo mundano que traía.

Al llegar me quede boquiabierta. Los Jardines de las Puertas del Cielo eran realmente impresionantes y sobrepasaban los mas imaginativos sueños de cualquier alma mortal. Los caminos que conducían a cada una de las puertas eran bordeados por las más exóticas orquídeas y relucientes helechos que nacían milagrosamente entre un limpio y fino polvo de arena dorada. Con las cálidas piedras del Mar Mediterráneo, cual orgullosos monumentos a la inmortalidad, se erigían pequeñas fuentes de donde brotaba el Elixir de la Eterna Juventud, un agua tan diáfana y pura como el alma de un bebé recién nacido.

Pequeños bancos se habian colocado estratégicamente en medio del camino para que los visitantes pudiesen admirar la belleza de los jardines y manantiales al tiempo que tomaban un descanso. Las banquetas eran radiantemente blancas y no estaban en contacto con el suelo, levitando livianamente a unos pocos centímetros de él, lo cual garantizaba un descanso divino para todo el que se sentara en ellas.

Fui recibida por un coro de pequeños querubines, y un Angel de la Guarda me acomodó en suaves sillones que habían sido elaborados con el algodón de las nubes. Como trago de bienvenida, me sirvieron agua de los manantiales del Edén, con algunas gotas de lluvia de estrellas.

Estos jardines eran la antesala que separaba al Paraíso de los confines mundanos y su divina arquitectura provocaba un sentimiento de paz y sosiego incluso en las más intranquilas y despreciables almas. Mi alma se sentia en paz.

Pero esto no duró. De repente, el cómodo letargo en que me encontraba se vio interrumpido por una fuerza inexplicablemtente misteriosa que se fue apoderando de mí como un maligno cáncer. La atmósfera se cargó de un oxígeno más venenoso que la savia de una serpiente cascabel, y más asfixiante que el abrazo de una pitón. Me vi rodeada de unos horripilantes seres con rostros agujereados brotados de pus y un extraño olor a óxido y muerte. No sé de donde salieron y como se encontraban en tan angelical ambiente. Habían auyentado a los querubines y ni siquiera los angeles de la guarda aparecieron para socorrerme. Entonces me di cuenta: ya no estaba en el Cielo!! Habia descendido a los mimísimos confines del infierno. ¿Porqué? No se. Pero no había duda de que estaba en el infierno. Podía ver las más horrendas criaturas devorabando los cuerpos ya sin vida de los humanos y convertiéndolos en perros sin cabeza que después eran condenados a vigilar las Puertas del Reino de la Oscuridad por toda la eternidad. Aquellos que no eran atacados por estas criaturas, apenas llegaron al umbral, se derritieron como cera abrazada por fuego y fueron integrados al suelo para posgteriormente ser pisoteados por pesadas almas que transitaban el lugar. Un tercer grupo de cuerpos estaban siendo convertidos en enormes escorpiones con garras de fuego y ojos color sangre, e inmediatamente asignados a vigilar las puertas del infierno, aguijoneando a todos los que aspiraban escapar de aquel lugar.

Trate de gritar pero la voz no me salía. Los pulmones todavía estaban contaminados por el extraño veneno, mis extremidades no se movían y me senti totalmente aterrorizada. Durante segundos, pense en que era mejor quitarme la vida que tener que soportar tan horripilante situación, pero no tenia control ni sobre mi propia existencia. Llore hacia mis adentros, y le pedi a Dios que me devolviera a aquel placido paraiso donde me habia llevado minutos antes, donde me sentia sin preocupaciones, temores o inseguridades. Donde me habian asignados angeles para cuidarme y pequeños querubines para mimarme. Pero no podia hacer nada, solo esperar y confiar en que era todo un sueño, un mal rato, algo pasajero que desapareceria en pocos instantes sin yo darme cuenta. Entonces, cuando me entregue al destino, cerre los ojos y desperte...

El reloj despertador sonaba mas fuerte que nunca y por primera vez me senti agradecida de aquel insistente sonido. Mire a mi costado y ahí estaba el, durmiendo placidamente sin sospechar que segundos antes yo me encontraba en aprietos. Y en ese momento me di cuenta. No necesitaba cojines de algodón, ni liquidos benditos, o unicornios ni querubines bajo mi servicio. Ya yo tenia mi propio Angel de la Guarda. El que me daba seguridad, tranquilidad y paz. Y senti la misma paz que experimenté cuando equivocadamente pensé encontrarme en el cielo. Y di gracias a Dios de que ya había encontrado el cielo aquí en la tierra. Me apoye en su regazo y lo desperté con un beso.
Datos del Cuento
  • Autor: Luna
  • Código: 9999
  • Fecha: 16-07-2004
  • Categoría: Mitológicos
  • Media: 5.98
  • Votos: 88
  • Envios: 8
  • Lecturas: 3341
  • Valoración:
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
nada
invitado-nada 16-07-2004 00:00:00

Bien trabajado y romantico! Me gusto el juego de palabras y me fue transportando a un ambiente verdaderamente celestial, principalmente al principio.

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