Frank Morris era un hombre que tenía una obsesión. Otros como él coleccionaban montañas de periódicos o kilómetros de cintas, o se pasaban la vida tratando de inventar un sistema infalible de apuestas, o un método seguro de hundir el mercado de valores. La obsesión particular de Frank Morris era la magia.
Vivía solitario en una habitación alquilada, y solo tenía un gato por toda compañía. Las mesas y las sillas de la habitación estaban repletas de libros y manuscritos muy antiguos, las paredes cubiertas con herramientas propias de un brujo, y los armarios llenos de hierbas y escencias mágicas. La gente lo dejaba solo y a Frank le gustaba que fuera así. Sabía que algún día terminaría por encontrar el hechizo adecuado, que entonces aparecería un demonio y le concedería un deseo glorioso. En eso soñaba por la noche, y por la mañana seguía trabajando en sus fórmulas. Su gato negro estaba hechado cerca, con los ojos amarillentos medio cerrados, como si fuera la misma alma de la magia. Y Frank siguió trabajando, analizándo las permutaciones infinitas de sus fórmulas.
Se había acostumbrado tanto al fracaso que el éxito le cogió por sorpresa. Una nubecilla de humo apareció en el pentágono trazado en el suelo. Un demonio adquirió forma lentamente, y Frank, que tanto había anhelado aquel momento, se encontró temblando de miedo. De algún modo, durante todos aquellos años, nunca había llegado a decidirse exactamente por lo que pediría cuando apareciera el demonio. La nubecilla de humo se convirtió en una enorme forma gris. Frank deambuló de uno a otro lado de la habitación, se retorció las manos, acarició al gato, rechinó los dientes, se mordió las uñas y trató desesperadamente de pensar. Un deseo y solo un deseo, esa era la regla. Pero, ¿qué podía pedir?, ¿riqueza? ¿o acaso el poder era más valioso? ¿debía considerar la eventualidad de pedir la inmortalidad? ¿o era más seguro un deseo más chico o más modesto? Ahora el demonio ya había adquirido su forma. Su cabeza puntiaguda rozaba el techo, y sus labios se hallaban retorcidos en una expresión demoniaca.
-¿Cuál es tu deseo? -preguntó el demonio- Pero, después de veinte años de esfuerzos, Frank quería pedir el mejor deseo posible. Volvió a pensar en las diversas ventajas que le ofrecían el poder, la riqueza o la inmortalidad. Y entonces, cuando estaba a punto de decidirse, vió que el demonio le miraba con una sonrisa burlona.
-Es algo irregular -dijo el demonio- pero creo que cumple con las condiciones. Frank no supo de qué estaba hablando el demonio. Entonces se sintió invadido por una oleada de vértigo, y la habitación se oscureció. Cuando recobró la visión, Frank vió que el demonio se había marchado. "Una ocasión perdida" -pensó. El demonio había desaparecido y todo seguía como antes.
Bueno, no exactamente igual. Porque Frank notó que sus orejas se habían alargado, y que su nariz se había agrandado aun mucho más. Tenía un pelo grisaceo en lugar de su piel y además le había salido un rabo. ¡Aquel demonio traicionero le había convertido en una bestia!
Entonces Frank escuchó un ruido tras él. Echó a correr con la velocidad que solo da la desesperación, alrededor de una habitación que ahora se cernía enorme sobre él. Un solo golpe le cayó encima, y vió un rostro con bigotes y unos dientes gigantescos listos para morder... Y Frank supo entonces que sus dudas había provocado su ruina. Ahora, le resultaba horriblemente evidente que su gato había tenido un deseo antes que él... un deseo que el demonio había aceptado.
Y del modo más natural, su gato había deseado cazar un ratón.
Hasta el momento es el cuento que mas me ha gustado el suspenso y la picardia lo hace unico felicitaciones.