David llega, como todas las mañanas y se sienta en la punta del banco en Gran Vía, en una esquina, como si no quisiera ocupar mucho espacio de un sitio en el que está "de prestado". Lleva su vieja trenca, de color azul marino, es Noviembre y el frío empieza a ser duro en Madrid.
En su bolsillo interior lleva una pequeña libreta, con un lápiz metido en la espiral que sujeta las hojas. Ya le va quedando poco sitio libre, deberá comprar otra. Rápidamente se pone a rematar trazos, líneas con fuerza, dibujando contornos que va rellenando de sombras, cuando en tu vida no hay mucho color, el gris es tu mejor arma.
Un grupo de japoneses se detienen, con un mapa desplegado, interponiéndose entre el y la cristalera de la cafetería. Tiene que detener su trabajo, momento en el que aprovecha para estirarse un poco y meter en los pulmones una buena bocanada de aíre contaminado.
Una vez orientados los extranjeros, vuelve a su tarea, tiene las yemas de los dedos negros de difuminar los trazos, con una técnica enseñada en la academia de Bellas Artes. En realidad, debería estar en clase, pero lleva una semana sin ir. Una mañana, camino de una exposición de arte contemporáneo, se quedo prendado de la camarera de un bar en Gran Vía, lleva todo este tiempo plantándose en ese banco y dibujándola. Comparte momentos con jubilados, vagabundos, adolescentes, todos ellos pasan por el banco al cabo de las cuatro horas que suele estar allí.
En esta semana ha realizado unos veinte dibujos de la chica en cuestión. Primero empezó dejando volar su imaginación, la dibujaba como un hada, vestida de gala, etc. Pero lleva tres días, que prefiere la realidad, es tan imperfecta que la adora.
Hoy se ha decidido, este último ya no tiene excusas. Se levanta y por primera vez, entra en la cafetería, directo a la mesa que da al escaparate con salida a la calle, la zona que ella tiene encargada de atender.
Nunca ha oído su voz, por eso se sorprende cuando escucha "¿Qué te pongo?", dulce, musical. Atina a balbucear "un café con leche". Ella se Vd., ignorante de los sudores fríos que recorren el cuerpo de David. A partir de ahí, todo muy rápido, trae el café, mientras contesta a su jefe con un "Yaaaa voy!", que parece un lamento más que un acatamiento de órdenes.
Apura de un trago el contenido de la taza, ya le han traído la cuenta, deja una propina adecuada y sostenido por las monedas, su último dibujo. Sale a toda prisa, para no estar en el momento que ella descubra el cuerpo del delito. Se sienta en su banco y observa como ella llega a la mesa, en un primer momento no repara en el retrato, pero a los pocos segundos llevándose la mano a la boca, como ahogando una exclamación, se queda suspendida unos segundos en ese gesto. Dobla el papel, lo guarda en su moderno delantal color burdeos y da media vuelta. No le ha visto en el banco de enfrente, atento para observar su reacción.
Al llegar a casa ella mirará el reverso del papel y verá anotado un número de teléfono junto a un nombre.
"Los nombre que tenemos son sueños, con quién estaré yo soñando si sueño con tu nombre". Jose Saramajo.