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El Golem de Praga

Cuentan que hace mucho tiempo, vivió en la ciudad de Praga un rabino llamado Jehuda Löw ben Bezalel, a quien todos llamaban “El Maharal de Praga”, pues era un hombre muy sabio que conocía de todo. Para cualquier pregunta él tenía una respuesta acertada y nunca nadie que acudía a su casa, se iba sin recibir ayuda o un consejo valioso.

Jehuda era también tan alto que parecía un gigante, por lo que la gente también lo conocía como el “Gran Rabino”. Sabía leer las estrellas, hacer cálculos matemáticos de gran complejidad y leer los textos antiguos contenidos en sus libros.

La gente decía que el rabino tenía poderes mágicos y afortunadamente, solo los usaba para hacer el bien. Pero hubo una vez en la que se equivocó.

Ocurrió cuando Jehuda creó un hombre de barro muy grande, de rasgos gruesos y mirada penetrante, al que se refería como el Golem. El Golem era un monstruo que se encargaba de proteger al barrío judío de Praga. Todos los días al ponerse el sol, el rabino introducía en su boca un papel en el que había escrito una palabra mágica, conocido como “shem”. Cuando el shem se encontraba dentro de la boca del Golem, este era capaz de ver, de andar y de hacer todo lo que Jehuda le dijera.

Normalmente, el Golem se encargaba de vigilar la entrada al barrio judío y ayudaba a los suyos a hacer los trabajos más pesados. El único día en el que no cobraba vida, era los sábados, pues las personas del vecindario celebraban el sabbat durante el que no estaba permitido trabajar. Así que Jehuda sacaba el shem de su boca y la criatura se quedaba inmóvil como una estatua de arcilla.

Un día, a Jehuda se le olvidó retirar el papel y las personas aterrorizadas acudieron a él, diciéndole que el Golem se había vuelto loco y estaba destruyéndolo todo a su paso.

Sus enormes manos derribaban de un golpe paredes y techos, mientras que sus pies hacían que el suelo retumbara como si se encontraran en medio de un terremoto. Jehuda se preocupó porque el sabbat había comenzado y trabajar para él, era pecado. Pero aún así no podía permitir que el Golem destruyera su barrio.

Acompañado de unos cuantos hombres, fue al encuentro del Golem y después de muchos esfuerzos, consiguió sacarle el shem de la boca, con lo cual el mismo se quedó tumbado en el piso. A su alrededor todo estaba hecho trizas, había ventanas rotas, paredes agrietadas y montones de objetos rotos.

Desde entonces, Jehuda nunca más volvió a darle vida al Golem, que se quedó olvidado en el ático de una vieja sinagoga, hasta que con el tiempo, sus restos se fundieron con la arcilla de las paredes. Dicen que aun hoy, su presencia se siente en el viejo barrio judío de Praga y que a veces por las noches, se puede escuchar como un hombre enorme vaga en medio de las calles, atento ante la presencia de extraños.

 

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