Hacía un día muy hermoso y soleado, allá en el país de los Peludos. En el bosque se encontraban madurando las frambuesas, y las crías de pájaros ya empezaban a salir de sus nidos en busca de su primer alimento. Sólo nuestro protagonista, Peludo Caruso estaba triste. Todos los Peludos lo llamaban Peludo Caruso, o Caruso a secas: los vecinos, tía Gruñidos, y hasta Peludo Toni, su gran amigo. Toni vivía muy cerca de él, era algo más fuerte y un poco más mayor que Peludo Caruso. Caruso había aprendido muchas cosas de él: cómo saltar por los riachuelos, esconderse de las brujas de la niebla, los duendes de las cavernas y de los gnomos de los árboles del bosque, cómo pescar, encontrar miel, ¡y muchas cosas más! Todas las mañanas jugaban a la pelota, por la tarde juntos recogían frambuesas, y de noche admiraban las estrellas en el cielo. ¡Pero como ocurre con todo lo bueno, llega el momento en que se acaba!, porque Peludo Toni se mudaba de bosque. Y Caruso, en un abrir y cerrar de ojos, contemplaba como el carro de la mudanza se alejaba. De camino a casa, encontró una puerta grande y verde oculta entre un montón de hojas. Ni se lo pensó un minuto, la abrió y encontró una pradera llena de flores azules, rojas, amarillas… al fondo de la pradera había una roca gris, y, sobre ella, sentada, una sílfide. Reconoció que era una sílfide por las historias que todas las noches le contaba su tía Gruñidos (las sílfides tenían alas y eran transparentes como el cristal). Luego, se acercó a las piedras y gritó: ¡Hola, sílfide! Al principio la sílfide se asustó, pero a medida que pasaban los minutos se daba cuenta de que Peludo Caruso había encontrado la secreta puerta, eso era señal de que debía ayudarla. La sílfide se encontraba llorando, el malo de Bock le había robado el ala que le faltaba. Así que convenció a Caruso para para que viajase al fondo del estanque negro en busca de su ala, a cambio le dejaría volar todos los días que quisiese. Como volar era el sueño de nuestro Peludo, Caruso pronunció las palabras mágicas para despertar a Bock: Bock, Bock, Bock del acuático reino, Bock, Bock, Bock del estanque profundo, ven, acude a mi conjuro. Desde las profundidades empezaron a subir unas burbujas, y de pronto apareció una cabeza llena de juncos. ¿Me has llamado?, preguntó Bock. Caruso se echó hacia atrás asustado, pero pronto se dio cuenta se que no era malo, y sonrió. -Me llamo Caruso. Me ha enviado la sílfide. Vengo a buscar el ala que le has robado. -¿Robado?- gritó Bock, yo no quería robarle su ala, Sólo la quería sujetar para hablar un rato con ella. Regresó con la sílfide ya con el ala en la mano. Ésta le comentó: para poder volar tiene que estar el sol en lo alto del cielo. Dicho esto, Caruso se sentó junto a ella y le contó lo inofensivo que era Bock. Se hacía de noche, quería llegar lo antes posible a casa para que no le riñese tía Gruñidos. Ya acostado soñaba que volaba y encontraba a Peludo Toni. Al día siguiente, como de costumbre, atravesó la puerta verde, y se reunió con Bock y la sílfide que estaban charlando. Pronto empezó a volar, el viento lo elevó por los aires, voló sobre ríos, praderas, bosques… pronto el viento lo trajo de vuelta. -Vuelve mañana- dijo la sílfide. Y no digas a nadie lo de nuestra puerta, pues, si no, desaparecerá para siempre. Esa noche cenó tortitas. Al día siguiente , de camino por el bosque encontró a otro Peludo de su misma edad, ambos hablaron, se llamaba Peludo Koni, jugaron a la pelota, rabiaron a las ardillas, Caruso le enseñó a Koni como burlar a los duendes de las cavernas… Al atardecer ambos Peludos fueron de pesca, y en plena faena, preguntó Koni: ¿piensas en algo? Caruso asintió. –En mi secreto- dijo Caruso. Koni se arrimó más hacia él: ¿tú eres mi amigo, no? – dijo.
-Tú también eres mi amigo- dijo Caruso. Pero si te cuento lo de la puerta verde, nunca más la volveré a encontrar y entonces ya no podré volar más…
Asustado, se llevó rápidamente la mano a la boca – ¡Ya te lo he contado!
Se levantó de un salto. Corrió a través del oscuro bosque, ¡la puerta había desaparecido! El tiempo fue transcurriendo, llegó otoño, invierno, la primavera y otra vez el verano. Jugaba con Koni, se divertía., se enfadaba mientras iba siendo mayor. Pero lo que nunca olvió fue la puerta verde, la pradera, a Bock y a la sílfide. A veces, por la noche soñaba que volaba, cada vez más lejos.