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El Palacio de Lecumberri, está ubicado a espaldas del Palacio Legislativo de San Lázaro, en la Ciudad de México. Creado por Porfirio Díaz como un infierno carcelario, para quienes no acataran la ley, su construcción inició el 9 de mayo de 1885, y fue inaugurado por él mismo el 29 de septiembre de 1900. En 1976 Luis Echeverría lo retiró del servicio de Penitenciaría de la Ciudad de México y en 1977 José López Portillo empezó su transformación a Archivo General de la Nación, inaugurado en 1982, y con el mismo uso hasta hoy en día.
Fue una cárcel que albergaría 740 reos, pero se salió de control y llegó a tener hasta 5 mil prisioneros. Más de 15 personas en celdas de menos de tres metros cuadrados dormían parados y amarrados a las paredes. Se dividía en diferentes crujías a las que eran enviados los presos de acuerdo al delito que habían cometido, presos políticos, presos peligrosos y la crujía ‘J’, lugar para los homosexuales, de ahí que de forma despectiva se les comenzara a llamar jotos. El área más temida por todos los presos era “El Apando”, celda de castigo, donde pasaban encerrados hasta semanas enteras, con un mínimo de alimento, sin luz, sin agua, sin ventilación y sin baño.
Por este lugar pasaron los cuerpos sin vida de Francisco I. Madero y de José María Pino Suarez, quienes fueron asesinados a espaldas de la cárcel en 1913. Hubo desde ladrones desconocidos hasta personajes de la talla de Pancho Villa, David Alfaro Siqueiros y Alberto Aguilera Valadez (Juan Gabriel).
Las historias comenzaron cuando los mismos reos platicaban a su familia el “infierno” en que vivían, torturas, desapariciones, asesinatos; de ahí nace el apodo de negro, por toda la historia oscura que había en él. Esto no cesó cuando la cárcel cerró, pues la gente asegura que el sitio está lleno de almas en pena, que entre sus paredes aún se puede sentir ese aire de intranquilidad. Los vecinos cuentan que por la noche aquel palacio es como mirar una película de terror.
Son pocos quienes llevan trabajando en el lugar por más de 20 años, pero han declarado haber tenido encuentros paranormales. Cuando el edificio fue remodelado, se encontraron huesos humanos enterrados cerca de las salidas. Se menciona la aparición de un Charro Negro en el auditorio del Palacio. Se escuchan gritos, lamentos, ruidos extraños que tensan el silencio.
En cierta ocasión a un trabajador del lugar, se le acercó un hombre demacrado diciendo: -Otra vez no vino mi Amelia-, y cuando el trabajador se disponía a interrogarlo, el sujeto desapareció. El empleado, decidió investigar el hecho. Y se encontró que era Don Jacinto, un hombre que murió preso en Lecumberri en los años cuarenta.
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