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El Pez de los Tres Deseos

Hace ya muchos, muchos años, en una casita junto al mar, construida toda de madera color de rosa con el techo de paja y ventanas de colores, vivía una niña muy bonita que se llamaba Frida. Era muy feliz jugando con las conchas marinas que recogía en la playa, saltando sobre las olas y haciendo maravillosos castillos de arena. Sus padres, aunque eran muy pobres y no le podían comprar mucha ropa, regalos bonitos ni costosos juguetes, siempre procuraban hacerla feliz con lo poco que tenían. Su mamá le leía bonitos cuentos cada noche y le enseñaba a cantar dulces melodías que su abuela le enseñó. Le preparaba su comida favorita y demás, cada que podía le cosía hermosos vestidos con las telas que compraba en el mercado. Su padre, un hombretón alto y rubicundo que siempre comía demasiado, era cazador, pero le enseñaba a fabricar redes para pescar, trampas para cazar y a construir muchas cosas útiles de madera y salía todos los días muy temprano hacia la selva cercana en busca de venados, jabalís, ardillas o conejos, los que si tenía suerte, vendería en el mercado de la ciudad para comprar harina, sal arróz, azúcar y otras cosas que se necesitaban en la pequeña casita de la playa.
Un día, cuando la pequeña Frida correteaba y brincaba entre sus amigas las olas de la playa, apareció de pronto frente a ella un pececito dorado que con refulgentes y bellos colores volaba alrededor suyo. Sus pequeñas alas de vivos colores revoloteaban y salpicaban con agua salada el bello rostro de Frida. Sorprendida, más que atemorizada, la niña trató de tomar al hermoso pez entre sus manos, pero no pudo, el pececito se escurría entre sus dedos igual que sucedía con la arena que siempre jugaba.
"No me hagas daño preciosa niña y a cambio te concederé tres deseos", le dijo el inesperado visitante, el que no dejaba de batir sus alas ni por un instante.
Frida se quedó pensativa un largo rato. Qué podía pedirle al pez dorado, si tenía todo lo que quería; a sus padres, la playa, las olas, los caracoles y hasta unos conejos que su papá le había regalado. Pensó por un instante en pedir algo para su mamá, pero recordó que ella siempre le decía que su vieja máquina Singer de coser era todo lo que necesitaba. Se acordó también de su papá, pero al instante recordó que él siempre decía que su escopeta Winchester, aunque gastada y fea, era la mejor del mundo. Así que descubrió que nada necesitaba y nada ambicionaba, por lo que continuó pensativa y callada sin saber qué responderle al pez mágico que ahora la observaba intrigado con sus ojos saltones y mirada incrédula.
"Veo que eres una niña buena, inocente y pura que vive muy feliz con lo que tiene y que no desea nada más, princesita, por lo que yo mismo te diré los deseos que te concederé. Serás muy feliz toda tu vida. Seguirás siendo hermosa y buena por muchos, muchos años y encontrarás un amor verdadero que heredarás a tus hijos, a tus nietos y así por siempre jamás", dijo el pez finalmente y dicho lo anterior, el pez mágico voló hacia el mar y se perdió entre la blanca espuma. Frida nunca más lo volvió a ver, pero siempre vivió muy feliz.
Datos del Cuento
  • Categoría: Infantiles
  • Media: 6.31
  • Votos: 62
  • Envios: 5
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