Amigos, no me gustan las historias tristes, no soy proclive a mortificar a mis semejantes, pero a veces las historias cobran vida propia, vienen a través de nosotros, pero no son nuestras y es nuestra obligación contarlas aun cuando no nos resulten gratas, yo así debo decirlo, pues fundamentalmente me gusta buscar en las experiencias que he vivido lo más gracioso, lo más divertido, pero a veces no hay nada divertido en un hecho trágico, por más que se intente y se continúe, lo trágico, nunca llegará a ser divertido, sino grotesco y cruel, algo que les juro trato de evitar, pues no me gusta ni la crueldad ni lo grotesco, si después de esta advertencia comprenden que la historia que les narraré no es graciosa, es un buen momento para abandonar esta lectura….
Para aquellos que puedan soportar lo trágico continuaré mi relato: La ciudad de Jinotega, es una ciudad muy humilde de Nicaragua, está rodeada por montañas y colinas y es conocida como la ciudad de las brumas, es posiblemente la ciudad más fría de nuestro país tropical, no siendo su temperatura ofensiva ni peligrosa, es una temperatura más bien agradable la mayor parte del año, llegando a bajar excepcionalmente hasta los trece grados centígrados en los meses de Diciembre y Enero, lo que para un ser humano normal y bien alimentado no constituye peligro alguno, pero si puede resultar incómodo para aquellos que carecen de un techo o un mendrugo de pan.-
Hace algunos años, no diré cuantos, observé por mi barrio, la figura maltrecha de un hombre diminuto y muy pobre que cargaba un tercio de leña, buscaba este pobre hombre como vender su humilde mercancía en nuestro barrio ofreciéndolo discretamente casa por casa, sin lograr su propósito, llegó hasta la puerta de mi vivienda y con cierta timidez ofreció su mercancía, encontrándose mi señora madre presente en la sala de nuestra casa tuvo a bien comprar aquella leña para atizar el fogón que existía en el patio de nuestra casa y que era utilizado como último recurso cuando el gas butano escaseaba.-
Mi señora madre dijo: Sería tan amable de llevarlo al patio, a lo que el hombre mansamente accedió, luego de haber depositado la carga donde le indicase mi madre y habiendo pagado el precio convenido. Mi señora madre a aquel individuo, éste permaneció en la acera de nuestra casa dubitativo, por lo cual mi señora madre, siendo una mujer de buen corazón ofreció algunos alimentos a aquel pobre personaje quien agradeció con una lánguida sonrisa el gesto de humanidad, me llamó la atención ver comer a aquel hombre muy despacio las tortillas con frijoles que le obsequiara mi madre, pero más me llamó la atención ver lo que a continuación haría este personaje.-
Era una tarde extraordinariamente helada, soplaba el viento con fuerza en Jinotega, el ruido en las hojas de zinc me sobresaltaba, el movimiento constante de las ramas de los árboles me ponían los nervios de punta y mientras me encontraba bien abrigado dentro de mi casa pude observar al pobre hombre que en la acera de nuestra casa se había sentado y quien de un raído bolso de yute había sacado un cuaderno sucio y roto en el cual escribía frenéticamente.- Esto me causó asombro, puesto que me pareció extraño que aquél hombre, en la inquietante ventisca dispusiera de su tiempo para escribir, lo miré a los ojos, el hombre parecía feliz , era un hombre de aproximadamente unos cincuenta años, de piel morena y escaso cabello blanco, muy delgado y pequeño, su ropa tan humilde y desgastada incrementaba mi angustia al verlo tan desprotegido y débil, la oscuridad de la noche se lo tragó y ya no vi más, puesto que producto del vendaval ese noche el alumbrado público no funcionó, esa noche dormí sobresaltado, por el ruido ensordecedor del viento azotando mi casa danzaron los sueños agitados y nerviosos en una semi vigilia atormentada, tardé en despertarme, la bruma lo envolvía todo, eran aproximadamente las siete de la mañana, al llegar a la cocina de la casa materna noté el sobresalto de los presentes. ¿Qué pasó? Dije, sin preguntar a nadie en especial, me contestó doña Filomena amiga de mi madre, que se encontraba presente: ¡Encontraron a un hombre muerto en la mañana¡ ¿Qué? Dije asombrado, ¡Un Hombre muerto¡ dijo doña Filomena murió a escasos metros de esta casa.-
Cuando salí a la puerta de mi casa, ya no había nadie, los paramédicos ya se habían llevado al hombre, pero si pude observar el bolso de yute tirado bajo un árbol y a escasos centímetros el cuaderno sucio y roto enredado entre las piedras y la basura de la calle.-
Me dominó un impulso y sin siquiera pensarlo, tomé el cuaderno y busque la última hoja escrita la cual decía: “DIA FELIZ, un nuevo tiempo viene, que me llena de esperanza, siento la alegría que a mi vida va a sonreír, en el aire siento la fragancia de cosas buenas que van a ocurrir, las cosas mejoraran, éste es un día feliz, volveré con los míos, compraré pan, leche para los chicos y tortitas de maíz”
Miré prácticamente con enojo las frases escritas y se me antojó que aquellas eran las frases más tristes que podían haber sido escritas e incluso las lágrimas saltaron a mis ojos.- Mi madre salió alarmada de la vivienda y me preguntó ¿Qué pasa, porque estás llorando? Y yo la quedé viendo desconsolado y le dije la verdad, ni siquiera sé por qué estoy llorando.-
Amigos, éste es el único poeta que he conocido de Jinotega y debo decirles que ni siquiera supe cómo se llamaba este pobre hombre.- A través de los años he reflexionado que el día más feliz para un poeta, para cualquiera de nosotros puede ser el día más triste y todo lo contrario también.-
Gracias amigo por tu comentario, al igual que vos, estuve muchos años ausente de la amada patria y por ello, cada uno de sus recuerdos los atesoro profundamente, saludos y bendiciones