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El Principe...

Tenía un amigo que era un príncipe. Cuando salíamos juntos a la calle, todo el mundo le miraban embelesados, pero a mí nadie me hacia caso.

No entendía el por qué venía siempre a buscarme. Ya sea para hablar, pasear o para lo que fuere. Yo creo que le caía muy bien.

- Me siento tranquilo a tu lado – Me decía el príncipe.

Era extraño, pues yo era un chico callado y sin amigos, y tan solo me gustaba vagar de aquí para allá. Me gustaba mirar el cielo por las noches y el mar durante día y, nada mas… Sin embargo, al príncipe le encantaba venir a buscarme…

Una vez me invitó a una reunión de gente así como él. Todos eran condes, barones, o sea, gente de la nobleza. Cuando entré, todos me miraron como un bicho raro, y en verdad, yo me sentía así… Sin embargo el príncipe me presentó a cada uno de ellos, diciéndoles que yo era su amigo.

- Míralos a todos, - me decía, moviendo el brazo como un abanico, mostrándome a todos sus invitados – escoge al compañero que desees… Todos serán tus amigos… ¡Ríanse, les ordeno! – les exigía…

Los miraba y veía en cada uno de sus rostros el esfuerzo que hacían por reír, tratando de complacer a su príncipe, pero yo no decía nada, es que, yo era un chico tranquilo, insignificante, que le gustaba pasear por las noches mirando el cielo, solo, siempre solo… y, nada más.

De pronto, el príncipe exclamó:

- ¡Todos, váyanse de mi presencia!

Ya estaba por salir junto a los demás personajes, cuando sentí que el brazo del príncipe me cogía del hombro para llevarme hacia otro salón, en donde encontramos infinidad de manjares.

- Escoge los que desees, son tuyos… - me dijo.

Pero yo, ya les dije, era un chico tranquilo y que sólo comía casi como un pollito. Y no por hambre, sabía que si dejaba de alimentarme, la enfermedad y la debilidad me destruirían. Sin embargo, no supe qué decirle, y no le dije nada… es que, la timidez me lo impedía…

No pasó mucho rato cuando llegaron a la sala hermosas mujeres que, apenas vieron a su príncipe se arrojaron a besarle y acariciarle como si fueran sus esclavas… Él, les mandó que comieran las delicias servidas en la mesa, y todas, como perras hambrientas, se abalanzaron sobre los potajes, lanzando gritos y risas por todo el comedor… Yo las veía, y, ya saben, la timidez…

- Escoge a cualquiera de ellas, son tuyas – me ordenó el príncipe.

Al escucharlo, todas dejaron de comer y como si fueran muñecas de plástico, se abalanzaron sobre mí, pero cuando estaban por tocarme, las miré seriamente a los ojos y todas quedaron paralizadas. Ya no reían ni murmuraban nada, todo quedó en silencio… Todas se miraron, y luego, contemplaron al príncipe; mientras que él, comenzó a reírse por aquella extraña circunstancia…

Después de un momento les ordenó a las chicas que salieran del salón, pues deseaba conversar a solas conmigo. Cuando todas se fueron, me ordenó que lo siguiera. Salimos a la calle, subimos a su carruaje y nos dirigimos hacia el palacio real.

Cuando llegamos al palacio, todas las personas que lo habitaban, agachaban la cabeza ante él. Bajamos y entramos. Y después de subir y bajar escaleras, y de pasar de salón en salón, llegamos a una inmaculada pieza con grandes puertas doradas que estaban custodiadas por dos inmensos guerreros.

- Abran esas puertas y déjenme pasar – les ordenó el príncipe.

Los guerreros agacharon la cabeza y abrieron la puerta, dejándonos atravesar hacia aquel inmenso y lujoso salón. Luego, cerraron las puertas tras nosotros y en uno de los grandes sillones encontramos a un pequeño viejecillo que estaba durmiendo… Suavemente nos acercamos y, cuando estuvimos a su lado, el príncipe empezó a llorar desoladamente, provocando el despertar del anciano. Se paró y le cogió por los hombros al joven príncipe. Lo colocó sobre su pecho y en silencio, empezó a consolarlo en sus brazos… “Es el Rey”, me dije.

El príncipe no dejaba de lloriquear, y el rey que, sin percatarse de mí presencia, lentamente se lo llevó a otro ambiente. Los vi alejarse hasta perderse en un rincón de la sala. Me quedé solo y sin nadie a mi lado, y como ya era de noche, fui hacia una de las ventanas y me puse a observar el cielo, es que, eso me encantaba… es que, yo era un chico simple, uno como cualquiera...

De pronto, sentí una palmada en mi hombro. Y cuando volteé, vi al príncipe con el rostro placido, acompañado del viejecito.

- Escoge lo que quieras, todo será tuyo… – me dijo el príncipe.

Lo miré, y vi al viejecito nervioso a su lado, como si se sintiera ofrecido… Me dio mucha pena lo que veía, y comencé a llorar… De pronto, sentí que el rey me cogía de los brazos y me ofrecía su pecho para consolarme. No entendí el por qué lloraba tanto, pero lloré casi sin parar durante toda la noche, hasta quedarme totalmente dormido. Cuando desperté, ya había amanecido y vi al rey sentado a mi lado.

- Descansa, hijo mío – me dijo.

Sorprendido por todo, salté de la cama, y traté de salir por la ventana, cuando a los lejos vi por el sendero, a un insignificante muchacho que se alejaba, parecía ser un chico sencillo, tímido, de esos que no hacen mal a nadie, uno como cualquiera… Me encantó contemplarlo, pues hacía sentirme tan bien…




Lima, 04/11/04
Datos del Cuento
  • Autor: joe
  • Código: 11610
  • Fecha: 07-11-2004
  • Categoría: Sin Clasificar
  • Media: 5.38
  • Votos: 24
  • Envios: 0
  • Lecturas: 2320
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