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El Reflejo en el mar

Después de comer y descansar un rato, nuevamente se encaminó hacia la playa.
Disfrutaba ampliamente de la vista, del cálido y húmedo ambiente, del aire rozándole la cara, del sol al empezar a declinar hacia el Oeste y del olor salado del mar mezclado con el incienso de una casa cercana.
No había más visitantes, la playa estaba a su completa disposición, con su arena amarillenta y con su mar en tonos azules y grises, tan común en las costas de la Bahía de Bengala.
Colocó la toalla sobre la arena, respiró profundamente, mientras partículas de la brisa oceánica penetraban en sus pulmones. Se sentó y miró la plenitud, la totalidad y la magnificencia del mar. A su derecha, un grupo de vendedores, sin poderse acercar, esperaban y anhelaban venderle alguna de sus artesanías.
Se desprendió de su ropa y sólo con su traje de baño, se metió en el mar. Varios ojos curiosos observaban cada uno de sus movimientos, pues en la India no es común ver a una persona adulta y extranjera en traje de baño, en especial... si es mujer.
El nadar le daba gran placer, cada uno de sus movimientos le otorgaba una inmensa libertad, como si en cada brazeada o patada se desprendiera de cada uno de sus problemas, preocupaciones, complejos, anhelos, deseos y pensamientos. Al flotar y al sumergirse en ese líquido salado y gris, sentía como si una mano gigantesca la meciera, protegiera y guiara. De repente recordó el océano divino de leche de la mitología hindú y se sintió en él. Incluso el sabor del mar había cambiado, abrió la boca y disfrutó un sabor lechoso y ligeramente dulce.
Abrió los ojos y se dirigió a recoger su toalla. Los hombres que la habían observado meticulosamente, se dirigieron precipitadamente hacia ella. En un principio se desconcertó y abrió ampliamente sus ojos brillantes, ante tal comportamiento. Al llegar a unos cuantos centímetros de distancia, se abalanzaron a su pies, juntaron sus manos y no dejaban de rezar y de inclinarse, gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas. Por un momento ella no comprendía lo que los hombres hacían, hasta que se rascó la cara y vio su mano azul-grisasea como el mar. Los sentimientos encontrados que le surgieron dieron paso a una paz total y a una conciencia ilimitada, que en un instante la sorprendieron.
Se acercó al mar para ver su reflejo y se dio cuenta que ya no era la persona que “siempre” había sido. Ahora tenía la piel gris por la ceniza, unos hermosos ojos luminosos, el cabello enmarañado y recogido en una parte a manera de chongo del cual brotaba el río Ganges, con un par de arracadas y unas cobras alrededor de su cuello, que se movían felizmente. Su reflejo no era el de “ella”, ahora era el del mismísimo dios de la transformación y destrucción del hinduísmo: Shiva.
A lo lejos, como eco, resonaba en la playa el clásico mantram de Shiva... de los hombres... y como fondo el Om, Om...Om..Om, de Shankara.
Datos del Cuento
  • Categoría: Mitológicos
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
JsRtWLKJRFoEVGNDMt
invitado-JsRtWLKJRFoEVGNDMt 06-06-2012 00:00:00

jajajaja disculpam esa creo q nadie te rsdeonpio:roll: pero no imorta yo si espero lo leas no eres el unico en quedart en casa hoy es viernes y lo estoy jajaja m despido maria jose ja:cool: bueno chao m despido bye:oops:

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