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Erik recibió como regalo de cumpleaños un ipod, que después de mucho pedirlo, su padre había logrado comprarlo en el remate de una casa de empeñó, estaba prácticamente nuevo, con accesorios incluidos, ningún rayón, así que el chico lo recibió con gusto, cuando todos se marcharon ya era tarde y el simplemente se fue a dormir, habían pasado ya horas, cuando el ipod se encendió con el volumen máximo, al menos así pudo comprobar que las bocinas externas tenían muy buena potencia.
El simplemente lo apagó para volver a dormir, pero en unos minutos se encendió de nuevo, eran las tres de la mañana, no había tiempo de revisar lo que sucedía, así que solo lo quitó de la base, pero para su sorpresa este se encendía de nuevo y aun sin bocinas, podía escucharse como una especie de canto, del cual no podía entender nada, pero lo dejó seguir.
Las paredes del cuarto parecieron tomar vida, se movían como si respiraran, se convertían en una especie de plástico oscuro, el cual cientos de manos intentaban romper, cuando al fin lo lograron, pasaron sus cuerpos entre la pequeñas aberturas, con posiciones extrañas, moviéndose como si les faltaran todos los huesos.
El joven tomó el ipod y lo estrelló contra el piso, en el silencio, las extrañas apariciones se quedaron inmóviles un momento para después ser jaladas por una fuerza mayor a ellas, por el mismo lugar de donde habían salido.
No pasaron más que unos segundos, cuando el ipod destrozado, siguió tocando, y no se detuvo hasta que todos aquellos seres rodearon a Erik, causándole quemaduras de frio en el cuerpo cada vez que lo tocaban, hasta el punto de convertirlo en una piedra que el padre casi hizo polvo cuando abrió la puerta violentamente, venia en busca de su hijo, y la razón que lo hacía gritar, alcanzó a ver apenas decenas de muertos caminantes, que volvían a las paredes, meciéndose a ritmo de los cantos extraños, del ipod destrozado.
Ese ipod había pertenecido a un grupo satánico, que tenían en el cientos de cantos para invocaciones de sus ritos y sacrificios.
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