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Categoría: Tradicionales

El Rey de las Orejas de Burro

Una noche estaba el Rey Midas en su palacio bebiendo elixir. Era tanto su gusto por la bebida que descuidaba sus quehaceres en su Reino.
Una noche recibió la visita de un duende.
-Si me das un trago del elixir te contaré un secreto-le dijo el Duende.
-No, cuéntame primero el secreto-le respondió Midas.
-Si me lo das, te lo cuento.
-De acuerdo.
El Duende y el Rey se pusieron a beber y el Rey se quedó dormido. Cuando despertó ya el duende no se encontraba allí.
La noche siguiente el Duende volvió a aparecer, y de nuevo se repitió la misma historia; Midas se quedó dormido.
La tercera noche antes de quedarse dormido el Duende le aseguró que al día siguiente tendría como presente lo que él siempre había deseado.
Y, efectivamente, cuando Midas se levantó se dio cuenta de que todo lo que tocaba con sus manos se convertía en oro.
El Rey estaba muy contento con tal regalo, pero con el tiempo se dio cuenta de que más que un regalo se trataba de una maldición. Cada vez que intentaba comer algo lo convertía en oro, de tal forma que estuvo a punto de morir de inanición. Pero el peor castigo fue cuando convirtió a su preciosa hija en estatua de oro.
Mida pasó varias noches llorando por su hija. Se dio cuenta de que aquel maravilloso don no le había dado la felicidad que él esperaba, sino que además le había arrebatado a su querida hija.
Una de sus desconsoladas noches volvió a recibir la visita del Duende.
- ¿Por qué me has hecho esto? -preguntó el Rey desconsolado.
- Tu avaricia y tu curiosidad te han llevado hasta este punto. Gracias a esto aprenderás una valiosa lección.
- Por favor, te lo suplico, libérame de esta maldición.
- Está bien. Pero a cambio de devolverte a la normalidad, tendrás un castigo.
- Lo que sea. Pero despójame de este sufrimiento.
- Así será.
El Duende dejó la habitacion de Midas, mientras el Rey se sentó en el suelo a seguir llorando. Y entre llantos, se quedó dormido.
Cuando se despertó, el Rey tocó la primera cosa que encontró a mano para comprobar si el Duende había cumplido su palabra. ¡Y, efectivamente, el poder de convertir todo lo que tocaba en oro había desaparecido!
"¿Cuál será el castigo que me ha puesto el Duende?" se preguntaba el Rey, y cuando fue a asearse y se miró al espejo, vio que en lugar de sus orejas corrientes había unas horribles orejas de burro.
El Rey lloró de nuevo desconsoladamente. "Debo esconder estas orejas de burro, no quiero que nadie las vea". Así que Midas se puso un turbante para tapar las horribles orejas.
Pasó un año y Midas se miró al espejo:
"Estoy horrible con estas orejas. Pero estoy aún más horrible con el pelo que me ha crecido tanto. Hace ya más de un año que no acudo al barbero."
Mandó llamar al barbero real y le dijo que quería cortarse el pelo.
- Su Majestad, quítese el turbante para que pueda trabajar- le dijo el barbero al Rey.
- Pero tienes que prometerme que cuando me quite el turbante y veas lo que esconde no dirás nada. Y que cuando salgas de aquí no le contarás a nadie lo que has visto, porque de lo contrario me enteraré y el castigo será terrible. Desearás haber muerto. Te pagaré bien.
El barbero hizo la promesa de no contar a nadie lo que viera y el Rey se fue quitando el turbante poco a poco.
Cuando el pobre hombre vio que lo que el turbante escondía eran las orejas de burro del Rey se quedó horrorizado, pero aún así realizó su trabajo sin decir nada.
Cuando el barbero llegó a su casa su mujer le preguntó cómo le había ido en el palacio, y él se limitó a dar respuestas cortas.
"Me ha ido bien. Como siempre. Me ha pagado muy bien."
Pasaron los años. La gente se preguntaba por qué había tanto secreto cuando el Rey acudía al barbero, pero el barbero no decía palabra acerca del asunto.
Cerca de donde vivía el barbero había un bosque. Y un día el barbero, el cual estaba enfermo de los nervios a causa de guardar un secreto tan grande como aquel, se adentró en lo más profundo del bosque y gritó con todas sus fuerzas:
"¡EL REY TIENE OREJAS DE BURRO!"
Era la primera vez que esas palabras salían de su boca, y se sintió tan liberado que decidió gritarlo una y otra vez.
El barbero gritó tanto y se sintió tan liberado que perdió la vida.
Desde entonces cada vez que soplaba el viento en el bosque y los árboles se movían, resonaba la voz del barbero que decía "¡EL REY TIENE OREJAS DE BURRO!"
De esa forma todo el mundo en el pueblo se enteró de que el Rey tenía orejas de burro.
El Rey mandó cortar el bosque para que no resonasen las palabras que tanto le atormentaban, pero el bosque volvía a crecer y seguía resonando la misma frase. El Rey cortó el bosque una y otra vez, pero el bosque crecía de nuevo.
Finalmente los ciudadanos, al haber oído el rumor de que el Rey poseía orejas de burro, se reunieron en frente del palacio de Midas para obligarle a quitarse el turbante.
Midas se lo quita y descubre que su pueblo no se alarma tanto.
Se da cuenta de que su gente le quería por haber sido un buen gobernante y no por su aspecto.

No sé si este cuento es realmente así, pero lo he escrito tal y como yo lo recuerdo.
Datos del Cuento
  • Autor: Angel
  • Código: 4099
  • Fecha: 28-08-2003
  • Categoría: Tradicionales
  • Media: 4.3
  • Votos: 61
  • Envios: 0
  • Lecturas: 4875
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