Es verano y ni aún así dejo de ir a la biblioteca. Hace ya un mes que finalizaron los exámenes, pero mi pasión por la lectura me impulsa a continuar visitándola a diario. Y es que aprobar, lo que se dice aprobar, no aprobé muchos exámenes. Pero leer...
Mitad del verano. El pueblo, medio vacío. La biblioteca, el único resguardo del abrasador calor que azota a los que nos quedamos sin vacaciones.
Busco por entre las baldas algo interesante que leer. El polvo se acumula en las repisas, señal de que la temporada estival da paso a la holgazanería de quienes deben pasar el verano custodiando los enmohecidos libros. La semioscuridad del ambiente denota cierta dejadez de los mismos.
Por fin, mi dedo índice se detiene en algo curioso: "Alejandro Baldac, Señor de las Tinieblas". Muy curioso.
Leo: "Alejandro Baldac, Señor de las Tinieblas, el que todo lo ve y todo lo oye. Guerrero mercenario de la Edad Media que combatió junto con sus soldados en la invasión y conquista de pueblos habitados de las regiones del centro de la península. Su sanguinario dedo indicaba el poblado que quería derrocar y sus serviciales caballeros obedecían sus órdenes. Los métodos brutales y salvajes que empleaba hacían prácticamente imposible su derrota. Únicamente hubo una persona capaz de frenarle, el Monseñor Matías Trescantos, quien se opuso a la opresión y tortura de su pueblo, Corcejuela. En esta última batalla perdieron la vida cada uno de los siervos del Señor de las Tinieblas, quien desapareció para siempre jurando venganza desde el infierno".

El libro se me escurre de las manos. ¡Corcejuela!¡Mi pueblo!. Rápidamente me agacho a por él, pero para mi sorpresa, el libro está en llamas, ardiendo sin cuartel. De la pequeña fogata, van apareciendo imágenes, rostros de sufrimiento y terror que se elevan una cierta altura y vuelven a zambullirse en el mar de fuego en el que el libro se ha convertido.
Los demás libros saltan de sus repisas como por arte de magia y alimentan las brasas. La fogata comienza a ser de mayor tamaño, y los espectros más reales: gente con la boca retorcida de dolor, con los ojos desencajados y los cuerpos cubiertos de sangre y ceniza.
De pronto, todo desaparece y vuelve a la calma. La oscuridad reinante es total y yo no me atrevo siquiera a moverme.
Oigo unos pasos a mis espaldas, me giro, pero es imposible ver nada. Alguien se acerca, está a escasos metros de donde yo me encuentro y continua adelante.
Dos enormes ojos rojos resaltan en la negrura, como si estuviesen suspendidos en el aire. No puedo distinguir cuerpo alguno, tan sólo aquellos aterradores ojos rojos.
Los pasos cesan, pero la mirada me acecha con aire depredador. Silencio. Retrocedo un paso y oigo cómo lo que tengo delante hace lo propio, manteniendose la misma distancia.
Entonces algo sucede con sus ojos. Se están achinando, ya no son completamente redondos como antes. Se van alargando poco a poco, hasta quedar reducidos a dos delgadas rayas rojas horizontales, que acaban por extinguirse. Un remolino de viento se levanta en la biblioteca y va ascendiendo para ir a chocar con el techo. Allí se mantiene unos instantes, hasta que finalmente todo cesa.

Temo haber despertado a un monstruo, a un ser maligno con sed de venganza. No lo sé, espero que no.
No he vuelto a ir por la biblioteca, he oído que están haciendo reformas o algo. Espero que eso sea cierto y no esté cerrada por algo más.