Era un tío de más de treinta años, con bigote, cabello negro y largo, con colilla. Vestía de rojo con rayas negras, pantalón blanco y unas manos gruesas, como si no fueran de él, grandes como las de un gigante... ¿Puedo leerle la mano?, me dijo. No tengo un perico, le dije. Es gratuito, una demostración...
Le hice pasar y se sentó frente a mí. Me pidió la mano derecha y ya mas cerca pude olerle y tufo a alcohol. Estás borracho, le dije. No, no, tan solo he bebido un poco. Le extendí mi mano izquierda y comenzó a hablar acerca de mis dolencias corporales, mi situación económica, el amor a la pareja, y, por último me dijo que iba a vivir hasta los noventa años. Eso me hizo reír pues tengo el maldito cáncer en el estomago has mas de siete años. se lo dije y este se quedó medio sorprendido, diciéndome que él era un buen chamán, que había resucitado a su padre, aumentado la suerte de un sobrino y que había botado muchos malos deseos, maldiciones ajenas. Le volví a decir lo de mi mentira, pero con rostro serio. Mentiroso, me dijo al ver mi mano derecha y confirmar que viviría los noventa años. Lo vi tan nervioso y necesitado que le di unas monedas. se paró de la silla y se fue hacia las calles de la ciudad, seguramente a buscar otro incrédulo así como quien les escribe.
A la mañana siguiente tuve un pre - accidente del cual no pasó de un susto. Mi madre venía de viaje. Mi hermana le habían aumentado en su sueldo, y yo estaba contento porque tuve un casi accidente mientras iba hacia mi local... recordé al chamán y los noventa años y sonreí al sentir que había echo una inversión interesante pero misteriosa.