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El Súcubo

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LOS MUCHACHOS NO LO PODÍAN CREER. Estaban reunidos en el quincho de la casa de Raúl y tenían que pellizcarse para dar crédito a lo que oían. ¿El Jorobado Mayda, con novia? Era imposible. Si nunca en veintiocho años de vida lo habían visto con una mujer.


  -Pero tiene novia- insistía Raúl, haciendo grandes aspavientos con las manos-. Juro que el otro día lo vi en la plaza, abrazado a una mujer. ¡Y qué mujer! Era infernal. Pelirroja, alta, grandes pechos y unas piernas de dos kilómetros de largo. Un sueño, la chica esa.


   -¿No lo habrás visto con alguna… profesional?


   -No lo creo- negó enfáticamente con la cabeza el dueño de casa-. Una mujer así te cobraría fortunas, y el Jorobado no tiene un peso ni para el colectivo. Además, sé que en los últimos tiempos estaba chateando con mujeres a través de esos portales de citas, y es posible que la haya conocido ahí.


   El grupo volvió a juntarse la semana siguiente, para el cumpleaños del Gordo. Y ahí la noticia ya estaba confirmada, y todos habían visto al Jorobado caminando orgulloso por distintas partes de la ciudad, siempre acompañado por esa misteriosa mujer que parecía salida de una revista de modas. Aunque fue Raúl el que aportó la primera nota de preocupación al asunto:


   -Creo que la tipa lo está exprimiendo.


   -Vos lo decís de envidia.


   -No, en serio. Me enteré, por boca de un compañero, que el Jorobado consiguió otro trabajo. Además de taxista, hace los repartos de pan en una panadería del barrio. Y que lo primero que hizo con su sueldo fue comprarle un collar de oro a la mina.


   -Bueno, si yo tuviera una mujer así…


   -Es que ustedes no lo entienden- se molestó Raúl, alzando un poco la voz-. El Jorobado es un muchacho especial, inocente, y mujeres como ésas pueden destrozar la vida de un hombre como él.


   -Vos lo decís de envidia- repitió el Gordo, y se echaron a reír para cortar el clima de repente enrarecido.


   Pero resultó que Raúl tenía razón. Lo siguiente que se enteraron del Jorobado fue que había enviado a su madre al asilo y ahora ocupaba la casa materna junto a su novia.


   -Es increíble que le haya hecho eso a la vieja…


   -Creo que perdió la cabeza- dijo Raúl, decidido-. Esta noche iré a hablar con él.


   Fue esa misma noche, cumpliendo con su palabra, aunque regresó con un golpe en el ojo y la ropa rasgada. Contó a la muchachada que el Jorobado estaba irreconocible. Parecía muy nervioso y había perdido mucho peso. Y apenas Raúl insinuó que su novia era la causante de su debacle física y mental, el Jorobado se le echó encima como un perro rabioso.


   -Ese muchacho terminará mal- diagnosticó lúgubremente el Gordo.


   -¿Y la viste a la mina?


   -No, pero hay fotos de ella por todos lados.


  -Yo estuve haciendo unas averiguaciones- dijo de golpe el Pelado Estévez, y todos lo miraron porque el Pelado casi nunca hablaba-. Y creo saber quién es la mujer.


   -¿Quién es?- dijeron a coro los hombres.


   -Es un súcubo- soltó el Pelado, y la palabra desconocida cayó entre los hombres como un balde repleto de agua podrida-. Un demonio femenino, que se alimenta del deseo de los hombres. Y antes de que me traten como a un loco, escuchen lo que averigüé. La tipa se llama Rebeca Blaines, tiene veintitrés años, y supuestamente estudió en el Sagrado Corazón de Bahía Blanca.


   -¿Cómo sabés eso?


  -Facebook- dijo el Pelado, como si fuese una obviedad que no debía preguntarse- Llamé al Sagrado Corazón. Ninguna Rebeca Blaines pasó por sus aulas, mucho menos se graduó.


   -¿De verdad hiciste eso?


  -Claro. Como todos ustedes, yo estoy preocupado por él- se hizo un breve silencio, y el Gordo aprovechó para levantarse y apagar la tele, que transmitía un viejo partido de fútbol por ESPN-. Todos los datos de Rebeca Blaines son falsos. Supuestamente es Colombiana, de Cali, y nació el 23 de Octubre de 1989. Casualmente tengo un amigo que trabaja en un organismo estatal colombiano.


   -Flavio Pereyra.


   -Exactamente. Pedí que cotejara el dato, y adivinen qué.

 

   -No existe.


   -Exacto, chicos. Rebeca Blaines no existe.


Raúl se removió en su silla, mirando perplejo al Pelado:


   -Es obvio que la mujer está mintiendo, o por lo menos poniendo cosas falsas en su perfil de Facebook. Pero lo que no entiendo es esa estupidez del súcubo.


  -El súcubo elige hombres sensibles, solitarios, como el Jorobado- respondió el Pelado-. Antiguamente atacaba a los monjes y a los artistas, pero ahora ninguna de esas dos profesiones son lo que eran. Otro dato es que siempre se la ve de noche. ¿Alguna vez vieron al Jorobado paseándose con la pelirroja, en plena luz del día? Yo siempre los vi después del anochecer. Y otra cosa, la prueba fundamental- el Pelado sacó una fotografía de su campera. En ella se veía al Jorobado abrazado a la pelirroja, tomando una copa en un bar del centro-. Esta foto la saqué de su Facebook. La subió ayer a la noche. ¿Ven algo raro en la pelirroja?


Los hombres se inclinaron sobre la fotografía. Y al rato lanzaron una exclamación de asombro.


   -¿Qué… qué carajo es eso?


   -Los súcubos toman formas de mujeres, pero siempre algo los traiciona- el Pelado señaló, con su dedo manicurado que tantas burlas le granjeaba, la fotografía en su regazo-. Esto que están viendo aquí, detrás de la pelirroja, algo borroso pero no obstante distinguible, son sus alas negras.


   -No puede ser.


   Las alas eran en efecto borrosas, de hecho parecían una sombra del ficus que se erguía dentro de la maceta de la entrada del bar, pero había algo en las palabras del Pelado que les hizo creer. Y un silencio de miedo se extendió en el grupo. Miraron hacia fuera, hacia la oscuridad de la noche.


   -¿Y ahora, qué hacemos?

 


  -Creo que sólo queda un camino- dijo el Pelado, sacando otro objeto de su campera-. Debemos ahuyentar al demonio, antes de que acabe con nuestro querido amigo. Será esta noche. Roguemos que, si hay un Dios, se ponga de nuestro lado.
   Marcharon hacia la casa del Jorobado. Eran cuatro hombres en la camioneta de Raúl, todos ellos pálidos y callados por el susto. Cuando llegaron a la vieja casa, la Luna se reflejaba en los ventanales ciegos y unos perros ladraban calle abajo. En fila india, guiados por el Pelado (y por el objeto que había sacado de su campera, que era una cruz bendecida por un sacerdote amigo), atravesaron el sendero que llevaba a la entrada principal y golpearon la puerta. Nadie respondió. Repitieron el llamado, y entonces escucharon un grito desde el interior de la casa. Forzaron una ventana y entraron. El lugar era un desastre: los muebles estaban corridos, había ropas y cajas por todos lados. Encontraron al Jorobado acurrucado en un rincón de la cocina, llorando y gritando a todo pulmón.


   -Me dejó- dijo el muchacho, echándose desconsolado a los brazos de Raúl-. Rebeca me dejó. Ya no quiero seguir viviendo…


   -Era lo mejor, Jorobado. Creéme que era lo mejor…


   -¿Qué es todo este lío?- preguntó el Gordo, mirando en derredor-. ¿Lo hizo ella?


  -Me mudo- explicó el Jorobado-. Rebeca me dio dos días para marcharme de aquí.


   -¡Pero es tu casa, Jorobado! No te puede echar de tu propia casa.


   -Le transferí la propiedad la semana pasada…


  El camino de regreso lo hicieron en silencio y cabizbajos. En un semáforo en rojo Raúl golpeó con furia el volante de su ranchera.


   -Esto no va a quedar así. Ahora cuando llegue a casa la llamo a esa hija de puta…


   -¿Tenés el número?


   -Me lo dio el Jorobado, no te preocupes.


  La llamó dos horas después, cuando los muchachos se fueron. Lo atendió una voz fuerte aunque algo lánguida, cadenciosa.


   -¿Hable?


   -¿Rebeca Blaines?


  -Soy yo. ¿Quién habla? Más vale que sea importante, porque no me encuentro de ánimos.


   -Soy Raúl, el amigo del Jorob… de Sergio Castro.


   -Ah- dijo la mujer a través del teléfono. Y luego se escuchó un sollozo, o tal vez era una risita burlona-. Entonces adivino por qué llamaste. Aunque el tema es algo complicado para hablar por teléfono. ¿Por qué no venís y charlamos?


  -Iré- dijo Raúl, apretando el teléfono-. Y juro que escucharás cada palabra que te diga.


  -De eso no lo dudo- dijo la chica, y le pasó el hotel donde estaba parando. Y Raúl marchó furioso al encuentro de la pelirroja, deteniéndose únicamente en la farmacia de turno, donde compró una caja de preservativos de primera marca.

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