La mirada perdida del niño fue la respuesta a sus preguntas. Se las repitieron, pero el niño giró su cabeza sin mover los ojos, que seguían depositados en el infinito. Sus puños cerrados en tensión, con las uñas clavadas en las palmas de sus pequeñas manos, marcaron el fin de la entrevista.
La falta de atención y la apatía en los juegos habían motivado la preocupación de los profesores y asistentes sociales del colegio. El niño está raro, decían. Los amigos, los primeros en notarlo, ya no le comprendían y le dejaron aislado. Aun sin importarle excesivamente, se le notaba triste. Sentado, bajo la canasta de baloncesto, les observaba jugar mientras su mente buscaba soluciones a aquello que lo tenía anulado.
Su salida diaria del colegio, en contraste con la de los demás niños, parecía el arrastre del familiar que acompaña a su difunto. La llegada a casa se eternizaba, una batalla con el fin último de hacer sonar el timbre de la entrada. Previamente, junto a la puerta, se inclinaba ligeramente torciendo su rubia cabecita, y apoyaba la oreja sobre la madera conteniendo la respiración. No había ruidos, no había voces, ni tormento, ni golpes. Sólo entonces sonreía, levemente. Tal vez ya no se repita, pensaba.
El relato está muy bien escrito. Sigues demostrando tu excelente capacidad. Es muy triste porque sabemos que lo que cuenta es real y se sigue dando demasiado a menudo. Te felicito una vez más.