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El Vago Errante

Estaba en la puerta de la iglesia, era domingo y mis padres, hermanos y amigos estaban ya con su libro negro en la mano rezando o repitiendo todo lo que decía el anciano cura español. De pronto vi que en la puerta de entrada había un perro grandote que, al igual que yo, no se decidía en entrar a la iglesia. No sé por qué me sentí su igual. Yo tenía más de quince años, era un puerco según mis amigos y familiares, paraba solo, pero, así como estaba me sentía bien y, al igual que el perro negro, me ponía a olfatear todo el panorama. Allí estaban mis padres y hermanos en la primera fila, mis hermanas con sus trajes bien a la moda, y, los amigos que parecían estar en una pasarela de ropa mientras avanzaban hacia el púlpito. No sé pero no me dio ganas de entrar. Me di media vuelta y me fui rumbo hacia el parque, ya me había dado cuenta quienes habían ido, y mas o menos había escuchado el sermón del gran inquisidor por si acaso me preguntaran de qué se había tratado la misa.

No había nadie en el parque, excepto el perro negro y yo. Nos miramos. Era bien grande, tenía pinta de sabio, de esos perros callejeros que ni hay carro que los pueda atropellar, sabiendo bien como alimentarse y donde dormir. Para ahorrar la historia, nos hicimos amigos y desde aquella vez no hubo día en donde en donde no parásemos juntos. Ya sea al colegio, en mi casa, el perro, siempre estaba con la nariz y las orejas pendientes de mis pasos, y yo, le llegué a querer mas que mi propia familia, pues, compartía siempre su soledad conmigo. Cuando yo estaba triste se me acercaba y me lamía los brazos, luego, me jaloneaba los pantalones y me guiaba hacia lugares bien extraños, como una de esas casas abandonas y llenas de basura en donde descubría como manadas de gente abandonada que vivían en un estado miserable, pero, parecía que les gustase ese tipo de vida, pues siempre que me veía me saludaban con alegría y amistad.

Llegó el día en que me decían perro, pues no iba ningún lugar sin él. No le puse nombre pues me pareció que no le iba a gustar. Lo que mas le gustaba era que le haga cosquillas en la panza, que le corte las uñas de la patas y que le traiga galletas integrales y dulces. El podía hacer lo que le pidiese si le ofrecía galletas, sobre todo las integrales y dulces.

Todo iba normal hasta que un día conocí a una linda chica, en el parque por donde paseaba con mi perro. Fue un amor a primera vista, era el tipo de chica que me gustaba, y, estaba sola. No tenía amigos ni hermanas y siempre llevaba un libro en las manos... Recuerdo que cuando vi sus ojazos verdes, me le acerqué y le dije, como si recitara, un poema que siempre veía a una hermosa chica me daban ganas de decirle lo hermosa que eran, que ellas eran lo mas bello de la creación... Así se lo dije y ella se quedó con los verdes ojos abiertos que me hizo ver todo de color verde... Fue un amor a primera vista, sin embargo, éramos tan diferentes...

Ella era intelectual y yo era un bruto. Después de los besos y abrazos me di cuenta que no tenía nada que decirle. Me regaló un libro bien grueso, aún lo recuerdo, decía: "Madame Bovary", de Flaubert. La verdad es que nunca tuve la concentración como para leer tantas páginas, pero, me di cuenta que ese era el puente en que podía unirme mas a la chica que amaba. Pero, como todas las cosas que ocurre en el mundo, volví a enamorarme, pero esta vez fue para siempre... Leí página tras página de Flaubert y me enamoré de sus personajes, de la manera de iluminar una página con tan solo un adjetivo, una letra. Fue mi primer gran amor...

Desde aquel día no hubo libro que no pasara por mis manos y que devoraba como un caníbal enjaulado. Muchas veces hasta no dormía leyendo "Los Miserables", "Los Hermanos Karamasov", "El Fausto", "El Quijote"... y tantos mas que iluminaron mi camino para siempre y, desde aquel romance, me di cuenta que había salido en un barco por las profundas aguas de la imaginación y fantasía... para nunca mas volver a aquel mundo en donde estaba medido por las fronteras del mundo, mas no del pensamiento...

No recuerdo cuantos trabajos he tenido, pero hubo uno de ellos que fue el que mas me gustó, y fue el de vendedor y reparador de libros usados. Colocaba un petate o alfombra de esteras en la puerta o entrada de la iglesia y, sobre ella, ponía todos los libros que había leído y conseguido por las calles. Todo ello me llegó cuando puse un aviso de que compraba libros usados. El negocio fue bueno, pero mas lo hacía por leer los viejos libros que nunca había leído...

Una tarde, siempre con mi perro y nadie más pues la chica después de un tiempo me desapareció de mi vida por ser yo tan vehemente con la literatura (las chicas son muy extrañas), un muchacho me pidió si podía escribirle una carta de amor dedicada a su chica. Se lo hice y le gustó mucho; luego, para matar el tiempo, comencé a escribir cuentos y poemas y una novela de mi vida... Le sacaba copia y la vendía en mi puesto de trabajo... Nunca hice mucha plata pero hice muchos amigos, entrañables compañeros que permanecieron a mi lado rompiendo las cuerdas del tiempo y el incoloro espacio, como el irónico Balzac, el temerario Don Tenorio, y tantos más personajes que, para mí, fueron mas reales que la gente que cruzaba mis ojos, pero no por mi vida…




Surquillo, enero del 2005.
Datos del Cuento
  • Autor: joe
  • Código: 13208
  • Fecha: 31-01-2005
  • Categoría: Urbanos
  • Media: 4.49
  • Votos: 53
  • Envios: 2
  • Lecturas: 4449
  • Valoración:
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