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Categoría: Infantiles

El aguafiestas

Como los demás días, el cielo que había sobre las cabezas de los alegres Dolfs era tan azul como el mar que bañaba la cercana costa, tan azul que allá en el horizonte, al cual jamás nadie se había aventurado a ir, se juntaba con el agua. Y en el centro del cielo, libre de cualquier inoportuna nube, un sol cantarín sonreía a propios y extraños mientras lanzaba sus cálidos rayos a las verdes praderas o a través de las espesas bóvedas de los bosques.
Hacía tan buen tiempo que los Dolfs, la diminuta y bondadosa gente que vivía allí desde que el mundo era mundo, habían retomado sus quehaceres diarios con una gran sonrisa.
Pero no todos trabajaban en la aldea. Aldin Gumiz y Daral Uin, los niños más traviesos de todos, habían ido al bosque a recoger frutos silvestres, en vez de ir a la escuela, como les habían dicho sus madres.

- ¿Crees que se enterarán de que hemos faltado a clase?- preguntó Aldin algo preocupado.

- Tonto, claro que se enterarán, ¿cuándo has visto que el señor Badarón mantenga la boca cerrada?- le replicó Daral, tirándole una baya a la nariz.

- Entonces, es mejor que volvamos...

Ya se iba a levantar cuando Daral lo agarró de un brazo y lo echó sobre la hierba.

- ¡Aldin Gumiz!¿Qué eres, un Dolf o una gallina?

El pequeño le miró con gesto de enfado.

- ¡Te he dicho un millón de veces que no soy una gallina!.

Viendo la cara que había puesto, Daral se echó a reir de buena gana.

De repente, un ruido de pedales que chirríaban como ratones les llamó la atención. Y más porque venía de encima de ellos.

- ¡Mira, es el profesor Bornaraz!- gritó Aldin, saludando.

La alegría se mezclaba con la sorpresa en sus pequeños corazones, pues nunca habían visto a nadie volar en ¡una bicicleta!. El profesor, que sonreía como si le acabara de tocar la lotería, dejó por un momento de pedalear y saludó alegremente con la mano:

- ¡Heiiiii, chicos, cómo os va!¿¡Habéis visto mi último invento!?¡Lo llamo aeropedalo!- luego soltó una carcajada.
En realidad aquel trasto no era más que una bicicleta con forma de avión casero, pero había que ver lo bien que planeaba sobre los árboles, y seguro que había costado lo suyo.

- ¡Por cierto!¿¡Vosotros no teniáis que estar hace media hora en la escuela?¡Como se entere Badarón...!.

Los dos niños bajaron la cabeza un poco avergonzados, pero luego se despidieron del profesor antes de que dejase el bosque y continuaron recogiendo frutos.

Pero mientras todo eso ocurría, algo terrible estaba a punto de comenzar.
Junto a uno de los barrancos que había cerca de la aldea, alguien observaba el paisaje con unos prismáticos.
Era un anciano, delgado como un lápiz y con los pocos pelos que tenía tan revueltos que parecía que jamás en la vida hubiera visto un peine.

- Qué felices se les ve, sería una lástima acabar con tanta alegría- dijo con tono burlón.
Y luego soltó una sonora risotada.

Era el malvado profesor Pesadilla, un viejo cascarrabias que odiaba a los Dolfs porque eran alegres y generosos.
Cuando se cansó de mirar por los prismáticos, los guardó en su chaqueta y comenzó a empujar montaña abajo una caja con ruedas. Luego siguió durante un rato más hasta que estuvo a un tiro de piedra de la aldea.
Entonces abrió la caja.
Dentro había una máquina parecida a un televisor, con una gran pantalla negra y tres botones, uno de ellos rojo. Y en un lado del aparato había algo escrito, el nombre seguramente: EL AGUAFIESTAS.
Lo sacó de la caja y poniéndolo sobre la hierba, pulsó un botón. Inmediatamente, la imagen de la aldea apareció en la pantalla, tan clara como el reflejo de los árboles en el agua limpia de un riachuelo.
Hinchado de orgullo, comenzó a reirse a carcajada limpia, pero luego tuvo que taparse la boca, temeroso de que pudieran oírle los Dolfs.

- Y ahora, el toque final...- dijo mientras pulsaba el segundo botón.


En el bosque, Daral y Aldin ya habían recogido un montón de frutos, pero aún no tenían intención de volver a la aldea.

- No cojas tú todas las moras, déjame alguna para mí- se quejaba Daral, viendo que su amigo las cogía de cuatro en cuatro.

- ¡Mira esos pájaros Daral!¿No son golondrinas?- dijo de repente el otro, siguiendo con la vista una bandada de pájaros que habían aparecido por detrás de los matorrales.
Daral miró con bastante desgana, al contrario que Aldin, que las observaba como si estuviera viendo seres de otro mundo, pero cuando las aves se acercaron a la aldea, dejaron de mirarlas, porque algo más fuerte había llamado su atención, algo tan terrible y extraño que causaba pavor,...¡la aldea estaba en blanco y negro!.

- ¡Qué ha pasado!¿¡Por qué está todo así!?- exclamaron los pequeños, sin dar crédito a lo que veían.
Cogieron las cestas con los frutos que habían recolectado y echaron a correr hacia el poblado.
Estaban a medio camino cuando Aldin le hizo un gesto al otro para que se detuviese. Luego señaló a un punto de la pradera.

- ¡Ahí está el que ha robado nuestros colores y sonidos, el profesor Pesadilla!.

- Sí, no podía ser otro, ¡qué pesadito es!, ¿¡por qué le caeremos tan mal?!

- Ahora se va- comentó Aldin, viendo al viejo que cerraba la caja y se ponía detrás para empujarla.

- Pues sigámosle, a ver a dónde nos lleva.


* * *

Después de mucho rato caminando, al final llegaron al otro lado de las montañas, en donde ningún Dolf había estado jamás.
Los pequeños, mientras procuraban no perder el rastro del anciano, observaron con gran curiosidad el paisaje que les rodeaba: árboles fantasmales que parecían abalanzarse sobre ellos, rocas tan grandes que imponían, y al fondo, una pequeña cueva.
El malvado profesor se dirigió a ésta y cuando llegó entró en ella. Después, se sentó en una mesa en la que había un plato con cubiertos y una fiambrera que decía "Almuerzo", y empezó a comer.

- ¡Qué hambre da hacer fechorías!- exclamó entre bocado y bocado.- Y qué ricos están estos muslos de pollo!.
Pero lo que no sabía es que Daral y Aldin le estaban observando detrás de una esquina.

- Eh Daral, ¿y ahora qué hacemos?- susurró Aldin bastante nervioso.

- ¿Ves ese pozo?, pues sígueme.

Con cuidado de que no les oyera, atravesaron la cueva y se escondieron detrás del pequeño pozo que había en un rincón.

- ¿Y ahora?- volvió a preguntar Aldin, cada vez más inquieto.

- Ayúdame a levantar esa piedra. La tiraremos al pozo, y cuando Pesadilla se asome para ver qué ocurre, zas!.

Los dos tuvieron que hacer grandes esfuerzos para no reírse.
Levantaron la piedra del suelo, y arrimándola al borde del pozo la dejaron caer con todo su peso.
Al instante se oyó un fuerte ¡plof!

- ¿¡Qué diablos!?- dijo Pesadilla mientras dejaba en el plato los muslos de pollo.
Se levantó y fue al pozo para echar un vistazo, pero no notó nada raro.

- Estúpida agua, menudo susto me ha dado.

En ese momento los dos amigos salieron de su escondite, y agarrando de las piernas al viejo, lo empujaron al interior del pozo.

- ¡Feliz baño!- gritaron entre carcajadas, mientras Pesadilla lanzaba alaridos de rabia y espanto.

Muy contentos, los héroes volvieron a la aldea llevando consigo el Aguafiestas, y pronto todo el color y los sonidos que Pesadilla había robado volvieron a su lugar, el azul al río, el verde a los prados, el amarillo a los girasoles de los granjeros, el pío pío de los polluelos a los polluelos, el muuuuuu de las vacas a las vacas, etcétera etcétera, y cuando los dos amigos entraron en la aldea todos los habitantes, incluido el profesor Badarón, los recibieron con gran alegría, olvidando que habían faltado en la escuela, y ese día volvieron a ser tan felices como habían sido siempre, y nadie les molestó más.

FIN
Datos del Cuento
  • Categoría: Infantiles
  • Media: 5.15
  • Votos: 109
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
ruben
invitado-ruben 13-08-2007 00:00:00

Hacía tiempo que no leía un cuento infantil destinado precisamente a los más pequeños. Enhorabuena por la sencillez y belleza de la historia.

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