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El alienígena goloso

Había una vez un alienígena muy goloso que se volvía loco por los pasteles, las chuches y los helados, sobre todo los helados. Tanto le gustaban a este alienígena los dulces que acabó comiéndose todos los que había en su planeta. 

-¡Oh, no! - lloró el alienígena-. ¿Qué voy a hacer ahora?

El alienígena empezó a sentir un gran dolor de cabeza. Se puso malísimo. Luego se puso muy nervioso e incluso agresivo. Nadie entendía por qué se ponía así.

El alienígena decidió coger su nave espacial e ir en busca de otro planeta donde pudiera encontrar dulces y golosinas. 

El alienígena visitó decenas de planetas, pero en ninguno encontró lo que buscaba. Estaba a punto de volverse loco cuando llegó al planeta Tierra. 

El alienígena alucinó con lo enorme que era aquel planeta. La Tierra era mucho más grande que cualquier otro planeta habitado que él conocía.

El alienígena aterrizó su nave espacial en una fiesta de cumpleaños. Allí había gominolas, caramelos, pasteles, algodones de azúcar, manzanas caramelizadas y muchísimos helados. 

Cuando los niños vieron al alienígena pensaron que era un animador disfrazado y se pusieron a jugar con él. El alienígena jugó y comió, y comió y comió hasta hartarse.

Al día siguiente se coló en otra fiesta de cumpleaños, donde también había muchas chucherías, y empezó a comer y a comer y a comer dulces.

El alienígena pasó dos semanas enteras poniéndose hasta arriba de chucherías. Pero como echaba mucho de menos a su familia decidió cargar todas las chucherías que pudiera en la nave y volver a casa. 

-Cuando se me acaben las golosinas volveré a por más -pensó el alienígena-. Lástima que no pueda llevarme los helados.

El alienígena fue cogiendo las sobras de las golosinas de las fiestas y las escondió. Pero cuando fue a meterlas en la nave:

-¡Oh, no! Estoy tan gordo de tanto comer dulces que ahora no entro en la nave -exclamó el alienígena-. Tendré que dejar de comer golosinas si quiero volver a casa.

Pero luego se lo pensó mejor.

-Bueno, tampoco pasa nada por quedarme a vivir en un planeta como este.

Pero a los pocos días al alienígena le empezó a doler mucho la barriga y se le empezaron a caer los dientes. Un niño de una fiesta lo llevó al médico.

-No le quite el disfraz, doctor -dijo el niño-. Su identidad tiene que seguir siendo secreta.

El médico le dijo que el paciente tenía un entripado enorme y que los dientes se le habían caído por comer tantas chucherías y dulces sin lavarse los dientes.

-Debe usted dejar de comer tanto azúcar -le dijo el doctor.

El alienígena lo había pasado tan mal que dejó de comer dulces. Durante días le dolió todo y estaba de un humor de perros. Decía el doctor que eso era porque el azúcar es adictivo y, cuando lo dejas, te entra “el mono”, que es ponerse de muy mal humor y con mucho dolor de cabeza. Pero el alienígena no quería ver los dulces ni de lejos.

Al poco tiempo adelgazó y volvió a casa en su nave, aunque sin dientes. Menos mal que en su planeta le pusieron unos nuevos. Ahora solo come dulces de vez en cuando y nunca se olvida de lavarse los dientes.

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