Me prometías, y me volvías a dar ilusión en cada palabra inocente que me dedicabas. Yo, una ingenua inexperta, esperaba ver con mis propios ojos como empezabas a amarme.
Mis sueños empezaron a convertirse en sofocos a media noche, y cada vez que te veía, me daba cuenta que nuestros dedos se iban desenlazando a cada paso...
Hoy volviste a besar mis labios, como si te pertenecieran, y noté que era diferente a los anteriores. Descubrí en ti un sentimiento y una pasión que no podía haber sentido antes en ti.
Sentí como si depositaras en mi boca, todo tu rencor. Me separé de ti, y te miré unos instantes, hasta que casi sin sentirlo, las lágrimas empezaron a decaer por mi piel.
Triste de mi, de este amor y estas lágrimas, que empezaron por ti, y murieron esperándote.
Ahora que lo pienso, quizá todos esos besos que me entregabas a escondidas, fueran la reserva de tus fracasos. Pero yo, hasta ahora, no lo había aceptado.
Descuelgo el teléfono y llamo a tu casa; tardas en contestar, pero finalmente oigo tu voz al otro lado, me quedo en silencio, notando la presión que existe. Pronuncias mi nombre, sabes quién soy yo, pero hasta ahora yo no lo sabía.
Vuelvo a colgar el teléfono, y sonrío triunfante: es ahora cuando empieza el amor... Mi amor propio; después de todos tus desprecios y humillaciones.