habían pasado ochenta años y aún estaba sentado en la misma banca. de aquel joven de a veinte tan solo quedaba el brillo de los ojos y aquella sonrisa ajena a todo tiempo. dicen que estuvo así desde que perdió a su hermana. otros dicen que perdió al la novia, pero nadie tiene certeza en el motivo de verle sentado allí por más de sesenta años, ya sea con sol o en plena lluvia y viento. lo cierto es que me sentí motivado para verle de cerca y tratar de hablarle. era un día de sol, donde la gente va y viene de su centro laboral o de sus casas, o del colegio, o de cualquier lugar. mi sueño de escritor estaban latiendo al ver a este hombre sentado con un cigarrillo en la boca, vestido de harapos y con las barbas crecidas hasta casi tocar el suelo. me acerqué hasta casi pisar su sombra. le miré y parecía no darse cuenta de nada. miraba el reloj que estaba en la parte más alta de un edifico. ¿ya viene?, le pregunté. el anciano me miró a los ojos y con las manos llenas de polvo y cigarros, se paró. era muy alto, al menos mas que yo. me asusté mucho cuando sus manos tocaron mis hombros, y luego, preguntó: ¿eres tú?. iba a decir que no, pero, no, mentí y dije que sí. el hombre soltó mis hombros y habló, habló, hablo sin parar, pero con palabras jamás escuchadas por mí. por un momento pensé que era un idioma extraño, pero no, no era un idioma, eran como gemidos, ruidos provenientes de un pasado, o como el sonido de un abismo. de improviso el hombre dejó de expresarse y se sentó, como si nada hubiera pasado. iba a preguntarle algo mas pero algo dentro de mí dijo que no, que le dejase en paz, para siempre. me di la vuelta y empecé a alejarme, siempre mirando atrás. estaba cruzando la pista cuando el hombre se paró y corrió tras de mí, empujándome para luego ser arrastrado por un enorme camión. desde el suelo le vi volar por los aires y juraría verle sonreír, así como quien duerme para no despertar jamás. una jauría de personas se acercaron, hasta el chófer del camión se acercó y todos rodearon al viejo que gustaba sentarse en aquella banca por mas de sesenta años. le cargaron y sentí que se llevaban algo de mí. no sé por qué de mis ojos brotaron lágrimas, sin parar, pero no lloraba de tristeza, no, no por ello, sino, por sentir que la muerte era lo que el anciano buscaba al final de su vida. me paré y miré de frente aquella banca que albergó al anciano. me senté y miré a la gente pasar, encendí un cigarrillo y entendí todo. el anciano estaba dentro de mí, escuchando todos mis silencios, todas mis historias, sentando en una banca por toda la eternidad. no quise pararme. cogí mi cuadernillo y escribí un poema, luego otro y otro. desde aquella tarde, todos los días me siento horas y horas en aquella banca, a escribir, horas y horas y horas hasta que llega la noche, los días, los años y años.