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El anciano y la zorra

Hace mucho, mucho tiempo, vivía un anciano en el fondo de una montaña. Éste iba todos los días a la montaña para recoger leña.

Un día, camino a casa, se encontró con un zorrillo, el cual quería recoger uvas pero no podía porque tenía paralizada una pierna.

El anciano al verlo, le ayudó a recoger las uvas. El zorrillo se lo agradeció.

Al día siguiente, el zorrillo que estaba esperando al anciano en el camino, al verlo lo llamó haciéndole señas con la mano.

Al acercarse, el anciano pudo ver también a la madre del zorrillo. Ésta le regaló una caperuza roja por el favor que le había hecho a su hijo.

El anciano agradeció el gesto y regresó a casa.

Al día siguiente, en la montaña, se puso la caperuza que le había regalado la mamá zorrilla y se sorprendió mucho al darse cuenta de que podía escuchar las conversaciones de los animales y plantas que se encontraban a su alrededor.

Se alegró porque hasta ese momento se había sentido muy sólo, pero escuchando las conversaciones de animales y plantas se sentía acompañado. En eso logró escuchar la conversación de dos pájaros:

-Sabes, la hija de aquél millonario se encuentra muy enferma y él está muy desesperado. –dijo uno de ellos.

-¿Por qué? ¿Qué tiene? –contestó el otro.

-La culpa la tiene un árbol de su jardín. -volvió a decir el primero.

El anciano al escuchar eso decidió ir a la casa del millonario.

-Quiero salvar a su hija", -dijo el anciano al millonario-. ¿Puedo quedarme esta noche en su casa?

El millonario contestó:

-¡Por supuesto! ¡Por favor!

Esa misma noche el anciano salió al jardín con la caperuza puesta y en eso empezó a escuchar a unos árboles que estaban conversando.

-Me duele la cadera. –dijo el primer árbol.

-¿Por qué? –contestó su compañero.

-Porque el millonario ha levantado un nuevo almacén, justo al lado mío. Por eso lo estoy poniendo en apuros. –replicó el árbol.

Al día siguiente el anciano convenció al millonario para que cambie de lugar el nuevo almacén. Éste decidió cambiarlo inmediatamente a otro lugar.

Su hija recobró la salud en un segundo y el árbol también recobró el ánimo.

El millonario se puso muy contento y le regaló mucho dinero al anciano por el favor que le había hecho en curar a su hija.

El anciano pensó:

-Este dinero se lo debo en parte a los zorrillos. Voy a comprarles comida antes de regresar."

Y el anciano vivió feliz para siempre.

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