Amaya estaba muy contenta. Había conseguido convencer a los profesores para organizar un baile en el colegio para celebrar el aniversario de su fundación. Sería una fiesta genial, cona aperitivos, bebidas, decoración, un disyóquey y todas esas cosas.
El día del baile se acercaba y todos los niños estaban muy emocionados. Todos colaboraban en algo para convertir el gimnasio en una pista de baile de película y preparaban sus mejores galas para el gran día. Entre todos habían convencido a padres y profesores para hacer una fiesta infantil en la que los adultos no podían participar. Solo unos pocos podrían estar allí para asegurarse de que todo marchaba bien, pero nada más.
Llegó la fiesta y el disyóquey empezó a poner música. Los niños empezaron a picar algo y a llenar sus vasos de refrescos. Algunos corrían y jugaban por allí. Pero nadie bailaba. Como nadie se animaba, el disyóquey probó con otro tipo de música, pero la cosa seguía igual. O peor, porque la comida y la bebida se acababan y los niños se empezaban a sentir incómodos.
Entonces, ocurrió lo inesperado. Doña Marcelina, la directora del colegio, y Don Alberto, el profesor de educación física, fueron al centro de la pista de baile y empezaron a bailar al ritmo de la salsa que estaba sonando. Después bailaron un chachachá, un merengue y hasta un reguetón.
Poco a poco se fueron sumando más profesores y algunos padres que se habían quedado fuera observando lo que pasaba. Muchos no sabían bailar, pero imitando a los que parecía que sabían un poco más se fueron animando.
Y así, poco a poco, los niños empezaron a perder la vergüenza y se pusieron a bailar, copiando los movimientos de los mayores. Al final la fiesta se animó y bailaron durante horas.
Al día siguiente Amaya fue a ver a la directora y, en nombre de todos los niños, le dio las gracias por haber salvado la fiesta.
-Pensamos que la fiesta sería más divertida sin adultos -dijo Amaya-, pero si no llega a ser por lo que hicisteis…
-Los adultos también nos sabemos divertir, a pesar de todo -dijo Doña Marcelina-. Hacerse mayor no significa que la diversión se acabe. No lo olvides.