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El baqueano

Enero 12 del año 1973 - 05:05 a.m.
En algún lugar de la provincia de Buenos Aires y amaneciendo lentamente.
La noche anterior había recibido el telegrama donde aproximadamente se me indicaba el lugar donde se requería mi presencia y que concluía de ésta forma; “Solicitamos su ayuda. Stop. Se envían fuerzas policiales al lugar. Stop. Reúna los rastros que pueda y aguarde el arribo de las mismas.”
Luego de casi cuatro horas de caminata nocturna y una vez arribado al lugar de los hechos, pude observar varios cuerpos esparcidos en un radio de unos sesenta metros a la redonda.
No pude dilucidar con certeza la hora de los decesos ya que la podredumbre de la carne me lo impidió, pero sí comprender la bestialidad de los actos llevados a cabo en un día de furia y muerte.
Por lo pronto sólo me dedicaré a mi trabajo en cuestión, trataré de congelar la sangre que corre por mis venas y aquietar los pensamientos que fluyen junto con la ira en mi cabeza. Necesito estar calmo para hacer mi trabajo con precisión.
La tarea más difícil es lograr juntar las extremidades con sus respectivos cuerpos, cómo saber cuál es de quién y de quién es cuál?
Dicen que los años dan experiencia, y años es lo que me sobra, pero la muerte nunca deja de afectarme cada vez que estoy frente a ella.
Realmente era algo estremecedor todo aquello, me provocaba arcadas y escalofríos, y una fuerte sensación de no sé bien qué, pero en fin, el trabajo había que hacerlo así que, calzándome los guantes puse manos a la obra.
Mirando detenidamente el entorno, por fin tuve la primera pista de aquél espeluznante rompecabezas; guiándome por el color de la piel pude unir las primeras partes al primer cuerpo, fui colocándolas a los costados del mismo, formando una especie de espantapájaros tirado en el piso de tierra.
Bastante satisfecho con el resultado obtenido me dediqué al segundo cuerpo, tomando nota de la posición y lugar del mismo con respecto a los otros y a las cosas que conformaban el entorno.
Éste me costó un poco más de trabajo que el otro ya que el color de la piel casi no se podía distinguir por las diversas heridas que se podían advertir en toda su extensión. Buscando detenidamente por fin pude encontrar un trozo de carne bastante sano en el cuál se podía ver con mayor claridad el bendito color de la piel. De inmediato fijé la mirada en los restos pudiendo visualizar en una de las partes un color muy parecido al segundo cuerpo. Pronto el segundo estuvo armado.
Debía apurarme ya que el sol hacía rato que había salido y no haría más que acelerar el proceso de descomposición.
Debo confesar que me costó bastante terminar mi tarea antes del mediodía, y que mi técnica de reconocimiento de distintos tipos de piel, perfeccionada con los años, fue lo que hizo que lograra concluir con éxito mi trabajo. Trece cuerpos en total, yacían más o menos acomodados sobre la tierra, uno al lado del otro. Trece espantapájaros del terror.
Agotado me dejé caer sobre la hierba junto a un árbol a unos veinte metros del lugar. Recostándome contra su tronco dejé que mi cuerpo se fuera relajando poco a poco.
Curiosamente comencé a escuchar los sonidos a mi alrededor, el canto de los pájaros, el intenso zumbido de las desenfrenadas moscas aprovechando el macabro festín, las chicharras, anunciando un día muy caluroso que ya a las once y media de la mañana se empezaba a notar. Era como si la ardua tarea llevada a cabo me hubiese sustraído del entorno y ahora de a poco comenzaba a devolverme a él.
Mirando alrededor se podía apreciar la grandeza del campo en las cuatro direcciones, una larga línea de postes alambrados, a lo lejos, demarcaba ambos lados de un pastizal enorme y sin aparente fin para el ojo humano (al menos para los míos). Ya bastante más relajado dejé que los pensamientos se amontonaran en mi cabeza, y cómo éstos no se ponían de acuerdo en el orden de aparición, decidí acomodarlos yo. El primero me hizo girar la cabeza hacia el lugar de los hechos, el segundo fue una pregunta; tendremos realmente un alma o un espíritu cómo dicen los curas?. Luego siguió otra; a donde irán las almas cuando dejan los cuerpos?. Luego, muchas más preguntas; existirán el cielo y el infierno, el paraíso y el averno?. Será verdad que los muertos están entre nosotros pero en otra dimensión diferente a la nuestra y por eso no los podemos ver pero sí los podemos oír de vez en cuando?. Ellos pueden vernos a nosotros?. Si fuera así estaríamos bastante jodidos porque sabrían todo sobre nosotros, lo bueno (que es poco) y lo malo (que es demasiado) y cuando nos juntemos en algún lado sería más jodido porque imaginando algunas situaciones cómo por ejemplo la de la María, que ya antes de que el marido muriera se acostaba con el Raúl, el hijo mayor de doña Paulina, me imagino semejante reencuentro ... y esto trae a colación otra pregunta; se podría morir más de una vez?, porque seguro que el marido los mata a los dos. Y así, enfrascado en tales cuestiones se me fue apareciendo el sueño, una pequeña modorra a la que no le permití que progresara ya que debía seguir tomando nota de los salvajes acontecimientos, aparentemente ocurridos un día atrás.
Ya había anotado lo de las huellas encontradas por todos lados y la dirección que tomaron los autores después de haber cometido semejante salvajada, hablo en plural porque aparentemente habían sido varios (no menos de cuatro), entre otras cosas me lo demostraba la diferencia de tamaño de unas con respecto a otras. A lo lejos, a una distancia no menor al kilómetro y medio se divisaba un enorme monte muy tupido, casi impenetrable, y todas las pisadas se dirigían hacia aquél lugar, por lo menos a lo largo de los quinientos metros que caminé siguiéndoles el rastro, seguramente era allí donde éstas bestias eligieron esconderse buscando escapar del castigo.
Pero eso ya no era problema mío, mi trabajo terminaba en el lugar de los hechos, aunque si requerían mi ayuda para organizar una búsqueda ...
Era casi seguro que habría una batida por toda la zona en forma inmediata ya que no recuerdo en muchísimos años, un suceso cómo éste. Revolvía las tripas el salvajismo y la alevosía empleados en la consumación de tales hechos.
Busqué en el bolsillo derecho del pantalón mi viejo reloj de cadena y abriéndolo miré la hora; ya eran las doce y treinta y el calor se había vuelto casi sofocante, tomé mi sombrero de ala ancha y comencé a
utilizarlo cómo abanico sobre la cara, un olor nauseabundo llegaba por el aire desde el lugar donde se encontraban los cadáveres. Prendí mi primer cigarro del día tratando de contrarrestar con él el inmundo aroma de semejante pudrición.
La fuerza policial ya se estaba demorando demasiado y de pronto, malos pensamientos asaltaron mi cabeza; sería posible que volvieran?. Y si eso ocurría cómo me defendería?. Por más que quisiera y esfuerzo que pusiera, no podría contra tantos enemigos armado tan sólo con mi cuchillo. Seguro los vería venir desde tan lejos pero, que haría si esto ocurriera, a donde iría?. La única solución que se me ocurría era treparme al árbol donde estaba recostado y tratar de esconderme entre sus ramas. Sí, podría ser, ya que en ésta época del año sus ramas están repletas de hojas y éstas podrían darme una cubierta perfecta ...
Levanté la vista y calculé si realmente podría trepar por el tronco, es que mis piernas y brazos ya no tenían la fuerza y musculatura de otros años, y el hecho de que nunca pasaba nada de relevancia por aquellos parajes desde hacía larguísimo tiempo, había logrado que me achanchara bastante dotando a mi cuerpo con algunos kilos de más. Por aquí nunca se desprecia un buen asado !!!
Éste último pensamiento mezclado con el fuerte olor de la carne muerta, casi me provoca el vómito, caray, me estaré volviendo viejo y blando !!!?.
La conclusión de que podría trepar el árbol en caso de peligro, me tranquilizó bastante, pero no del todo. Aunque dicen que llegado el momento, se sacan fuerzas escondidas en no sé donde para resolver o evadir una situación de peligro inminente. Espero que así sea llegado tal momento.
Pero en realidad, sólo espero que la gente llegue lo antes posible ...
No pasaron más de quince minutos desde aquellas cavilaciones cuando a lo lejos, desde el norte, pude divisar el reflejo del sol en los vidrios de varios vehículos que avanzaban por la ruta, eran por lo menos tres y todavía estaban bastante lejos pero la presencia de éstos me tranquilizó del todo, recomponiendo la imagen de hombre duro y ducho que siempre supe mostrar. El buen Dios aún estaba conmigo.
Eran dos camionetas policiales y una particular, seguramente del dueño del campo, y pronto llegarían al lugar. El tener que dejar la ruta y avanzar a campo traviesa los demoraba un poco pero en escasos tres minutos estarían allí.
Lentamente me fui incorporando y limpié como pude la hierba y el polvo de la ropa, me coloqué el sombrero y empecé a caminar hacía donde estaban los cuerpos, el segundo cigarro del día ya estaba entre mis labios.
Por fin, los vehículos ya se estaban estacionando a unos metros del lugar, y sus puertas empezaban a abrirse, el primero en bajar fue don Rodolfo, propietario de las tierras donde habían ocurrido las muertes. Rápidamente comenzó a caminar mientras se agarraba la cabeza a medida que estaba más cerca. Un poco más atrás lo seguían los policías (cuatro en total).
Pronto estuvieron todos parados frente a la situación, don Rodolfo parecía muy afectado ya que éstas tierras eran de su propiedad, en cambio los otros casi no mostraban en sus rostros ninguna alteración, tan acostumbrados seguramente a éstas situaciones, no afloraba en sus frías miradas el más mínimo destello de emoción ni nada que se le pareciera.
Situándome un poco más atrás de don Rodolfo, le pregunté;
- Señor, los reconoce?
La respuesta se hizo esperar tanto que pensé que no me había oído, hasta que por fin habló;
- Pues sí, desgraciadamente ... aquellas tres ...
Mientras decía esto su brazo señalaba hacía un punto determinado de la escena.
- ... aquellas tres estaban a punto de dar a luz ... y ni siquiera eso perdonaron, malditas bestias !!!
Mientras movía su cabeza de un lado a otro no paraba de repetir ya en un tono más bajo, cómo para si mismo;
- Malditas bestias, malditas bestias ...
Por unos momentos pensé que el hombre iba a descomponerse y me arrimé a él estirando mis brazos,
pero con un ademán amable pero firme, me apartó. Al instante me pareció oírlo murmurar algo mientras se acercaba a uno de los cadáveres, después de unos segundos hizo lo mismo con otro, y con otro, y así sucesivamente hasta terminar con todos. Pronto comprendí; los estaba despidiendo por sus nombres.
Algo más alejados de nosotros, los policías estaban reunidos y hablaban entre ellos, era evidente que ya estaban sacando algunas conclusiones que luego deberían informar a la jefatura para que ésta dispusiera de inmediato la búsqueda de los autores del hecho.
De pronto, uno de ellos se desprendió del grupo y se encaminó hacia donde estaba yo.
- Necesitamos sus anotaciones, don. Ya las completó, no?
Le contesté que si y extrayendo de una especie de alforja que había llevado unos papeles, se los entregué.
Luego, el mismo policía, que aparentemente era quién estaba a cargo de los otros tres, se acercó a don Rodolfo y conversaron por unos breves instantes, a veces asintiendo éste con la cabeza a lo que el
policía le iba diciendo. Dando por finalizada la conversación, el uniformado se acercó a una de las camionetas y por medio de la radio comenzó a dar el primer informe de los hechos.
En pocos minutos más se resolvió dejar una de las camionetas policiales con su dotación en el lugar, mientras don Rodolfo y los otros volverían más tarde con la cantidad de vehículos necesarios para cargar los cuerpos.
Mi trabajo había concluido.
Ya estaba preparado para el regreso cuando desde el interior de la camioneta, uno de los policías me hacía señas para que me acercara, era el mismo que comandaba a los demás.
Pronto estuve a pocos metros del vehículo y entonces, medio a los gritos, me preguntó;
- Don, quiere que lo acerquemos a algún lado?
Había llegado caminando y casi de noche al lugar, y desconociendo con lo que me iba a encontrar. Generalmente me trasladaba con mis propias piernas pero en vista de los acontecimientos y temiendo encontrarme de regreso con alguna de ésas bestias, decidí que lo mejor era aceptar la invitación.
- La verdad que le agradecería la gauchada, no sea cosa que termine como esas pobres vacas, con ésos pumas sueltos por ahí nunca se sabe ...


deepkalavera
Datos del Cuento
  • Categoría: Policiacos
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