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El campamento de los niños perezosos

A la clase del maestro Marvin solo acudían niños perezosos. Se pasaban el día bostezando y protestando cada vez que el maestro proponía una actividad nueva. 

Pero el maestro Marvin no perdía la esperanza de conseguir que sus alumnos, algún día, sintieran interés por aprender y por divertirse. 

Un día, al maestro Marvin se le ocurrió organizar una acampada. A los papás de sus alumnos les pareció muy bien, porque ya no sabían muy bien qué hacer para que sus hijos dejaran de ser tan perezosos y empezaran a mostrar algún interés por algo. 

El maestro Marvin lo organizó todo y en una semana se pusieron en marcha. Montarían el campamento a pocos kilómetros del colegio, pero lo suficientemente lejos como para que no se viera la ciudad.

Con mucha pereza, los niños cargaron sus mochilas, que pesaban una barbaridad, y se pusieron en camino. A ninguno le hacía gracia tener que ir andando, así que fueron despacio, retrasando la marcha todo lo que podían.

A pesar de la pesadez del camino, el maestro Marvin fue cantando todo el camino. Ninguno de sus alumnos quiso cantar, pero el maestro lo hacía igualmente.
Cuando llegaron era tan tarde que apenas quedaban horas de luz. 

- Es hora de montar las tiendas de campaña -anunció el maestro Marvin.
- ¡¡¿Qué?!! -dijeron los alumnos a coro. - ¡Qué pereza!¡Estamos cansados!
- Vamos, chicos, que se nos va a hacer de noche y también hay que preparar una buena hoguera.

Con mucho entusiasmo, el profesor Marvin empezó a montar su tienda. Cuando acabó, sus alumnos apenas habían sacado las tiendas de las mochilas.

- Ánimo, chicos, que si no os va a tocar dormir al raso -dijo el profesor.

Uno de los muchachos se acercó al maestro y le pidió ayuda. Su equipo no sabía montar la tienda y él tampoco. 

El maestro Marvin acudió encantado y les ayudó con su característico entusiasmo.Todos colaboraron con menos pereza de lo habitual y cuando acabaron, se sentían tan contagiados del entusiasmo de su profesor que fueron a ayudar a sus compañeros.

Poco a poco, todos los chicos se empezaron a animar. Cuando terminaron fueron a buscar leña para encender la hoguera. Y, sin saber cómo, se encontraron cantando al calor de la lumbre las canciones que el maestro Marvin había ido cantando incansable durante todo el camino. 

A la mañana siguiente estaban tan cansados que no tenían ganas de levantarse, hasta que les llegó el delicioso olor del chocolate caliente que estaba preparando el maestro Marvin para desayunar. 

El olor del chocolate caliente los animó para todo el día, y se lo pasaron genial haciendo todo tipo de actividades y excursiones.

Cuando volvieron al colegio, los padres de los alumnos del maestro Marvin no se lo podían creer. ¡Los chicos llegaron cantando! Incluso les dedicaron unas danzas guerreras al llegar.

- ¿Cómo lo ha conseguido, profesor Marvin? -preguntaron los padres.
- Es sencillo. El entusiasmo es contagioso, aunque a veces es necesario mucho esfuerzo -respondió el maestro Marvin-. Y si no es suficiente, el chocolate nunca falla.

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