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El capricho del pequeño faraón

Todos sabían que el pequeño faraón era caprichoso, engreído y malcriado. ¡Pero su último mandato había dejado a los egipcios con los ojos como platos! 

El pequeño faraón había ordenado construir una pirámide: la más grande y majestuosa que se hubiera visto jamás. Y quería que fuera negra como la noche: de obsidiana, un vidrio volcánico del que se creía que tenía poderes extraordinarios.

Hasta ahí no había problema: el arquitecto real contaba con experimentados constructores egipcios y el Imperio tenía riquezas y recursos suficientes como para traer la exótica roca volcánica desde la lejana Anatolia…  ¡Lo realmente inaudito era que el pequeño faraón había pedido que construyeran la pirámide del revés!

-¿Del revés? ¡Pero gran faraón, entonces no se va a sujetar!

– Quiero un vértice tan fino como la cabeza de un alfiler y que la coloquéis bocabajo ¡Y quiero que esté terminada la próxima primavera! ¡Por Osiris!

El arquitecto real estaba muy preocupado. ¡Aquel capricho era aún más descabellado que cuando ordenó pintar de colores a todos los cocodrilos del Nilo! Lograr que una pirámide se sostuviera en equilibrio sobre su vértice era físicamente imposible! Ni siendo una pirámide del derecho podrían lograrlo en tan pocos meses, ¡necesitarían décadas! ¡Oh! ¡Si no cumplía el capricho del pequeño faraón acabaría siendo el almuerzo de los coloridos cocodrilos del Nilo!

Desesperado, aquella noche invocó a Anubis, el dios funerario, para que le ayudara a cumplir el capricho del pequeño faraón. Al día siguiente, hizo venir a los mejores arquitectos desde todos los rincones de Egipto y comenzaron a trabajar en los planos de aquella pirámide imposible. 

¡Los arquitectos se desesperaban! Conseguir que la pirámide del revés se mantuviera en equilibrio no era lo único que les preocupaba. ¿Cómo lograrían sostener las enormes piedras unas encima de otras si lo empezaban por la base? ¡Eso era imposible de lograr hasta con un LEGO!

Sin embargo, con la ayuda divina de Anubis los trabajos de la construcción de la pirámide invertida avanzaron a buen ritmo. Se reclutaron obreros hasta de Mesopotamia, se construyeron grandes barcos que trajeron la obsidiana desde Anatolia cruzando el Mediterráneo en línea recta y se ingeniaron unos andamios especiales que mantuvieron la pirámide sujeta sobre su fina cúspide de cabeza de alfiler.

Al llegar la primavera, el capricho del pequeño faraón era una realidad. Ante los ojos de miles de hombres se alzaba, bocabajo, una gigantesca pirámide. Como era negra, la pirámide desaparecía en la oscuridad de la noche, pero por el día, el vidrio volcánico refulgía con los rayos del sol. Era de una belleza tan misteriosa como deslumbrante. 

Con gran alegría, el pueblo egipcio inició los preparativos para su inauguración. Se organizó la recepción del pequeño faraón con todo lujo de detalle. ¡La pirámide de obsidiana sería reconocida como una de las mejores y más complejas construcciones del mundo!

Al fin, llegó el gran día. El arquitecto real estaba muy inquieto. ¡Cuando, a lo lejos, vio  aparecer la caravana en la que viajaba el pequeño faraón se puso tan nervioso que casi se hizo pis encima! Tras bajar del carro en el que viajaba, el pequeño faraón se quedó parado frente a la portentosa pirámide. No dijo nada. Guardó un misterioso silencio mientras la rodeaba y la observaba con interés.

Al cabo de un rato que al arquitecto real le pareció una eternidad, ante la perpleja mirada de miles de súbditos, colocó su dedo índice en el vértice de la pirámide, puso cara de pillo… ¡Y empujó!

– ¡Ya no la quiero! – dijo el caprichoso faraón.

La pirámide comenzó a tambalearse peligrosamente, perdió el equilibrio y cayó con gran estrépito sobre uno de sus lados, levantando una gran nube de polvo.

Cuando el polvo se asentó, dejó ver la cara de la reina, su mamá. Estaba muy, muy enfadada.

-¡Ramsés! ¡Castigado un mes sin pirámides! -le ordenó su mamá.

Y, agarrándolo de la mano, se lo llevó de nuevo hacia el carro, en plena rabieta.

Así fue como el pequeño faraón aprendió que no era la persona más poderosa del reino. ¡La que tenía la última palabra era su mamá!

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