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Categoría: Románticos

El colibrí y la orquídea

Érase una vez un pequeño colibrí de elegante plumaje, con hermosísimas tonalidades que variaban a tenor de la luz recibida, ofreciendo esplendorosos reflejos azules, verdes o violetas.
El diminuto ser alado vivía feliz, volando de flor en flor, como una joya alada de la selva, nutriéndose del néctar de las flores que se encontraba en su camino.
Una mañana de primavera, en uno de sus viajes, llegó a un sendero repleto de hermosas flores. Lo sobrevoló entusiasmado y al final del camino, escondida entre la maleza, se encontró con una extraña flor, que crecía solitaria sobre una roca. El colibrí nunca había visto una flor igual. Estaba llena de frescura y de misterio. Las hojas eran de un color verde oliva, lisas, alargadas y algo carnosas. Tenía tres grandes pétalos de vistosos colores, malvas y rosáceos, con uno de ellos, el inferior, distinto, más oscuro y redondeado y, en medio de ellos, la fusión de los estambres y pistilos, de un color rojo brillante. La belleza de la flor contrastaba con su simplicidad y el colibrí quedó fascinado inmediatamente.
- ¿Quién eres? - le preguntó.
- Soy una orquídea – respondió la flor.
La peculiar forma de vuelo del colibrí, moviendo las alas ininterrumpidamente con gran rapidez, le permitió planear sobre la orquídea el tiempo necesario y, sin llegar a posarse en ella para no desgarrar sus delicados pétalos, libar su néctar. Al catar el delicioso jugo el colibrí quedó hechizado como por un embrujo. Describió arcos en el aire alrededor de ella, emitiendo agudos sonidos. La orquídea jamás había visto un ave tan singular y quedó maravillada por sus brillantes plumas, que emitían reflejos metálicos, y por su espectacular danza. Y ocurrió que el colibrí y la orquídea se enamoraron.
Durante un tiempo, fue feliz el colibrí junto a su amada orquídea. Se mantenía inmóvil en el aire junto ella y, al batir sus diminutas alas con extraordinaria rapidez, casi imperceptible, le acariciaba suavemente los tersos y sensibles pétalos. Gozaba aspirando su rico aroma y se deleitaba con su dulce néctar. La orquídea se dejaba seducir y florecía deslumbrante junto a su amor.
Pero el verano pasó y llegó el otoño, la orquídea se fue marchitando y el colibrí no podía alimentarse del néctar de su amada. Su naturaleza inquieta no le permitía permanecer mucho tiempo detenido en un mismo lugar. La orquídea no podía dar más néctar a su amado pues éste se había agotado y sus pétalos antaño radiantes aparecían mustios y ajados. Su amor les estaba matando a ambos.
Un día, la orquídea le dijo:
- Colibrí, márchate, vuela lejos y se fiel a tu naturaleza.
- ¿Y tu qué harás? - le preguntó el colibrí.
- Mi naturaleza no me permite volar. Me quedaré aquí, sóla, pero otros como tú vendrán y quizás alguno reposará a mi lado un tiempo para después continuar su viaje.
- Pero, ¿como voy a dejarte aquí sóla, a ti, mi amada, tú que me has dado tanto?
- Eso forma parte de mi naturaleza. Tú también me has dado mucho, me has regalado tu amor pero ha llegado el momento de que sigas tu viaje y yo florezca de nuevo.
- Te llevaré siempre en mi corazón– le respondió el colibrí.
Y así fue como el colibrí se despidió de su amada y reanudó su viaje. Emprendió el vuelo sin mirar atrás y se alejó tan velozmente que se hizo invisible en el infinito, dejando a la orquídea sóla, luminosa, creciendo sobre su roca.
Datos del Cuento
  • Autor: Vertigo
  • Código: 9973
  • Fecha: 15-07-2004
  • Categoría: Románticos
  • Media: 5.7
  • Votos: 30
  • Envios: 5
  • Lecturas: 2777
  • Valoración:
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