El gran fresno Yggdrasil, gigantesco y majestuoso, une los Nueve Mundos. Sus ramas cubren a estos por completo. Su tronco se halla en Asgard y tres largas raíces se extienden desde el tronco hasta Asgard, la primera. La segunda termina en Jotunheim y la tercera en Niflheim.
Yggdrasil mantiene a cada uno de los Nueve Mundos. Uno de esos mundos, el quinto, es conocido entre los dioses como Midgard, hogar de la humanidad. Los humanos llamarían a este mundo Tierra, pero los habitantes de Midgard llaman a su mundo Jhada.
En el mundo de Jhada, separado del resto de los Nueve Mundos por océanos de tiempo y de espacio, hay una isla llamada Marhil. En el norte de esta isla se encuentra la región de Inaukhel, en donde los hielos son imperecederos. Dicha región esta cercada por los altos montes Ydrandres de dentadas cumbres nevadas.
En tan indómito paraje viven una serie de hombres conocidos como Inauk.
Los primeros rayos del sol se reflejan en las planas superficies de los hielos, iluminando el paisaje con una gran luminosidad, con gran belleza y espectáculo. Para los habitantes de tan remoto lugar no es más que el comienzo de un nuevo día, uno de los primeros de la primavera. El calor había aumentado, los días eran más largos y en las llanuras podían divisarse a los primeros animales abandonando su hibernación.
Aquel día podría convertirse en el más feliz en la vida de Thendil Atal, hijo de Kendil Atal. Su esposa Luzhye podría dar a luz de un momento a otro. Él, dentro de su corazón deseaba un hijo, un varón. Los signos no indicaban lo contrario, pero a pesar de que naciera una hija sería igual de feliz.
Luzhye estaba dentro de una gran tienda, la acompañaban varías matronas, que la ayudaron a dar a luz. El niño nació entre berridos y llantos. Su padre escuchaba con alegría en el exterior los lloros de su hijo recién nacido, no cabiendo dentro de su gozo. Pero el detenerse en seco el llanto le hizo temer lo peor.
Corrió hasta la tienda, obsesionado por el estado de su hijo. Antes de poder alcanzar la tienda, una matrona salió de la misma, con el recién nacido, inmóvil, entre los brazos. La cara de impotencia y resignación de la matrona, indicaba lo peor.
- ¿Cómo esta mi hijo y mi esposa? - pregunto nervioso.
- Tu esposa se encuentra bien, en estos momentos está descansando.-
- ¿Y mi hijo, que pasa con mi hijo? -
- Tu hijo esta vivo. Muy débil, pero vivo - hizo una pausa entre dubitativa y de terror - No creo que sobreviva a esta noche. -
- ¿Cómo que no sobrevivirá a esta noche? - pregunto con la voz agarrotada por la tristeza.
- Respira mal y con dificultad... - hizo de nuevo una pausa - no sobrevivirá. -
- ¡Maldita bruja! - le gritó mientras le arrebataba al niño de entres sus brazos.
Corrió con el niño entre sus robustos brazos, atravesó la aldea de tiendas de pieles. Las lágrimas caían por sus ojos, el frío presionaba su pecho y sus piernas se hundían en la nieve. Corrió como alma en busca del Valhalla. Corrió hasta que la aldea no era más que un punto oscuro en el horizonte. Las lágrimas inundaban sus ojos y caían por sus mejillas.
Llego un momento en el que detuvo su carrera. Jadeante, cayó de rodillas sobre la fría nieve con su hijo entre los brazos. Lo abrazó con fuerza antes de depositarlo con cuidado sobre la nieve.
Entonces gritó con fuerza al aire:
- Odín, padre de los dioses, padre de todos. Pido tu benevolencia, salva a este niño. Haz que los hombres se beneficien de tu infinita bondad. Salva a este niño de las garras de Hel. Te lo suplico. - terminó por echarse a llorar.
Por unos instantes Thendil permaneció de rodillas sobre la nieve, con el rostro cubierto por sus manos, sobre el pecho, llorando por la perdida de su hijo. Por fin se alzó caminando de vuelta a la aldea con la cabeza baja.
Tras él quedaba su hijo envuelto entre pieles, indefenso a la espera de que la muerte llegara hasta él. Mientras el mediodía se acercaba. Fue entonces, cuando caminando por la nieve, un gran oso blanco se acercó al niño. Durante unos minutos lo olisqueó, hasta que por fin sostuvo entre sus fauces los pliegues de las pieles en donde descansaba el niño. Alzándolo con delicadeza se lo llevó entre los paramos totalmente cubiertos de nieve.
Pasaron los años, varios desde aquel fatídico día. En una mañana fría, donde la nieve aún caía del frío cielo. Las mujeres trabajaban en las tareas diarias, los hombres entrenaban, afilaban sus armas o simplemente bebían fuertes licores. Mientras en las cercanías de donde se hallaba la tribu se fueron reuniendo en varios días un grupo de guerreros bien armados. No tardaron mucho los miembros de la tribu en conocer su presencia, para ellos aquello solo podía significar guerra. Pronto todos los miembros de la tribu estuvieron preparados para el combate, montando sobre sus monturas, gigantescos perros amaestrados para la guerra, partieron en busca de los atacantes.
A no mucha distancia de donde estaba el campamento se encontraron ambas tribus. Thendil encabezaba su tribu, la tribu rival la encabezaba un Inauk Atal muy joven, de largos cabellos totalmente blancos y no precisamente por la edad, cabalgando sobre un gran perro de color blanco crema. Ambos jefes se adelantaron de sus respectivos hombres. Entonces el joven dijo:
- Soy Haha Inauk Atal, este es mi clan y por derecho sumios ante mí. -
- Antes moriréis a vernos sumidos. -
- Vale padre como quieras.- tras esto Haha volvió hacía donde se encontraban sus hombres y con una señal de su bastón de mando, sus hombres cargaron contra la tribu de Thendil.
La lucha comenzó con una fiereza inimaginable, ambas tribus atacaban sin contemplación y pronto la nieve bajo sus pies estaba teñida de rojo al igual que las hojas de las espadas.
La espada de Thendil abarcaba un gran arco, desgarrando a todo aquel que intentaba atacarlo. Frente a él a pocos pasos deshaciéndose de dos rivales estaba Haha. Este todavía no había tenido la necesidad de desenvainar su espada, ya que con la lanza de mando tenía suficiente. Sus dos atacantes cayeron a tierra en tres golpes, seguidamente Haha levantó la cabeza y vio ante él a Thendil. Se acercó a él. Los dos permanecían callados frente a frente, como si la batalla que se desarrollaba alrededor no fuera con ellos. Entonces Haha le dijo a Thendil.
- Bueno padre, ya estamos solos, he venido a matarte por lo que le hiciste a mi madre, estas preparado a morir. -
- No más que tú, hijo. -
Thendil atacó entonces, su espalda iba directamente hacía el cuello, pero Haha rápidamente detuvo el golpe con su lanza. Seguidamente empujó a su padre hacía atrás y se preparó para contraatacar. El enfrentamiento fue total, cada uno atacaba tan fuerte como podía, haciendo que la defensa de su rival fuera por lo menos difícil. Tanto uno como otro tenían que emplearse con todas sus fuerzas y el más mínimo fallo podría costarle la muerte. Pero llegó un momento en el que Thendil atacó a Haha diagonalmente hacía su cabeza, pero este en vez de contener el golpe con la lanza, lo esquivo, y con un rápido movimiento se colocó tras Thendil. Y antes de que este diera la vuelta le golpeó con la lanza en el cráneo, el cual crujió y Thendil cayó como un saco sobre la teñida nieve. Sin pensarlo dos veces, Haha clavó su lanza por la espalda justo en el corazón de Thendil. Seguidamente lo levantó, le clavó la lanza por debajo del tórax, dejándolo de pie, apoyado en la lanza.
Haha comenzó a gritar, desenvainó su espada inmaculada hasta ese momento. Continuó gritando dando vueltas sobre sus talones, mirando a su alrededor con la espada en alto. Sus hombres empezaron a dejar de combatir para mirarlo. Mucho de sus rivales hicieron lo mismo al comprobar que su jefe estaba delante de Haha muerto. Haha continuaba gritando, como una bestia salvaje. Cuando se vio que todo el mundo le estaba observando, se volvió hacía el cuerpo de su padre, levantó la espada por encima de su cabeza y de un tajo de izquierda a derecha decapito el cuerpo inerte. La cabeza de Thendil cayó del cuerpo para estrellarse contra la fría nieve roja.
Haha recorrió la cabeza del suelo recuperando a su vez la lanza, emprendiendo la marcha hacía donde estaba situado el campamento de la tribu de Thendil. La distancia era larga, pero Haha la recorrió a pie sin mirar nunca hacía atrás, su vista estaba fija en las tiendas, su mirada descargaba odio, y en su rostro mostraba una mueca de satisfacción.
Cuando llegó al lugar donde estaban las tiendas, todos lo que no habían acudido al combate obsevaron la escena aterrados, Haha clavó la lanza sobre la blanca nieve, y seguidamente clavó su trofeo de batallas sobre ella. Miró hacía atrás siguiendo el reguero de sangre dejado por su trofeo, observó los resto de la lucha y volvió con un andar despacio hacía ella. Dejando tras de sí aquel monumento a su victoria, el cual poco a poco fue manchando de rojo la nieve situada a los pies de la lanza.