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El día de mi mamá

El día de la madre

Ayer o ante ayer estuve chateando con una señora, bastante agradable ella, que, con su bondad y reminiscencia me hizo sentir la suerte de gozar de la compañía de un madre, que, en mi caso, es así. Le prometí una historia, un cuento o un poema... La verdad, y siempre es así, los cuentos o poemas salen sin pedir permiso al escribiente, y lo hace así porque así se manifiesta la creatividad... como esos niños traviesos y libres de jugar en su mundo imaginario... sin embargo, hay un peso en mi alma, un sinsabor en mi garganta que me impulsa a escribir del día de la madre que se celebra en mi país en un día como hoy... Y bueno, les pido perdón, pues, esta vez, haré un esfuerzo en contar la historia de una madre...

No bien llegaron las seis de la mañana, doña Carmela se puso a rezar. Y lo hacía no por ella, pues, aquel dolor en su desgastado cuerpo le avisaba que muy pronto la tierra sería su pronta vivienda. El impulso era el amor, y, a pesar de que nunca tuvo hijos de su carne, no hubo día en que no dejara de salir a la calle a esa misma hora para entregar una poca de panecillos que preparara cada domingo antes de ir a la Iglesia a todos los borrachines, mujerzuelas... Indigentes en general. No bien terminó sus oraciones cogió su canasto de panecillos que había preparado el día anterior y cuando estaba por salir, sintió que el canasto, estaba vacío. Efectivamente, lo abrió y no encontró más que migajas. La angustia le vino como un chorro de lluvia a su ya acabada vida cuando, en una esquina de su casita, herencia de una herencia de sus abuelitos, vio a un pequeño niño del tamaño de su dedo que la miraba con la boca rellena de panecillos. ¿Por qué te has comido todos los panecillos?, le dijo doña Carmela. El niño comenzó a reír y en medio de sus risas le decía que deseaba jugar con ella un momento. ¡Salta conmigo!, le dijo el enanito. Y este se puso a saltar por toda la casita y por todas las paredes como si fuera una araña. La vieja señora no pudo creer en lo que sus ojos le enseñaban, y, para salir de aquella realidad, se arrodilló y se puso nuevamente a rezar... Sin embargo, mientras más rezaba, aparecían más y más voces de enanitos con sus saltos y sus risas... Doña Carmela abrió los ojos y vio a todo un manantial de enanitos alrededor de ella que, con una manta la cargaban y la levantaban como sino pesara nada de nada. Aquel frescor de estar en el aire la hizo sentirse joven nuevamente y, como por encanto, sintió que había esperado aquel momento mágico desde toda su vida... Desde que su padre le prohibiera salir con sus amiguitas, o, cuando estuvo en el colegio y la profesora le criticó que no sonriese a su compañero o compañera... De todo eso se acordó y se dijo que la vida, la magia podría empezar esta vez y, para siempre... Tanta alegría sintió doña Carmela que se puso a derramar lagrimones que mojaban los rostros de todos los enanitos que la cargaban y se la llevaban como si estuviera en una alfombra mágica... ¡Vamos!, dijo la anciana. Y, sin saber cómo, atravesaron las paredes de su casita y entraron a un lugar en donde todos eran buenos e inocentes. Un mundo lleno de niños. Quisiera vivir aquí, pensó doña Carmela. Y su pensamiento se hizo realidad... Los enanitos las bajaron de su manto y se fueron como si se esparcieran como escarcha por el viento... Apenas bajó al lugar sintió que su cuerpo cambiaba, como cuando era una niña. Se miró sus ropas y tenía la misma que cuando tenía cinco años. Sonrió y con la misma sonrisa se fue a jugar con los niños... pero mientras jugaba vio que de aquel valle lleno de árboles y de niños había una linda casa que estaba en la loma. Se detuvo y les preguntó a los niños quién vivía allí. Nuestra madre, respondieron... De pronto, se escuchó el sonido de una campana y todos los niños corrieron hacia la hermosa casa... Doña Carmela también. Y cuando llegaron a la casa vieron a una viejecilla que salía con una gran canasta llena de panecillos y leche con chocolate muy caliente. Doña Carmela la miró y la reconoció, era su madre a quien no conoció nunca pues murió cuando ella nació... Los supo por sus ojos, su voz y el mismo tipo de panecillos que ella preparara cada domingo para repartir a todos los indigentes de su pueblo. Madre, le dijo Doña Carmela. La ancianita la miró y le dijo que hiciera su colita para recibir su panecillo. ¿No te acuerdas de mí?, preguntó Doña Carmela. Sí, sí me acuerdo de ti, en cada oración que tú haces, yo estoy siempre allí, a tu lado hija mía... Doña Carmela sonrió y recibió su porción de pan y luego, se fue a jugar hasta quedarse dormida en aquel encanto de lugar en donde el Sol jamás se ocultaba... Doña Carmela tuvo un sueño, y soñó que estaba en su casita, echada en el suelo y vio que toda la gente vecina de su pueblo abría la puerta y la lloraba porque por más que la trataban de despertar, no lo hacía... Vio que todos la lloraban, los vecinos, indigentes, hasta el cura de su Iglesia, sin embargo, Doña Carmela en su sueño pudo ver que aquel agotado y arrugado rostro, sonreía... y le sonreía a ella, a ella que estaba en un mundo en donde el Sol no es apaga jamás... Apenas despertó vio a todos los niños que la miraban con ojos puros e inocentes, dispuestos a jugar para siempre...




San isidro, mayo del 2006
Datos del Cuento
  • Autor: joe
  • Código: 16626
  • Fecha: 15-05-2006
  • Categoría: Sin Clasificar
  • Media: 5.3
  • Votos: 73
  • Envios: 0
  • Lecturas: 4774
  • Valoración:
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