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El dragón farsante

Había una vez un reino muy lejano que vivía aterrorizado por un dragón muy malo. Al dragón le pusieron por nombre Rau, que era más o menos como sonaba el horrible grito que emitía cuando se acercaba al reino.

La verdad es que Rau nunca había hecho daño a nadie, ni siquiera había traspasado las murallas que protegían el reino. Lo que hacía este dragón era rugir al anochecer desde el bosque y lanzar una llamarada al aire en señal de advertencia. Después, volaba por encima de los árboles y esperaba a que los habitantes del reino le ofrecieran algo para que se fuera.

Durante años y años, Rau estuvo haciendo lo mismo cada semana. Hasta que un día un joven y valiente caballero llegó al reino en busca de aventuras. La noticia de la existencia de aquel terrible dragón había llegado hasta el otro extremo del mundo, de donde venía el valeroso muchacho.

Hacía tiempo que nadie visitaba el reino por miedo al dragón, así que el rey le ofreció al caballero un gran recibimiento.

- Bienvenido seáis, valiente caballero -le dijo el rey en tono ceremonioso -. Nos sentimos muy honrados con su presencia. ¿Cuál es vuestro nombre?
- Me llamo Elian, majestad -respondió el joven caballero-. He venido buscando aventuras. Recibí la noticia de la existencia de un dragón al que llamáis Rau que acosa este reino, y he cabalgado durante meses hasta llegar aquí para derrotarlo.
- Este reino os agradecerá por siempre vuestro noble gesto -dijo el rey-. ¿Qué queréis a cambio, caballero?
- No quiero nada, majestad -respondió Elian-. El saberme triunfador será para mí suficiente recompensa.
- Sin duda sois de corazón noble -dijo el rey-. Pedid lo que necesitéis para alejar a Rau de nuestro reino.

Elian no pidió nada más que permiso para examinar el lugar donde se depositaban las ofrendas a Rau y la zona en la que el dragón se escondía.

- Tened cuidado, Elian -dijo el rey-. Rau vendrá hoy al anochecer a buscar lo suyo. Nunca nadie ha osado acercarse más allá de la zona de ofrendas.
- No os preocupéis, majestad -dijo Elian-. Haced todo como siempre. Yo me esconderé y observaré lo que ocurre. Tengo que conocer bien lo que pasa para poder planear el ataque.

Y así lo hizo. Elian se escondió en el bosque. El hueco de un árbol seco le sirvió de escondite. Se camufló con unas ramas y esperó. Al poco rato escuchó el terrible rugido de Rau, pero no vio nada. Resultaba muy extraño, puesto que el sonido estaba muy cerca. Iba a asomarse cuando escuchó de nuevo el rugido, esta vez justo por encima de él. Pero no veía nada. Pensó que tal vez el dragón estuviera volando, pero entonces se agitarían las ramas de los árboles. Y allí no se movía ni una triste hoja.

Entonces vio el resplandor de una llamarada. Pero seguía sin moverse nada. Al momento, observó unos palos largos que se movían como si fueran dos piernas y se acercaban al bosque. Esperó sin que pasara nada.

Cuando se hizo de noche, Elian pudo por fin ver al dragón. El caballero se quedó petrificado, pero no de miedo, sino de sorpresa. Y lo siguió hasta su escondite.
Rau vivía en una cueva a la que tardaron en llegar toda la noche. Ya amanecía cuando llegaron. 

Cuando los primeros rayos de la mañana iluminaron el cuerpo de Rau, Elian pudo confirmar sus sospechas. Si no fuera porque Rau llevaba siglos acosando a aquel reino cualquiera hubiera pensado que se trataba de una cría de dragón. Arrastraba un carro del que tiraba ayudándose de unos largos palos. En el carro llevaba todo los que le habían ofrecido los habitantes del reino a cambio de no atacarles y algunos artilugios que no alcanzó a distinguir.

Elian se acercó sin hacer ruido y, sacando su espada y protegiéndose con su escudo, gritó:
- ¡Eh! ¡Tú! Vengo a acabar con tus largos años de maldad. Prepárate para saber lo que es el ataque de un guerrero valiente.

Cuando Rau lo vio, echó a correr aterrorizado gritando como un loco, pero estaba tan cansado y asustado que no sabía qué hacer ni a dónde ir. Elian, que esperaba que Rau abriera sus alas y le lanzase una llamarada, se quedó sorprendido otra vez. Así que bajó su espada y su escudo y, compadeciéndose del dragón, le dijo:
- Tranquilo Rau, no te haré daño, de verdad, palabra de caballero.

Rau se tranquilizó. Y respondió:
- Gracias señor. Soy ya viejo y nunca he luchado. Sobrevivo gracias a lo que me dan los habitantes del reino. Siempre he sido pequeño, y apenas tengo fuego en mi garganta; por eso me expulsaron del país de los de los dragones.
- Y entonces, ¿cómo has conseguido tener atemorizado a todo un reino durante tanto tiempo? -preguntó Elian.

Rau le contó que usaba los largos palos con los que tiraba del carro a modo de zancos y que con un fuelle alimentaba su propio fuego para que pareciera más grande. Para el ruido había inventado un sistema de tubos que pasaban bajo tierra y subían a través de los huecos de varios árboles hasta un cono que convertía su pobre chillido en un rugido atronador. Unos espejos y el juego de luces y sombras de las últimas horas del día completaban el misterio.

-Por eso sentí yo tu rugido sobre mi cabeza en el hueco del árbol donde me escondí -dijo Elian -. Puede que no seas muy grande ni muy fiero, pero eres realmente inteligente.
- Así he sobrevivido durante todo este tiempo -dijo el dragón-. Pero estoy ya cansado.
- Tengo una idea -dijo Elian-. Podrías vivir dentro del reino y trabajar como defensor del castillo. Así no tendrías que seguir asustando a nadie y tendrías compañía.
- Después de todo lo que he hecho no creo que me acojan -dijo Rau.
- Tranquilo, yo te ayudaré. Dormiremos un poco y mañana temprano nos pondremos en camino.

Cuando amaneció de nuevo, Elian se subió a lomos de Rau y se pusieron en marcha. Cuando llegaron, la gente se quedó sorprendida de ver lo pequeño que era el dragón. El rey salió a su encuentro, y les dijo:
- Pero, ¿qué clase de broma es esta? ¿Dónde está el gran dragón que lleva siglos aterrorizando a este reino?

Elian le contó toda la historia y le propuso adoptar al dragón para que cuidara del reino. El dragón se dirigió al rey y le dijo:
- Perdonadme, majestad. Me arrepiento de todas mis fechorías y prometo ser vuestro leal súbdito y defensor.

El rey se lo pensó dos veces antes de aceptar las disculpas del dragón, pues durante mucho tiempo había atemorizado a su pueblo. Finalmente creyó que merecía una segunda oportunidad, así que le perdonó y aceptó propuesta.

Hubiera sido bonito que Elian se hubiese casado con la hija del rey, pero el rey no tenía hijas. Y como tampoco tenía hijos, nombró al valiente Elian heredero del reino.

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