En una aldea diminuta escondida en medio de un bosque perdido vivía una pequeña comunidad de enanos saltarines.
Los enanos saltarines vivían allí metidos y nunca salían de su pequeña aldea. Apenas había una casa para cada uno con un pequeño huerto donde cultivaban sus alimentos y una pequeña granja común donde criaban los insectos que comían.
Los enanos saltarines nunca salían de su aldea porque tenían miedo de ser devorados por los animales del bosque o de ser atrapados por los humanos.
Todo el mundo era feliz en la aldea hasta que un día apareció por allí un enano nuevo.
-Hola a todos, soy el enano Cipriano -dijo el enano para que todos le escucharan-. Vengo de muy lejos. He viajado por todo el mundo buscando a otros como yo que quieran acompañarme en mis aventuras.
-El mundo es peligroso. Aquí estamos a salvo -dijo uno de los enanos.
-Pero aquí apenas podéis saltar -dijo el enano Cipriano-. Estáis encerrados todo el día. Así nunca sabréis de lo que sois capaces.
-Pero estamos a salvo. Aquí no hay peligro -dijo otro enano.
-No hay peligro porque nadie sabe que estáis aquí -dijo el enano Cipriano-. Cuando os descubran no podréis salvaros.
-Nadie nos descubrirá -dijo otro enano.
-Si yo lo he hecho, otro también lo hará -dijo el enano Cipriano.
-Si eso pasara nos iremos saltando, que para eso somos enanos saltarines -dijo un enano.
-Eso tengo que verlo -dijo el enano Cipriano.
Los enanos saltarines se pusieron a saltar en el poco espacio que tenían en su aldea.
-Como ves, podemos saltar -dijo un enano.
-¿Llamáis a eso saltar? -dijo el enano Cipriano-. Subid al tejado de vuestras casas y veréis cómo salta de verdad un enano saltarín.
Los enanos saltarines hicieron lo que el enano Cipriano les pidió, porque tenían mucha curiosidad por saber cuánto podrían llegar a saltar.
Desde sus tejados, los enanos saltarines vieron cómo el enano Cipriano podía saltar incluso más alto que las copas de los árboles, cómo podía saltar de una orilla a otra del río y cómo podía escapar de cualquier depredador con un pequeño impulso.
-Yo me voy contigo -dijo un enano que todavía no había abierto la boca-. Estoy cansado de esta vida aburrida y monótona.
-Primero tienes que entrenar -dijo el enano Cipriano-. Con lo que he visto hace un momento no durarás ni media hora ahí fuera. También tienes que aprender a ocultarte para no llamar la atención.
-Yo también quiero.
-Y yo.
-Y yo.
Poco a poco, los enanos saltarines se fueron contagiando de la ilusión de los demás, hasta que toda la aldea se convenció de que podían hacer grandes cosas con la ayuda de Cipriano.
Y así fue como todos los enanos saltarines recuperaron su habilidad para saltar y empezaron a recorrer el mundo. Así que, si ves algún enano saltarín por ahí, no le asustes, que seguro que está aprendiendo.