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El encuentro (o el milagro necesario)

Cuando la vio por primera vez, supo que su destino quedaba, desde ese justo momento, ligado al de ella. Marcelo sentía las fuerzas indómitas del universo actuando sobre él, en una descarga de poderosa atracción que le obligaba a acercarse, con sigilo, casi podríamos decir que con vergüenza, al nuevo planeta que le llevaba a un abismo de baile, sin pausa y sin fin, en órbita alrededor de ella. El feliz ajetreo de su alrededor no impedía el proseguir de sus pasos, parecía incluso que la gente le alentara a aproximarse para verla mejor, o, quizás, serían invenciones de su imaginación caprichosa.
Ahí estaba ella: con sus ojos expresivos y sus singulares cejas y su boquita de piñón y el rojo prendado de sus mejillas y su piel tierna y sus movimientos suaves. Ahí estaba ella, perfecta en su belleza dulce y fresca. Ahí estaba ella, ajena a la mirada de Marcelo, que casi se había colocado delante, pero que miraba hacia otro punto para no chocar con sus atrevidos ojos claros. Marcelo, dolido de su torpeza, sólo pensaba en tenerla entre sus brazos. Quizás besarla.
A las 16.45 de ese lunes un tren descarrilaba en Lion, un piso ardía en el Eixample de Barcelona, un grupo de bomberos iniciaba una huelga de hambre, un soltero endeudado se suicidaba en Brooklyn, perdía puntos una empresa japonesa en la Borsa, cesó el rezo de una viejecita por su marido dejando paso a un murmullo doliente y lluvioso y cayó un pájaro de dos días de su nido. Entre tantas desgracias el amor es una necesidad. Más bien, el milagro necesario. A las 16:45 de ese lunes, las miradas de Marcelo y ella se cruzaron.
Marcelo no podía entender ese cariño tan intenso que le había provocado los ojos de ella con destino a sus pupilas; la sintió por primera vez débil; ansiaba protegerla; sabía que cada llanto de ella le ardería en algún punto más allá de sus costillas; que lo daría todo por ella; que podría llegar a esclavizarle con sus ruegos; que ante ella sería vulnerable; que se había gravado para siempre en su corazón; que sería imposible olvidarla. Que estarían para siempre unidos.
Ya sin miedo, Marcelo dejó caer un frágil y silencioso beso en su mejilla aterciopelada. La gente que se agolpaba en la habitación de aquel hospital, se giró hacia él al sentir la vibración en el aire de un gesto tan sentido. Un hombre se le acercó a la oreja, por detrás del hombro: “Marcelo, ahora debes afanarte en crecer, pues, ante todo, ahora debes ser un buen hermano”.
Datos del Cuento
  • Autor: Vet
  • Código: 7948
  • Fecha: 25-03-2004
  • Categoría: Sin Clasificar
  • Media: 4.83
  • Votos: 83
  • Envios: 0
  • Lecturas: 5142
  • Valoración:
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Comentarios


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2 comentarios. Página 1 de 1
Veeet
invitado-Veeet 25-03-2004 00:00:00

muchas gracias por tus versos (en general). La verdad es que este cuento es una respuesta a los últimos que me has ecsrito: me han entrado ganas de contar algo tierno, para desconectar un poco de tanta miseria humana... jejeje Al fin y al cabo, el ser humano tiene muchas caras y no voy a centrarme sólo en la más oscura. Un beso, VET

aly
invitado-aly 25-03-2004 00:00:00

Me impresiona muchisimo tu manera de escribir. Mis mas sinceras felicitaciones, te quedó perfecto. Aly.

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