Es difícil ser humilde. Uno puede entregarse a la voluntad de alguien que ama pero eso no significa mas que vanidad, tal como declamaba el Rey Salomón. Uno puede escribir la obra de su vida, entregar todos sus bienes, pero eso no es nada, no lo hace nada especial, mas bien, es el resultado de muchas lecturas de los libros sagrados, o el ensimismamiento de una visión de total desprendimiento. Eso es lo que pensaba cuando vino un señor al medio día a mi centro laboral a ofrecerme, como todos los sábados a la misma hora y durante mas de veinte años, una escoba, un recogedor y artículos para la limpieza. Nunca le había comprado, pero esta vez le hice pasar, estaba con ganas de hacer algo fuera de lo cotidiano, así que lo llamé y le hice algunas preguntas acerca del tiempo en que trabajaba, el motivo por el cual lo hacía, etc. Extrañamente no respondió una sola de mis preguntas, mas bien me preguntó si iba a comprarle una escoba. Le dije que sí. Me dio su escoba, le pagué, y luego, salió por la puerta de mi local vociferando su rutinario canto de cada fin de semana, a la misma hora. Y allí estaba la escoba que durante mas de veinte años estuvo esperándome. Le miré: sus hebras eran negras, su bastión era de madera blanca, y estaba pintada o recubierta con pintura amarilla. La volví a mirar y me sentí con ganas de barrer todo mi local. Y así la pasé durante el resto de la tarde. Luego, cerré mi local y no sé por qué, me llevé la escoba en la mano, rumbo hacia mi casita. Apenas entré, vi que toda mi casa estaba sucia. Me puse a barrerla durante toda la noche hasta que quedó limpia. Extrañamente no tenía sueño, así que, salí a la calle y me puse a barre la vereda de la entrada de mi casa, y luego, sentí ganas de barrer el resto de las veredas de todas las casas vecinas... Todos los vecinos me miraban, preguntándose qué era lo que me ocurría. Dentro de mi, mientras barría, me reía de ellos. Lo hacía porque lo hacía. No había razón. Y así la pasé, barriendo casi todo el barrio de mi casa, luego, vi que las demás calles estaban mas sucias que las mías. Y decidí barrerlas. Han pasado los meses, luego los años, los días, las escobas, y yo, aún continuo barriendo las calles... Nunca he retornado a mi casa, mas bien, me he alejado de mi ciudad, pues mientras barro, recibo como propina unas monedas que me sirven para alimentarme. Duermo en un auspicio de indigentes, y no paso grande problemas... Me he alejado tanto de mi ciudad que no sé en dónde estoy, y eso me alegra, pues me he olvidado de mi nombre, de quien era, de todo... Tan solo barro las calles por un poco de comida y un lugar para dormir. Puede que esté loco, pero puede que al fin halla entendido que no hay un sentido en la vida mas que el que sientes que es el tuyo, en mi caso, la escoba y la suciedad de todo este planeta...
San isidro, abril del 2006