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El espejo de Casiopea

Hace muchos años, cuando vivía la madrastra de Blanca Nieves, había otra reina de un país lejanísimo, que se llamaba Casiopea.

            Era muy guapa esta reina, tan guapa, que no hacía más que mirarse al espejo, como la madrastra de Blancanieves, y preguntarle:

            -Espejito mágico, ¿hay otra reina tan guapa como yo, sí o no?

 

            Y un día dijo el espejo:

            -¡Ay Casiopea, Juno es más guapa; tú eres más fea!

            Casiopea se llevó un disgusto enorme, y no corría ni dormía, ni podía vivir ya, sabiendo que había otra reina más guapa que ella.

 

            Y fue a ver cómo era Juno, la más poderosa de todas las reinas, porque estaba casada con el rey de los aires, de las nubes y de la atmósfera terrestre. Y cuando la vio por el ojo de la cerradura de la puerta del salón del trono, le pareció menos guapa y más vieja. Y se le pasó el disgusto en seguida.

            Siguió mirando al espejo y preguntando:

            -Espejito mágico, ¿hay otra reina tan guapa como yo, sí o no?

 

            Hasta que otro día el espejo dijo:

            -¡Ay Casiopea, Anfitrite es más guapa; tú eres más fea!

 

            Casiopea volvió a disgustarse mucho y a decir esto y lo otro y lo de más allá. Y quiso ver a Anfitrite, que era otra reina poderosísima. Como estaba casada con el rey del mar, que mandaba sobre todos los peces, y sobre todos los barcos, y sobre todas las olas, y sobre las tempestades.

 

            Casiopea fue a ver a Anfitrite a la orilla del mar, y no le gustó nada: ¡tenía cola de pez!

            Otra  vez Casiopea se quedó tan contenta. Y empezó a decir a todo el mundo:

            -Juno, la reina de los aires, y Anfitrite, la reina del mar, son más feas que yo, mucho más feas.

 

            El rey del mar se enteró, y se enteró también el rey de los aires, que era su hermano. Se enfadaron muchísimo y decidieron castigar a aquella señora tan vanidosa.

            Tenía Casiopea una hija muy linda y muy buena que se llamaba Andrómeda. ¡Un nombre rarísimo! Un día vino del mar un dragón y la robó. Se la llevó a una roca en medio de las olas y empezó a pensar si se al comía o no se la comía.

            Casiopea, cuando supo que un dragón marino había robado a su hija, gritó:

            -¡¡Socorro, socorro!!

            Y como pasaba por allí un príncipe muy valiente, con casco y espada, le preguntó:

            -¿Qué le pasa a usted, señora?

            Casiopea se lo contó gimiendo y llorando.

            -Yo la salvaré –dijo el príncipe.

 

            Y se fue a la roca en una barca, mató al horrible dragón y salvó a la princesa Andrómeda, que era tan linda como Blanca Nieves.

 

            Entonces el rey de los aires le dijo a su hermano del mar:

            -Mira, hermano: para que Casiopea no enrede más, la vamos a convertir en un racimo de estrellas y la vamos a poner en el cielo para que alumbre por la noche, al lado de la luna.

            Y como lo dijo lo hizo.

            Casiopea le pidió que no le quitase el espejo de la mano y que la dejase  mirarse en él.

 

            -Bueno –dijo el rey de los aires.

            Y convirtió al espejo en una estrella brillantísima.

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